Bob Dylan
Jaén, 5 de julio
Recinto Ferial
Texto: JUAN JOSÉ ORDÁS FERNÁNDEZ.
La banda en pie se despide del público. Dylan levanta sus manos ostentando poder, disfrutando de la ovación en una extraña mezcla de respeto y egolatría. Se lo puede permitir, ha realizado una actuación memorable y lo sabe.
Horas antes, la cola de acceso al recinto ferial de Jaén era un hervidero, con la policía espantando a los vendedores ambulantes que, por muy ilegales que fueran, eran la única alternativa para los fans de no morir de lipotimia o insolación. Efectivamente, el recinto donde se celebraría el concierto se encuentra lejos de cualquier punto civilizado accesible a pie, y sin medio de automoción propio la llegada era más que complicada para los intergeneracionales fans del músico. Jóvenes, maduros y mayores se agolpaban en una caótica cola hasta que la apertura de puertas les permitieron llegar a los pies de un escenario que, si no fuera por la infraestructura metálica que se extendía sobre el raso, bien podría parecer improvisado para la ocasión. Y lo curioso es que, a pesar de ello, parecía un fondo adecuado para Dylan, un músico que disfruta de lo errante de su profesión, capaz de tocar en cualquier lugar si se paga un precio, un forajido musical, un gitano de la carretera.
Para abrir el apetito el escogido fue Quique González, y es que cuesta pensar en un telonero más adecuado que el madrileño. Las influencias de su «héroe», termino en el que él mismo se refirió a la estrella de la noche, se encuentran desperdigadas a lo largo de su excelsa obra, siendo esta quizá la razón por la que fue muy bien recibido por el público. Sirviéndose tanto de teclado como del binomio guitarra acústica-armónica, González desgranó algunas de sus piezas más conocidas durante un corto espacio de tiempo. Tras un arranque sin concesiones con «Pequeño rock and roll» y «Avería y redención», fueron «Vidas cruzadas» y «Salitre» las que el público coreó en absoluta sintonía con su autor.
Rápida retirada. Con la misma humildad y respeto con que tomó el escenario Quique González lo abandonó, habiendo cumplido a la perfección con su papel: abrir para una leyenda, para una influencia. Los preparativos para Dylan comenzaron de inmediato, los técnicos que bien podrían haber formado parte de cualquier banda lisérgica del San Francisco de los Grateful Dead ponían todo en orden mientras descubrían los instrumentos despojándolos de las telas negras que los cubrían. El teclado de Dylan se encontraba a vista de todos mientras me preguntaba cuantos de los asistentes eran conscientes que sería a las teclas donde el viejo músico permanecería durante todo el concierto. Puede ser cierto que el estadounidense privara al respetable de su clásica estampa a las seis cuerdas, pero no es menos cierto que lo que ofrece es una nueva faceta como teclista, un nuevo capítulo de su leyenda que hay que valorar al mismo nivel que cualquiera de sus fases doradas. Cuando presenta un trabajo tan espectacular como Modern times, ¿a quién le importa que instrumento toque el genio? De hecho, se agradece que haya decidido reinventarse una vez más.
Con los últimos reflejos de sol, el sencillo escenario se alió con la sobriedad para, mediante un austero y efectivo juego de luces, disimulando una precariedad que se tornaría en una ambientación perfecta para el desarrollo del concierto. Cuando Dylan y la banda atacaron en la recta final un excepcional «Ain’t talking», el contraste entre la oscuridad y la débil y ténue iluminación amarilla pálida crearon una estampa digna del objetivo de David Lynch. No obstante, el inició del espectáculo se retrotrajo al pasado, abriendo con una hermosa «Watching the river flow» durante la cual había que frotarse los ojos para darse cuenta de que la leyenda se encontraba ante nosotros, en un estado de forma envidiable y de muy buen humor. Desde el comienzo, la banda comandada por un Toy Garnier sublime al bajo no perdió de vista en ningún momento a Dylan, algo fundamental si tenemos en cuenta cuál fue la tónica de la actuación. La música de Dylan en directo se transforma en un absoluto deleite sonoro, una ráfaga musical abierta en formas, contenido y sonido, una improvisación constante que llena de vida cada canción que interpreta. El espíritu del jazz se adueña de una actuación llena de matices en la que las revisiones de temas antiguos y recientes mantienen al espectador atento a cada suculento detalles. Tal fue el caso de la gloriosa «Things have changed» que no por más reciente se libró de sutíl nuevo pelaje. Podríamos decir que lo que el músico hace es descargar cada canción hasta llegar a su mínimo esqueleto para después revestirla con creatividad y buen gusto.
