«Entre marzo de 1937 y septiembre de 1941, el músico se embarcó en siete viajes alrededor de Estados Unidos. En aquellas travesías, era un Huckberry Finn con guitarra, sin ataduras, en continua supervivencia. Robó fruta en las plantaciones, pescó en los ríos y cazó conejos en los campos»
Su guitarra, en una época que recuerda en demasía a los tiempos actuales, «mataba fascistas». Fue la imagen de la izquierda en los Estados Unidos de la Gran Depresión, la voz de los desfavorecidos. Este mes, Fernando Navarro nos acerca no a un forajido, sino a un héroe: Woody Guthrie.
Una sección de FERNANDO NAVARRO.
«La vida de un hombre no vale nada si no vive de acuerdo con su conciencia».
“La gran prueba” (“Friendly Persuasion”, 1956), dirigida por William Wyler.
El 23 de enero de 1943 el diario «The Times» sacaba el siguiente editorial: “Después de la guerra, el desempleo ha sido la enfermedad más extendida, insidiosa y destructiva de nuestra generación: es la enfermedad social de la civilización occidental de nuestra época”. Por aquel entonces, Woody Guthrie debía estar girando por algún lugar de Estados Unidos con los Almanac Singers, el grupo del joven Pete Seeger que simpatizaba con las ideas comunistas, mientras que, con su gorra a lo Oliver Twist y su cigarrillo a medio caer, desenfundaba su guitarra en la que se podía leer: «This machine kills fascists» (Esta máquina mata fascistas). Tras una Segunda Guerra Mundial asoladora y una depresión económica histórica, la prensa anglosajona buscaba definir la última década de un mundo que intentaba superar su estado terminal. Y, entre tanto, un pequeño hombre recorría su país, entonces ya primera potencia mundial, de arriba abajo, de este a oeste, para transmitir un mensaje de resistencia, de lucha diaria.
Décadas después de su muerte, Woody Guthrie representa todavía la voz de la clase trabajadora estadounidense. La voz del tipo que no fue bendecido, del hombre que la fortuna dejó varado en mitad de la carretera, pero cuya entereza era hierro forjado. Nacido el 14 de julio de 1912, la vida de este músico inquieto está marcada por la superación ante la catástrofe y la desidia. Se crió en Okemah, en el Estado de Oklahoma, motivo por el cual escuchó muchas veces en su vida el calificativo despectivo de Okie (nombre con el que se conocía a los habitantes de las Grandes Llanuras durante la época de la Gran Depresión), al que podía responder con un puñetazo. A los 15 años, Woody era un desastre en el colegio y limpiaba zapatos y recogía botellas vacías o chatarra para venderla. A los 17, se mudó con su familia a Pampa, Texas, después de que a su padre le diesen trabajo en una empresa petrolífera. Con el incipiente oro negro, Guthrie tenía opiniones claras sobre el nuevo mundo, donde unos ganaban mucho y otros apenas tenían para tirar. “El petróleo era lo que decidía si te trataban como un ser humano, como a un asno o como a un perro”, escribía el músico en su autobiografía, «Rumbo a la Gloria» («Bound for Glory»).
El joven de la gorra entró pronto en contacto con la música y aprendió los entresijos de la guitarra, la mandolina y la armónica, incluso de instrumentos de percusión. Le encantaba escuchar las canciones de las emisoras de Pampa y allí sintió adoración por las composiciones folklóricas y el blues rural. Comenzó a componer para los Corncobs, una banda local, pero su primera canción en solitario daba buena cuenta de las que serían sus señas de identidad. Woody, el tipo deslenguado y batallador, se ponía en la piel del presidente Roosvelt y disparaba contra los responsables de las desigualdades sociales. Como buen forajido, no le faltaban balas. Siempre había a quién dar. Todas sus letras se ponían del lado de los oprimidos.
A principios de los años treinta, tras el crash del 29, la radiografía del país presentaba un aspecto desolador. En 1932, John Dos Passos, en su función de reportero de la conocida generación perdida, informaba que, por ejemplo, los parados de Detroit vivían en cuevas excavadas en enormes montones de arena abandonados. Su relato era el posterior reflejo de la realidad que Guthrie vería con sus propios ojos. Entre marzo de 1937 y septiembre de 1941, el músico se embarcó en siete viajes alrededor de Estados Unidos. En aquellas travesías, era un Huckberry Finn con guitarra, sin ataduras, en continua supervivencia. Robó fruta en las plantaciones, pescó en los ríos y cazó conejos en los campos. En la Gran Depresión, los hombres sin trabajo deambulaban por el campo en busca de alguna ocupación o se congregaban en las afueras de las grandes ciudades en colonias de chabolas de cartón, conocidas irónicamente en EE UU como «hoovernilles», en honor a los despropósitos de las políticas económicas del presidente Hebert Hoover (1929-1933). John Steinbeck, otro narrador de la generación perdida, también documentó los hoovernilles en su magistral obra, «Las uvas de la ira» (1939). Estas chozas de los inmigrantes desheredados en su propia tierra fueron lugar de descanso y desamparo de Guthrie.
