“Firepower”, de Judas Priest

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DISCOS

“No tienen el factor cool de Metallica ni el showmanship de Iron Maiden, pero tienen una grasa y una agresividad únicas”

 

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Judas Priest
“Firepower”
SONY

 

Texto: JUANJO ORDÁS.

 

Señores lectores de EFE EME: sé que el heavy metal no es lo suyo en general, pero antes de pasar por alto esta crítica, lean un ratito. Porque es una crítica bien merecida. Dejemos a un lado que trata sobre un disco de Judas Priest, que, ya sabemos, tocan metal, un género que la crítica adulta rechaza. Olvidemos que el disco se llama “Firepower” —que no es un título muy intelectual que digamos— y que su portada es un robot disparando. Y ahora continuemos. ¿Siguen ahí, verdad?

Lo alucinante de este disco es que viene de una banda que lleva cuarenta y cuatro años en activo, con una docena de álbumes que definen un género, y que en 2018 editan una obra que puede mirar de tú a tú a sus discos clásicos. Volviendo a dejar a un lado que hablamos de unos tipos que hacen heavy metal, ¿cuántas bandas hay capaces de parir tras cuarenta y pico años de andadura un disco capital en su trayectoria? Muy, muy pocas. Y hablo de todos los géneros, no solo de metal. Pero estos señores que hacen una música que rechaza la alta cultura (como si tal cosa existiera) han dado un golpe sobre la mesa y han demostrado que nunca es tarde para exprimir una vez más los jugos creativos y dar lo mejor de uno mismo. Y todo en un disco largo —llega casi a la hora de duración— en el que no sobra nada. ¿Hay clichés? Claro. Como debe de ser. Pero lo mejor es que dentro de su estilo han cuajado canciones bárbaras. Judas Priest no tienen el factor cool de Metallica ni el showmanship de Iron Maiden, pero tienen una grasa y una agresividad únicas.

Indagando en su historia reciente, resulta aun más sorprendente que “Firepower” sean tan exageradamente bueno. Desde que hace catorce años Priest se reunieran con Rob Halford, su vocalista clásico, la banda había sido incapaz de conseguir un disco perfecto de principio a fin como tantas veces hicieron en los setenta, ochenta y primerísimos noventa. Encima, quedaron fatal anunciando una gira final que de final no tuvo nada, perdieron a uno de sus guitarras originales y ahora acaban de perder a otro —al menos temporalmente— víctima del Parkinson. En esas circunstancias conciben “Firepower”, lo mejor que han hecho desde el lejano “Painkiller” de 1990 y a la altura de este y sus obras magnas. Acojonante. Se pueden inventar todas las giras de despedida que quieran mientras sigan soltando cosas así cada par de años.

Anterior crítica de discos: “Luz y resistencia”, de Alborotador Gomasio.

 

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