“¿Novedoso? No, pero la propuesta es notable. ¿Merecedor? Sin duda, por ello no hay que perderle la pista. ¿Oscuro? Sí, aunque se vislumbre esperanza tras los títulos”
El productor, cantante y compositor Fin Greenall, alma mater de Fink, recaló en Madrid para presentar su último trabajo, “Resurgem”. Al concierto acudió Miguel Tébar A.
Fink
Teatro Barceló, Madrid
5 de noviembre de 2017
Texto: MIGUEL TÉBAR A.
Fotos: PILAR MORALES.
Fink, hasta ahora conocido como trío, acaba de regresar a nuestra península con un sexto álbum de estudio recién salido del horno, titulado “Resurgam” —que significa en latín “De nuevo” y según su propia matización “Me levantaré nuevamente”—. Ha sido editado en R’COUP’D (su propio subsello para Ninja Tune), al igual que sus últimos trabajos. De los cuales, tristemente obvió el reciente ejercicio de género que es el volumen 1 del “Fink’s Sunday Night Blues Club” (2017) y sutilmente subrayó la habilidad como productor y remezclador que supuso “Horizontalism” (2015). Faceta recuperada tras su nueva residencia en Berlín y que únicamente se ejemplificó —entre un repertorio de quince temas— con el etéreo mantra ‘Fall into the light’.
La decisión de ampliar a quinteto la formación añadiendo un segundo baterista y otro guitarrista confiere, a su ya delicada propuesta, un directo menos acústico y más contundente. Sin perder por ello la calma sombría de una música profunda que por capas va incrementándose hasta desvanecerse justo antes del clímax, siempre mecida por la confortable y melancólica voz de su líder Fin Greenall. El inglés, nacido en 1972 en Cornwall, oculta su rostro tras su puntiaguda barba canosa y gorra de beisbol, canta con los ojos cerrados y sonríe tras recibir el calor de un público incondicional, agradece la complicidad de sus antiguos compañeros Tim Thorton (batería, guitarras y coros) y Guy Wittaker (bajos eléctricos y acústicos), y se olvida de presentar a sus dos nuevos músicos —más jóvenes que ellos—.
Obviamente su repertorio se centró principalmente en seis de las diez nuevas canciones, entre las que destacan en directo el revelador y redentor corte que titula el disco. Además de la rendición a que suena ‘Word to the wise’, acompañado prácticamente solo por él al piano Rhodes, o la repetitiva y tribal ‘Godhead’, la pieza más breve en una hora y tres cuartos de concierto.
Tras la satisfacción que produjo ‘Perfect darkness’ en las caras de quienes al parecer descubrieron a esta banda de culto —aún por reivindicar— a mitad de su carrera, ‘Looking too closely’ se convirtió en la primera ovación, aunque el tema más coreado fuese justo el siguiente: ‘Yesterday was hard on all of us’.
La fuerza contenida de ‘Pilgrim’ la hace adecuada para despedirse. Y ‘Biscuits’, interpretada a solas en el escenario con una sobria guitarra Gretch al cuello, es un ejemplar contrapunto intrínseco al lirismo de las canciones de una carrera reiniciada desde que “trabajaba en una oficina sin imaginar que sentiría actuando ante un público entregado”. Coherente con su dualidad, reconoció que según su manager “los bolos son para contentar al público y no para disfrute de los propios músicos”, antes de despedirse con ‘This is the thing’.
Se supone que el compositor principal de Fink no hubiera llegado a ser un famoso DJ pese a a encontrarse viviendo en Bristol en el momento justo y a su evidente influencia musical —como demostró despachando un didáctico montaje tipo documental de treinta minutos titulado ‘Making a record’, a modo de aperitivo y como prueba de paciencia—. Tras lo visto, un cierto existencialismo le empujó a empuñar la guitarra y defender sus propias canciones, convirtiéndose en el cantautor protegido por los Coldcut en su prestigioso sello de música electrónica (y no solamente), considerándolo por ello como un artista creativo y diferente.
¿Novedoso? No, pero la propuesta es notable. ¿Merecedor? Sin duda, por ello no hay que perderle la pista. ¿Oscuro? Sí, aunque se vislumbre esperanza tras los títulos. ¿Sorprendente? Tanto como la fachada del teatro Barceló oculta tras una inmensa bandera de España. Previniendo malos entendidos, Fink es todo un bluesman en pleno S. XXI.