DISCOS
«Ahora, lo que hacen estos gamberros convertidos ya casi en ideólogos de la calle, es darle una vuelta a la energía y ofrecerla a bocados más comedidos y con diferentes sabores»
Shame
Food for worms
DEAD OCEANS, 2023
Texto: SARA MORALES.
Continúan siendo aquellos chicos del sur de Londres que berreaban contra los engaños del sistema, pues la saña enmarañada de “Six-pack” les delata. Sin embargo, algo ha cambiado en ellos. Quizá, aunque sea una idea manida y recurrente que muchos músicos detestan, lo único que sucede es que han madurado. O, sencillamente, puede que se hallen asistiendo a su propia resaca, al bajón tras la juerga post punk con la que conquistaron la escena en 2018 a través de su primer disco, Songs of praise, y aquella rabia que sonorizó la frustración juvenil. Puede, incluso, que las ganas de pogo que demostraron en su segunda entrega, Drunk tank pink (2021), ahora hayan mutado en reflexiones y arranques más serenos, más sensatos. Pero, lo que está claro es que, con este tercer disco, la banda de Charlie Steen ha dado un salto cualitativo con respecto a su propia propuesta y, lo que es más importante, lo han conseguido sin dejar de ser ellos mismos.
La furia, sonora y lírica, permanece indeleble; pero, ahora, no tiene adjudicado el rol protagonista todo el tiempo. Ahora, lo que hacen estos gamberros convertidos ya casi en ideólogos de la calle, es darle una vuelta a la energía y ofrecerla a bocados más comedidos y con diferentes sabores. Por eso, encontramos en este Food for worms pasajes combativos como “Alibis”, recreos de distorsión como “Yankees”, misivas sociales en forma de teatro clásico como “Different person” e incluso una balada. Sí señores, Shame se han marcado una balada. Se llama “Orchid”, es un oasis en mitad de su habitual y enfurecida entropía, una demostración del punto de libertad creativa en el que se encuentran y una delicia poder escucharles en estos códigos inusitados.
El vértigo, la vergüenza, la inseguridad y la euforia personales a las que se referían en los planteamientos de sus discos anteriores, ahora se ha transformado en un análisis hacia fuera. El “yo” ya no ejerce toda la fuerza, o sí, pero para poner la mirada en los demás, en el mundo, en “el otro”. El individuo ya no se analiza tanto a sí mismo, sino que dedica todo su énfasis a observar y valorar lo que le rodea, poniendo especial interés en relaciones compartidas como la fraternidad, la hermandad y, sobre todo, la amistad; entre otras cosas, para homenajear la que les ha llevado a ellos mismos, a los cinco de Shame, a estar donde están.
El carácter hooligan de sus coros, fruto de esa camaradería leal, ahí continúa también; aunque, en esta ocasión, la instrumentación general del disco ofrece muchas más aristas, detalles y recovecos por los que apetece inmiscuirse (“Adderall” y “Fingers of steel”). Han enriquecido su música, le han otorgado un poso de emoción y de emotividad sin perder las ganas de guerrear, manteniéndose en pie, siempre dispuestos para la batalla; aunque, desde ya, también para la cavilación. Y está claro que el papel de Flood a la producción, que viene de trabajar en discos de U2, Nick Cave o PJ Harvey, ha ejercido su influencia, pero de nada valdría esta si Shame no poseyeran la materia prima y, sobre todo, si no les hubiera dado la gana. Pero ha sido que sí. Disfrutémoslo.
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Anterior crítica de discos: Recuerdos de puzzles y dragones, de Puzzles y Dragones.