OPERACIÓN RESCATE
«Moradores de las tierras del riesgo, se retaban a sí mismos en un desafío permanente»
La crítica y el público masivo se acercaron a ellos en su segundo disco, pero fue el siguiente, First band on the moon, el que multiplicó el interés por The Cardigans. Sara Morales nos habla hoy de este popular disco del grupo sueco.
The Cardigans
First band on the moon
MERCURY, 1996
Texto: SARA MORALES.
El éxito de la carrera de los Cardigans residió en su versatilidad. Moradores de las tierras del riesgo, se retaban a sí mismos en un desafío permanente que los llevó a mostrarnos con cada uno de sus trabajos una cara distinta, desconocida, como si tras un disco muriesen para nacer de nuevo con el siguiente. Se disfrazaban de géneros, jugaban a estirar su sonido y ver hasta dónde podía llegar; y en esa travesura de reinventarse constantemente, bajo las caretas de una personalidad múltiple, les vimos transitar por el primer indie con su álbum de debut, Emmerlade (1994); por el pop refrescante con su segundo disco, Life (1995); por las guitarras procesadas en burbujas electrónicas con este First band on the moon (1996) y hasta por un rock alternativo —indulgente más bien— que alcanzaría su propia gloria con aquella gema irrompible llamada «My favourite game» perteneciente a su cuarto álbum, Gran turismo (1998).
Lo que hoy podría tacharse de falta de coherencia o ausencia de definición y fidelidad, en su día se tradujo en una estratégica cruzada para abrirse mercado atrayendo nuevas audiencias y haciéndose sitio en las listas de lo más sonado de todo el mundo, desde un rincón de su Suecia natal. Por eso, cuando vio la luz este tercer disco, en el que en mitad de un sosiego acaramelado e inofensivo irrumpen con la versión del «Iron man» de Black Sabbath, ni chirrió en exceso, ni resultó incongruente. Así funcionaban ellos y así les comprendía el público.
Es cierto que el guitarrista Peter Svensson y el bajista Marcus Sveningsson venían de tocar en una banda de hardcore metal cuando fundaron The Cardigans junto a Nina Persson allá por 1992. Y también lo es que la voz de Nina siempre fue capaz de dulcificar cualquier pasaje que se le pusiera por delante. Pero cuando nadie parecía haberlos invitado a la fiesta del trip hop, como foráneos de la práctica se atrevieron a levantar unos cuantos temas del perfil, terminaron bordándolos con detalles como ese reloj que pía en «New York cuckoo» y acaba siendo arrasado por una batalla de cuerdas; o como esa dulce balada llamada «The great divide», que transcurre en paz y armonía, hasta que al final dobla el ritmo y se enreda en distorsiones.
Sin embargo, fue «Lovefool» la que recibió todos elogios. Agasajada desde su concepción como primer single del álbum, el tema dio la vuelta al mundo entre anuncios publicitarios e incursiones en el cine, porque resultó que su vibrante compás de guitarra, unido a la susurrante lírica de Persson, fue el experimento mejor valorado no solo de este disco, sino de de toda la carrera del grupo. Un hit internacional que les llevó hasta el Grammy a Mejor grupo de pop rock de aquel 1996, al tiempo que se hacían con el Disco de Oro en Suecia y Reino Unido, y el de platino en Japón y Estados Unidos.
First band on the moon, cuyas letras contaron por primera vez con la aportación de su vocalista (antes solo corrían a cargo de Peter y Marcus), fue producido de un modo impecable por Tore Johansson. Y entre todos, volvieron a sorprender a un respetable que asumió cómo el pop electrónico y la instrumentación jazz se daban la mano de un modo sutil pero infalible.
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Anterior entrega de Operación rescate: Play songs for Rosetta (1997), de Jas Mathus & His Knockdown Society.