El músico, que también durmió bajo los puentes, aprendió qué clase de penitencia pasaba el obrero y el campesino en suelo americano. Woody descansaba entre los nómadas que se recogen en las fotografías de Dorothea Lange, a mitad, siempre, de la esperanza sujeta entre dientes y ningún sitio. Desde entonces, decidió convertirse en testigo de su tiempo. Como escribió en su autobiografía: «Con el negocio del petróleo en picado, el trigo llevado por el viento y la gente trabajadora dando tumbos asediada por hipotecas, deudas y facturas, enfermedades y preocupaciones de toda condición ruinosa, vi que tenía material para crear canciones”. A partir de ahí, nació un Charlot como el de «Tiempos Modernos,» pero con más mala leche y un instrumento de cuerdas entre las manos.
«El cantautor de Oklahoma señalaba otro rumbo, subido a un tren de mercancías o en la parte de atrás de una furgoneta de segunda mano. Hasta que la enfermedad se cruzó en su camino»
RUMBO AL FINAL
De la erosión de la tierra y las tormentas de arena llegó su paso a Nueva York y su encuentro con Pete Seeger con el que formó los Almanac Singers. El grupo, abierto a varios músicos, tenía su epicentro en Greenwich Village y tocaba canciones pacifistas. Sus integrantes, entre ellos Lee Hays de The Weavers, formaban parte del ala de la izquierda liberal, combativa y minoritaria estadounidense que en un principio se opuso a la entrada de Washington en la Segunda Guerra Mundial, más cuando Stalin pactó con Hitler en 1939. La participación en la guerra significaba ir contra la Rusia comunista. Sin embargo, los Almanac, influenciados por Guthrie, terminaron apoyando la lucha contra el nazismo para dar sentido a sus ideales de transformación global. Pero, después del ataque japonés de Pearl Habor en 1941, el FBI intensificó sus persecuciones comunistas y la sociedad receló del discurso de los cantantes. Los Almanac Singers dejaron de actuar.
Tras la guerra, Guthrie publicó artículos en panfletos y periódicos locales en los que llamaba a la resistencia contra el fascismo y los abusos del poder, mientras nunca paraba de tocar y componer cientos de canciones. Piezas de paso, improvisadas, según el público y el estado de ánimo, así como emblemas de su generación y las venideras, como ‘This Hard Land’. En un Diner de carretera, camino de Nueva York, escribió las primeras estrofas de este himno de la música popular estadounidense. Guthrie lo compuso en respuesta al tema ‘God Bless America’ de Irving Berlin. No podía soportar la complacencia de Berlin y su difusión generalizada por el país. Las emisoras de radio repetían una y otra vez ‘God Bless America’ cantada por Kate Smith, que a la postre se convertiría en la típica «star singer» con sus programas de televisión y sus actuaciones para el Ejército y los actos deportivos con regusto patriótico. La América de Guthrie no estaba bendecida por Dios, no daba gracias. El cantautor de Oklahoma señalaba otro rumbo, subido a un tren de mercancías o en la parte de atrás de una furgoneta de segunda mano. Hasta que la enfermedad se cruzó en su camino. En septiembre de 1954, ingresó en un hospital de Brooklyn. Iba cargado con un cuaderno de apuntes, su guitarra y el manuscrito de la segunda parte de su autobiografía, «Seeds of Man». Enfermo de Huntington, poco a poco fue apagándose.
En octubre de 1967, Guthrie moría sin llegar a los 40 años. Mientras tanto, Irving Berlin llegaría a los 101, pasaría por Hollywood, se haría rico y recibiría todos los premios y condecoraciones nacionales posibles. De hecho, ‘God Bless America’ se considera el segundo himno nacional de EE UU. ‘This Hard Land’ no ha tenido la misma suerte, aunque guarda su pálpito cómplice, pasando como una antorcha entre generaciones de músicos y tocándose todavía entre trovadores anónimos de Washington Square.
“Canto para hacer que te sientas orgulloso de ti mismo y de tu trabajo”, declaró Guthrie en mitad de la tormenta de sus tiempos. En sus memorias, Bob Dylan, que abandonó su pueblo de Minnesota para conocer en persona al ídolo de su vida, cuenta que se sintió como si le transmitiese su energía. Cierto: su legado quedaba en buenas manos. En «Los vagabundos de la cosecha», obra periodística de la Gran Depresión, Steinbeck escribía en uno de sus artículos: “Un hombre a quien llevan de un lado a otro como una bestia, rodeado de guardias armados, hambriento y obligado a vivir entre la suciedad, pierde su dignidad, esto es, pierde el lugar que legítimamente le corresponde en la sociedad”. A ese lugar, a esa dignidad, cantaba con todo el espíritu Woody Guthrie.
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Fernando Navarro es autor del blog para el diario «El Páis», La Ruta Norteamericana.