El grupo se mostró brillante, destacando especialmente Danny Freeman a la guitarra, quien brindó durante toda la actuación una guitarra solista excepcional, con técnica, gusto y una capacidad improvisadora que encaja a la perfección con su jefe. Aún así, no dejó de resultar desconcertante que el público apenas respondiera a sus excelentes maneras, de hecho todos los miembros de la banda sobresalieron durante el espectáculo y el público solo parecía tener ojos y oídos para quien comandaba el escenario. Aun así, no deja de ser cierto que el centro de atención obligado es un Dylan que canta mejor que nunca, que ha perdido la potencia en favor de la sabiduría, para el que su voz agrietada se ha vuelto su verdadera arma a la hora de emocionar. Hechiza, tiñe sus viejos temas con una capa hermosa de verosimilitud propia de la experiencia, su marca añeja es sinónimo de calidad. Aunque cualquier termino temporal llega a carecer de significado cuando hablamos de él, pues se trata de un músico inmortal cuyo legado se mantiene vigente y, lo más importanto, es ampliado mediante sus nuevas y brillantes composiciones.
Time out of mind, Love and theft y Modern times conforman una trilogía que no sólo supuso en su día el renacimiento de su autor con el primero de ellos, sino que sitúan a Dylan como un autor vigente con mucho que decir y muchos territorios que explotar. Centrado como nunca el sonido atemporal del pasado, las nuevas revisiones de sus viejos temas en directo tiene mucho que ver con la línea sonora que nos ha venido mostrando en sus tres últimas obras. Se trata de un retorno a la raíz, a la esencia primitiva de la canción, al núcleo inmortal de la creación. Y lo consigue, ya lo creo.
Durante su actual tour europeo ha llegado a presentar más de 50 canciones distintas que se van alternando día tras de día, de forma que es imposible saber qué temas acomterá en escena. Sólo parece cumplirse una regla, las encargadas de cerrar la velada parecen ser «Blowin in the wind» y «Like a rolling stone» de forma alterna. En Jaén fue esta última la encargada de poner punto y final al concierto, con un público entregado al catártico ritual. No ocurrió así con el resto de los temas, sino que el rugir de la multitud se dejaba escuchar sólo entre tema y tema, aunque eso sí, con fuerza, mucha fuerza. Al menos la suficiente para que Dylan sonriera a lo largo de toda la velada y llegará incluso a hacer una reverencia al respetable. Aun así, fueron pocos los que se dejaron arrastrar por el estribillo de «Stuck inside of mobile» o por el ritmo brutal de «Thunder on the mountain», quizá esperaban temas más reconocibles pero los conciertos del Dylan de los últimos 15 años no se mueven en esa dinámica, sino que se trata de una exposición artística y clásica de hermosas canciones, independientemente de lo conocidas que sean. Requieren cierto esfuerzo por parte del espectador, un interés por la música más allá de estructuras preconcebidas, siendo entonces cuando realmente se disfruta de una experiencia inigualable.
Cuando el concierto hubo finalizado, tras casi dos horas desde su inicio, quedó claro que Dylan había vencido. Había presentado su propuesta y ésta había sido aceptada por el público como la ovación final sentenció. Fue a la salida cuando también quedo claro que tan sólo se había llenado la mitad del aforo (4.000 personas llegué a escuchar). Afortunadamente, para una leyenda como él, cada día más bandido, el número parece significar muy poco. Es su oficio y punto.