DISCOS
«Disfrutan de las composiciones experimentales plagadas de detalles y piruetas melódicas»
White Lies
Five
PÍAS, 2019
Texto: SARA MORALES.
Hace casi cuarenta años, un fanzine inglés le preguntaba a Ian Curtis sobre el futuro del sonido de Joy Division, hacia dónde se encaminaba. El poeta de Manchester no lo dudó: continuar por la senda de las sombras y la oscuridad, con la única luz de los sintetizadores.
No le dio tiempo a presenciar su propio vaticinio, pero acertó. Ya sin su presencia, sus compañeros huérfanos fortificaron la matriz del post punk del que habían sido padres creadores junto a él y lo encauzaron instintivamente hacia derroteros electrónicos. De todos es sabida ya la historia de New Order.
Parece que el latido sombrío del post punk está destinado a evolucionar de forma natural hacia la electrónica. Y eso, augurado por el padre del género, no hace más que legitimar los caminos que, todavía hoy, las bandas que han seguido su estela van tomando a medida que asisten a su propia madurez. En este 2019 ha vuelto a ocurrir. White Lies, que nacieron hace ya diez años como continuadores revival del legado post punk, presentan hoy al mundo su quinto álbum, Five, envuelto en una toda una liturgia synth.
El trío de West London confiesa que con este nuevo trabajo han querido celebrar su primera década de existencia expandiendo su sonido. Explorando nuevos territorios artísticos, experimentando y rastreando las posibilidades de su propia identidad. Por eso, no se han cortado nada abriendo el disco con un tema de siete minutos y medio, «Time to give», que se balancea en la ópera cósmica con el bajo como resorte y la voz de McVeigh que, más aterciopelada que de costumbre, ejerce de luz al final del túnel.
Al parecer, el registro de barítono tenebrista al que nos tenía acostumbrados ha mutado en un careo crooner al que se enfrenta sobrado y con altura. Lo demuestra también en la semi gótica «Never alone» y en la declaración vocal de prácticamente la totalidad del álbum.
De aquel inolvidable Big TV de 2013 que los llevó hasta lo más alto, queda la energía y la actitud, pero aquella rabia y aquel nervio canalizados en una sucesión imparable de hits, se escoltan ahora en un aliento más lánguido y suavizado aunque no por ello menos apetecible y empático. Sencillamente asistimos a otra etapa. Aún así, «Jo?» recupera ese anhelo frenético de cuando los ahora treintañeros apenas sumaban veinte.
Sin dejar de ser quienes son, con este álbum, White Lies nos muestran sus otras aristas. Las de tres tipos que empiezan a interiorizar la música, y la vida, a pequeños sorbos para degustarla; las de una banda que comenzó dando bocados de post punk afilado con riffs de vértigo, y ahora disfrutan de las composiciones experimentales plagadas de detalles y piruetas melódicas (escuchar «Finish line», «Denial» y «Fire and wings»).
Sus canciones han tomado un rumbo más complejo, exactamente como ocurre con la visión del mundo cuando uno crece y toma consciencia de en qué consiste el juego. Y aunque sus letras —creadas por el bajista del grupo Charles Cave— se mantienen intactas a caballo entre el intimismo y las debilidades humanas, la melancolía innata que profesan suena más espiritual y orgánica que antes tal y como demuestran en «Kick me». Sin embargo, es en esa destreza suya para convertir el golpe nostálgico en un calambre pop, e incluso nuevaolero, donde hallamos los grandes tesoros que esconde este quinto trabajo llamados «Tokyo» y «Believe it».
Five, compuesto y grabado entre su tierra y Los Ángeles junto a Ed Buller (productor también de su álbum debut en 2009, To lose my life…, y el referencial Big TV) es ese tipo de discos que cautivan por encontrarse en el momento y en el lugar exactos; por llegar en el tiempo que corresponde esculpiendo ese maldito, pero inevitable, punto de inflexión entre lo que fuimos y lo que seremos.
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Anterior crítica de discos: I trawl the megahertz (reedición), de Prefab Sprout.