VIGÉSIMO ANIVERSARIO
«Se afanó en la búsqueda de la melodía perfecta, un empeño que distingue a los grandes artesanos de canciones»
Estos días Elliott Smith —a quien dedicamos un amplio reportaje en el número 12 de Cuadernos Efe Eme— vuelve a las tiendas con dos lanzamientos en torno a su obra, Elliott Smith y Live at Umbra Penumbra. Sin embargo, hoy Fernando Ballesteros vuelve la vista sobre uno de sus discos cruciales: Figure 8, que cumple 20 años. Un disco que grabó en Abbey Road, entre otros estudios, y en el que contó con la producción de Tom Rothrock y Rob Schnapf.
Elliott Smith
Figure 8
DREAMWORKS, 2000
Texto: FERNANDO BALLESTEROS.
Para comprender mejor lo que se podía esperar de Elliott Smith en el año 2000, es útil darse una vuelta primero por 1998. Ese fue el momento en el que su popularidad creció de una forma considerable. Fue el año en el que se editó XO, el cuarto disco solista de un artista cuya grandeza se dibujaba ya desde los lejanos tiempos postgrunge de Heatmiser.
El caso es que, mientras su carrera artística avanzaba, los demonios de Smith también iban ganando terreno en su atormentada cabeza. A finales de 1997 se había lanzado desde un acantilado, en una primera tentativa de suicidio que se saldó con un aterrizaje en la copa de un árbol y daños de poca consideración. Había dado el primer aviso. Aquel mismo año había editado Either/or, un disco que iniciaba una trilogía colosal que iba a ser coronada, en el comienzo del nuevo siglo, con el disco que hoy nos ocupa.
Esa dualidad en la realidad de Elliott, lo bien que parecían ir las cosas en cuanto a reconocimiento y lo complicado que era todo en su interior, se manifestaba también en su día a día. El culto que se genera alrededor de figuras como la suya hace, en muchas ocasiones, que el observador se haga una idea equivocada del personaje y crea que era un tipo taciturno, doliente y triste. Y no siempre es así: cuentan sus amigos que tenía mucho sentido del humor y que le encantaba reír.
Lo que sí es cierto es que Smith no convivía de forma demasiado amigable con la popularidad, y cuanto más grande era esta, más dificultades encontraba para ser feliz. Abramos aquí un paréntesis. Sí, porque hay momentos que por su simbolismo nos pueden ayudar muy bien a comprender una situación como la que vivía el creador en este punto de su trayectoria.
Un «infiltrado» en los Óscar
Habíamos quedado en que Either/or cosechó un reconocimiento que despertó el interés de Dreamworks, que le terminó fichando y le puso en un escaparate bastante más visible. El director de cine Gus Van Sant fue uno de los que le descubrió, y le gustó tanto que le pidió que le pusiera música a su siguiente proyecto en la gran pantalla. La aportación final fue más modesta, pero “Miss misery”, una de las canciones que Elliott cedió a la banda sonora de El indomable Will Hunting, fue nominada al Óscar en la categoría de mejor canción original.
Era el año de Titanic y, claro, ganó Celine Dion, pero Smith actuó en la ceremonia. Salió con un traje blanco, el pelo sucio y cara de no poder estar más fuera de lugar, protagonizando los dos minutos más extraños de su carrera. ¿Alguno de ustedes ha estado en una fiesta en la que no sabía qué pintaba? Elliott Smith también. Lo dijo en varias ocasiones: todo aquello fue muy raro. Pero lo hizo. Unos dicen que por conocer a Jack Nicholson; otros que, ante la posibilidad de que otro cantante interpretara su canción, decidió que lo haría él.
Canciones menos oscuras
Su mayor exposición mediática puso los focos sobre Smith, así que en el año 2000 el momento era clave en la maniobra de despegue. El 18 de abril llegaba a las tiendas Figure 8, y hubo casi unanimidad en que estábamos ante su disco más pop, el de efectos más inmediatos y, sí, el de mayor potencial comercial. Menos oscuro que su predecesor, el elepé se abre a nuevos horizontes, pero al mismo tiempo ha de enfrentarse a la opinión de una crítica y unos fans veteranos que nunca habían tenido que lidiar con tantas novedades a la hora de escuchar un nuevo disco de Elliott.
Quizá por eso, porque intuía que más de uno iba a arquear las cejas escuchando sus nuevas creaciones, el artista se dedicó a testarlas ante el público antes de registrarlas en el estudio. En el momento de dar ese último paso contó con más medios que en sus anteriores grabaciones. También echó mano de arreglos más complejos y se afanó en la búsqueda de la melodía perfecta, un empeño que distingue a los más grandes artesanos de canciones. Para la ocasión asumió casi todo el protagonismo y se ocupó de la instrumentación, con la ayuda, eso sí, de alguno de los miembros de su círculo de confianza y un reputado batería, Pete Thomas, que ya había puesto sus baquetas al servicio de gente como Elvis Costello o Tom Waits.
