«No interactuaron apenas con el público, no hubo presentación de los músicos, ni siquiera mostraron complicidad entre los miembros de la banda»
El plato fuerte del festival San Miguel Primavera Club, los Fleet Foxes, actuó en la sala La Riviera. El grupo de Seattle presentó su segundo trabajo “Helplessness Blues” (2011), que sigue la estela serena de su álbum debut, en un escenario que no ayudó a la hora de transmitir el intimismo de su música.
Fleet Foxes
25 de noviembre de 2011
Sala La Riviera, Madrid
Texto: HÉCTOR SÁNCHEZ.
Fotografía: ESTEFANÍA RUEDA.
Al pensar en un concierto o en un festival es fácil que nuestra mente se llene de imágenes de una masa enfervorecida de gente dando saltos, levantando los brazos y agitando la cabeza como si actuaran bajo los efectos de un salvaje ritual. Sin embargo, cuando los Fleet Foxes aparecieron ayer sobre el escenario de La Riviera con una puntualidad británica, dieron las gracias a los asistentes y se lanzaron con ‘The plains / Bitter dancer’, el público estaba manso, calmado, no había vorágine, todo era paz. También ayudaba el fondo de estrellas que se proyectaba detrás del grupo de Seattle.
El sexteto llegó para presentar su segundo disco, “Helplessness blues” (2011), pero antes de dedicar un repertorio dominado por ese trabajo (y en el que faltó ‘Montezuma’), el grupo nos transportó a ‘Mykonos’ y a Brighton con ‘English house’, dos temas extraídos de su EP “Sun giant” (2008). Tras estas dos canciones, ‘Battery kinzie’ fue muy bien acogida por el público pero al mismo tiempo se notó que la acústica de la sala no era tan buena como debería y cómo el sonido de las voces pasó un poco desapercibida.
Otro tema tranquilo, ‘Bedouin dress’, dio paso a ‘Sim sala bim’, una canción con una batería potente y que sirvió para que la banda animara al público con palmas. ‘Your protector’ no solo fue la primera canción que tocaron de su álbum debut, “Fleet Foxes” (2008), sino que además confirmó que la sala y la acústica no les estaba haciendo ningún bien a un grupo como este. A pesar de esto, la banda consiguió que el público comenzara a bailar con su tema más popular, el ya clásico ‘White winter hymnal’ y la canción más aplaudida del concierto. Los espectadores se fueron animando con ‘Ragged wood’ pero se calmaron de nuevo con la parte más tranquila del tema.
Entre ‘He doesn’t know why’ y ‘Lorelai’, el grupo se dirigió al público con un escueto “¿qué tal?”; una de las pocas referencias hacia los espectadores. A continuación, los Fleet Foxes tocaron de un tirón ‘The shrine / An argument’, con su peculiar solo de saxo; ‘Blue spotted tail’, donde un energúmeno del público rompió el momento con unos gritos dignos de un orco de las minas de Moria; y ‘Grown ocean’, el último tema del disco. Con estas tres canciones, tocadas exactamente en el mismo orden dentro del álbum, el sexteto se despidió casi a la francesa. “Adiós”. Y se fueron.
Tampoco se hicieron de rogar mucho para volver a subir al escenario. El sol se levantó en los bises con ‘Sun it rises’, pero se levantó a medias. ¿Por qué eliminaron el comienzo de la canción? ¿Por qué quitaron la mejor parte? ¿Dónde se dejaron las “rojas ardillas” con las que abrían su álbum homónimo? Una pena que fulminaran el comienzo genial del tema. ‘Blue ridge mountains’ precedió a la última canción de la noche y que sirve de título del segundo disco, ‘Helplessness blues”. Los Fleet Foxes dieron las gracias y ahí sí que se fueron.
No interactuaron apenas con el público, no hubo presentación de los músicos, ni siquiera mostraron complicidad entre los miembros de la banda. El grupo de Seattle ofreció una imagen seca de cara a los espectadores, pero no seca como si fueran antipáticos, sino como si estuvieran cortados, fueran tímidos o les faltara un poco de fuerza.
Los Fleet Foxes son buenos músicos, sus álbumes y sus canciones demuestran que tienen mucho talento. Sin embargo, el directo no sirvió de lucimiento, las armonías vocales que tanto les caracterizan pasaron desapercibidas por una acústica que dejó mucho que desear y que no llegó por igual a toda la sala. La sala La Riviera no fue el lugar idóneo para aprovechar y sacar el máximo partido de la magia del grupo. Lástima. Podría haber sido un concierto muy emocionante. La sensación de calidez frente al frío que transmiten sus discos no se percibió en un recinto tan grande y caótico. Una actuación de un grupo como este exigía un escenario más reducido, más íntimo. Una sala más pequeña o, incluso, un teatro hubieran beneficiado a los Fleet Foxes. Quizá la próxima vez.