FONDO DE CATÁLOGO
«Nick Drake habita en el Olimpo de los grandes dioses de la música, siendo Five leaves left la perfecta puerta de entrada a su personalísima religión»
Nick Drake
Five leaves left
ISLAND RECORDS, 1969
Texto: SARA MORALES.
Five leaves left ha pasado a la historia como uno de los mejores y más enigmáticos discos de debut de los años sesenta. A manos de un joven británico tímido y retraído, tendente a la melancolía y al aislamiento llamado Nick Drake, que jamás imaginó que esta primera huella en su camino discográfico asentaría las bases de un porvenir musical tan elogiado y fundamental en el marco del siglo veinte. Sí, el tiempo ha dado la razón al carácter imperecedero de la obra de Drake, compleja, difusa, hirientemente introspectiva, al tiempo que, por esto mismo, profundamente empática y sensible. El canto folk de la tristeza que, en su momento, fue subestimado por la ausencia de técnica ortodoxa y de excelsa promoción, pero que supo llegar al alma de un público necesitado de propuestas que transmitieran naturalidad, transparencia y humildad.
Drake aportó todas estas cualidades con sus canciones y demostró que un puñado de arreglos ligeros y una producción sencilla encaminada al pop eran suficientes para la conquista popular. Una cruzada que se batió muy lentamente, pero de un modo certero, pues hoy, Nick Drake, su figura y su legado, habitan en el Olimpo de los grandes dioses de la música; siendo Five leaves left la perfecta puerta de entrada a su personalísima religión.
Juego de alianzas
Supo rodearse bien en su estreno. A los guitarristas Richard Thompson, de Fairport Convention, y Danny Thompson, de Pentangle, grandes figuras del folk del momento, los convirtió en sus cómplices y a Joe Boyd en su productor, así que las sesiones de grabación arrancaron pronto, y aliadas, en el estudio Sound Techniques de Londres. Boyd tenía puesto todo el empeño en que la voz de Drake se asemejara en intimismo y cercanía a la de Leonard Cohen en su primer álbum, Songs of Leonard Cohen, publicado apenas dos años antes; y Drake, en principio, estaba de acuerdo. Todo había comenzado bien, las intenciones, las ideas, no podían ser más acertadas; sin embargo, pasados los días, el ritmo de trabajo comenzó a torcerse: a Richard Thompson le coincidió la grabación del disco Unhalfbricking de Fairport Convention, por lo que su presencia en el trabajo de Drake se vio interrumpida; comenzaron también las tensiones entre artista y productor, pues mientras Drake buscaba un sonido limpio y orgánico para el disco, Boyd insistía en utilizar la técnica de usar el estudio como un instrumento más, recurso ante el que músico se sentía impostado y tenso.
Finalmente, descartadas las primeras grabaciones, Drake propuso contar con la ayuda de su amigo Robert Kirby, un músico de escasa experiencia pero en quien había encontrado al arreglista ideal. Y así quedó la cosa. Kirby se encargó de perfeccionar la partitura general de todo el álbum, excepto la de la canción “River man”, para la que Boyd se salió con la suya contratando al veterano compositor Harry Robinson porque, a su parecer, a Kirby le quedaba grande. Seguramente, acertó con su apuesta.
Poético decálogo
Es, precisamente, “River man”, uno de los primeros temas que asoma por Five leaves left dejando ya constancia de la suavidad, la sutilidad y los tintes acústicos que perseguía Drake incansablemente. Lo suyo no eran las grandes producciones, ni alcanzar cotas mainstream, lo suyo era trenzar con su voz de tenor aterciopelada un tejido de hilos folk y psicodélicos, que sirvieran de red para la caída de sus fantasmas mentales. Algo que bordó, de manera asombrosa también, en “Way to blue” con esa fusión de cuerdas inspiradas e inspiradoras. O en “Man in a shead”, donde de manera autobiográfica relata la facilidad de un chico para abstraerse del mundo porque, lo que aquí le ata, no termina de convencerle.
Un decálogo cálido y fulgente, alejado todavía de la vereda experimental que tomaría en su siguiente disco, Bryter layter (1970). Melodías relajantes, más que estimulantes, un voz que, por momentos, parece asomarse al blues, versos lentos y reflexivos en un repertorio que quedó tan incierto y etéreo, como atractivo, curioso y excepcional. Pero en mitad de ese maremágnum de diez canciones imposibles de olvidar, se encuentra una en concreto que se talla en la memoria de manera atemporal e inmortal. Un pasaje de extrema belleza y delicadeza que demostró la calidad artística de este Drake primerizo, “Cello song”. Con una tesitura que juega a la mueca semioriental, dejó escrita con ella una de las mejores canciones de toda su obra y de aquel tránsito de los sesenta a los setenta. Solo tenía 21 años y toda la vida por delante, pero, para entonces, él ya había decidido que no sería así.
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Anterior entrega Fondo de Catálogo: Infidels (1983), de Bob Dylan.