Beatles, cuerdas y psicodelia
Hablábamos de la búsqueda de la melodía perfecta, y no puedo dejar de preguntarme si no está muy cerca la inicial “Son of Sam” de ser precisamente eso. No extraña, por lo tanto, que se eligiese como single, aunque tampoco ocurrió demasiado con ella en los circuitos comerciales. Hay bastante de sus adorados Beatles en la canción de apertura, y ese ingrediente no desaparece —más bien, se acentúa— en “Somebody that I used to know”, mientras que la notable “Junk bond trader”, apenas baja un escalón el nivel.
Los tonos acústicos reaparecen en “Everything reminds me of her”. El eterno caballo de batalla del pop, la pérdida del amor, preside una canción dominada por esa sensación de melancolía tan presente en la discografía del norteamericano. Y si el disco comienza de forma sublime, qué podemos decir de “Everything means nothing to me” y sus emocionantes cuerdas: psicodelia bonita, belleza en estado puro, envuelta en una voz que acaricia. Y esa voz vuelve a ser un valor añadido a las grandes composiciones: la voz y su tratamiento, con ese gusto que tenía Elliott por doblarlas y tratarlas en el estudio.
La electricidad, las luces que se cuelan y que, por momentos, parecen dejar atrás al Elliott sombrío, aparecen con todo el fulgor del mundo en “LA”. Su nueva residencia en tierras californianas podría estar detrás del giro moderadamente optimista de su sonido, aunque hay otro dato que explica las cosas. Miren ustedes, no se puede sonar triste todo el tiempo cuando tienes en un altar a los cuatro de Liverpool. Su espíritu, por cierto, también está presente en “In the lost and found (honky Bach) the roost”. O tal vez un poquito más presente de lo habitual, que ya es bastante.
Esa influencia, igual que su marcado espíritu punk en otros momentos, está detrás de otro factor que distingue su obra: el de Omaha estaba muy lejos de ser uno más en el pelotón de atormentados autores de canciones que han escuchado mucho a Nick Drake. No, amigos, él tenía mucho más y le dio tiempo a demostrarlo.
“Stupidity tries” es otra de esas canciones que, me van a permitir el ditirambo, vale por toda una carrera. Y así transcurre un disco, que se eleva muy por encima de los debates, para convertirse, en un maravilloso muestrario de canciones, de un creador, que vivía un momento especialmente dulce. Sólo así te puedes explicar que, después de lo que ya nos ha ofrecido “Figure 8” a estas alturas, se descuelgue con “Happiness/The gondola man” depurado y mayúsculo pop.
Gira con secuelas
Smith y los músicos que le acompañaban en los escenarios comenzaron a tocar por Europa y Estados Unidos. Lo hicieron desde marzo y hasta diciembre. La carrera de Elliott, volvemos a la ideal inicial, iba viento en popa. Mientras, en su vida personal, en su cabeza, ocurrían otras cosas.
De aquella tanda de conciertos y su exigente calendario, salió arrastrando una adicción a la heroína que iba a empeorar mucho las cosas. Y es curioso, porque en contra de lo que se ha dicho en muchas ocasiones, su exnovia Joane Bolme mantenía que Elliott siempre bebió mucho, pero nunca consumió otras drogas hasta pocos meses antes de la salida al mercado de este disco.
De vuelta a casa, tras la gira de presentación, Smith era otra persona. Se volvió mucho más desconfiado, rozaba lo paranoico hasta el punto de creer que su sello discográfico quería destruir su carrera. Su salud se echaba a perder a ojos vista. No dormía, apenas se alimentaba. Se derrumbaba. Sus conciertos, cada vez más esporádicos, recibían malas críticas, y su aspecto preocupaba a la gente que le quería, a la que le costaba, cada vez más, mantener el contacto con él.
En esos tiempos turbulentos comenzó y abandonó varios proyectos para darle continuidad a Figure 8. Sorprendentemente, los primeros meses de 2003 parecieron traer una mejoría a su salud, consecuencia del abandono de los malos hábitos. Pero fue un espejismo. El 21 de octubre una puñalada en el pecho acabó con su vida a los 34 años.
Su novia, Jennifer Chiba, declaró que discutieron, ella se metió en el baño, le oyó gritar y cuando salió se encontró a Smith con un cuchillo clavado en el pecho. La investigación saldó aquello como un suicidio.
Epitafio
From a basement on the hill, editado ya tras su muerte, es el resultado de todas las idas y venidas de Elliot en sus últimos cuatro erráticos años de vida. Siempre nos quedará la duda, nunca sabremos cómo había concebido ese disco que terminó siendo un digno pero irregular epílogo de su carrera. Había sido una figura de culto en vida y se iba a convertir en una leyenda, un mito, cuya importancia no ha hecho más que aumentar, alimentada por lanzamientos y reediciones. De lo mejor de ese catálogo, sin duda, New moon, brillante trabajo que recopilaba material no editado de la época de su acústica y desnuda trilogía inicial.
Figure 8 conocerá nuevas vidas en forma de reediciones, como ocurre este año con su debut, y estará presente en próximas generaciones. Es una obra para siempre, firmada por un artista eterno.
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