Fina estampa, de Brava

Autor:

DISCOS

«Brava resiste con su rock cañí como esos claveles, capaces de brotar en latas de cerveza para preservar la autenticidad de barrio»

 

Brava
Fina estampa

AUTOEDITADO, 2024

 

Texto: MARÍA CANET.

 

Un clavel dentro de una lata de Mahou. La imagen en sí encierra una paradoja: un desecho mantiene con vida a una flor. El terciopelo rojo de los pétalos sostenido por la boquilla cortante de la hojalata; una convivencia atípica, forzada, pero atrayente. Una belleza embrutecida y cotidiana, surgida de la rapidez y del ingenio que se agudiza en la periferia. Una belleza improvisada, que brota sobre el asfalto, entre restos de pipas y balonazos en el descampado, y que poseen las canciones de Fina estampa (autoeditado, 2024) el primer larga duración de Brava.

El conjunto de Aluche formado por la vocalista Nerea Santotomás, Jorge Montero (guitarra), Mario Fuentes (batería) y Jaime Osuna (bajo), publicaba a finales del mes de mayo su primer disco, bajo la producción de David Baldo (Carlangas, Repion,Shego). Un compendio de diez temas con poso callejero, curtidos por el rock urbano, el funk o el sonido Caño Roto, con una clara reivindicación de sus orígenes: el barrio y los setenta. Con una sonoridad marcada por Leño, Burning, Las Grecas o Pata Negra, Brava forman parte de una joven escena que, desde hace unos años, se ha consolidado en la capital, fuera del núcleo central, con la mirada puesta fuera de la M-30 gracias a proyectos como Alcalá Norte, Los Jaleo o Cometa.

El elepé arranca a punta de pistola con la narrativa propia del cine quinqui que los de Aluche convierten en canción. “17 palos” es un corte de cadencia aflamencada y solos eléctricos que derrapan con la prisa de un coche en plena huida, para contar la historia real de Catalina, una joven que con tan solo diecisiete años atracó un banco en la Barcelona de los ochenta. Guitarras que bailan entre el funk y la rumba de Los Chichos prenden la luz de “Farolero”, una confesión íntima a la luz de los focos que Nerea entona con deje cheli, garbo y la chulería folclórica de quién ha hecho su propio camino. Las fronteras entre la calle y la poesía quedan así desdibujadas: «mi vida es un erial / flor que toco se despoja». Las palmas flamencas reaparecen y acentúan el efecto laberíntico de la propia mente.

De hacer del asfalto tu tierra; del tráfico, una nana para conciliar el suelo o del portal, una trinchera desde la que ver la vida pasar, habla “En carne viva”, un rock rápido que bebe del espíritu canalla, pero noble, de Extremoduro o Estopa, donde la vocalista se envalentona con fiereza a la vez que se desgarra sin miramientos, para afrontar la cruda realidad y deleitar con una alegoría de estampas cotidianas escuela Kiko Veneno.

Los villanos de la peli aparecen en “Leña en el barrio”, a medio camino entre el rockbilly y el ska, una punzante puñalada a las fuerzas del orden que ejercen un abuso de poder, mientras se hace un alegato a favor de las redes vecinales que mantienen a flote la humanidad. “Laberinto” es la pausa melódica con guiños stonianos para formalizar una declaración de amor por el género, «vivo a los pies del rock and rol», para cuestionarse y reflexionar sobre ese entramado vital a base de elecciones y sacudidas inevitables escondidas bajo el concepto “suerte”.

Los urgentes riffs de “Muy profesional”, que remite a los Leño del “Sí, señor”, alertan con refinado sarcasmo sobre una relación tóxica salpicada de excesos, mientras que “Perrx”, bailable pieza disco setentera con guiños al rap y verborrea castiza, ahonda en anhelos y heridas «anda, encuéntrame un padre que no esté siempre ausente/ que seas mi perro para siempre y pasearte entre la gente»; la vocalista pasa de ladrar a la vida, a manejar su correa. El orgullo y la chulería propia del barrio afloran en la rumbera “Cuando te vayas”, donde las guitarras parecen echar sal a la herida, en forma de desafío. “Amiga” es una aproximación al soul, prueba de la versatilidad vocal de Nerea Santotomás, vertebrada sobre la exaltación de esas superheroínas que son las amigas, mientras la percusión juega a imitar el sonido de la locomotora de un tren en marcha que acelera por la vida, pero cuyos vagones se mantienen unidos. “Malos tiempos”, con poso tenebroso a lo ZZ Top, constituye una defensa, con la navaja afilada entre los dientes, del rock and roll, que resiste a pesar de las constantes adversidades.

Con su extraña belleza de aceras grises, edificios de ladrillo visto, toldos verdes y desangelados descampados, Brava resiste con su rock cañí, como esos claveles capaces de brotar en latas de cerveza para preservar la autenticidad de barrio.

Anterior crítica de discos: Pull the rope, de Ibibio Sound Machine.

 

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