«Cuando se habla de los Balcanes, los ‘a prioris’ y las generalizaciones nos hacen pensar en tráfico de coches viejos, de órganos, de seres humanos, de mafia. Nosotros queremos hacerle saber al gran público que existe un ‘tráfico balcánico’ de cultura»
Del 12 al 15 de abril Bruselas acoge el Balkan Trafik, un muy especial y único festival dedicado a la cultura y tradiciones balacánicas. César Campoy, experto en sonidos de la zona, nos lo anticipa.
Texto: CÉSAR CAMPOY.
¿Qué tienen en común el inclasificable director griego Yorgos Lanthimos, y el rey de la trompeta serbio? ¿Y un paseo en motora del mariscal Tito junto a Richard Burton y Elisabeth Taylor, y las manos más veloces al cimbalón a esta orilla del Danubio? ¿O un buen vino de Santorini, y un grupo de música polifónica de una aldea albanesa? ¿Y el joven Kusturica, y una muestra de danzas macedonias? ¿O el viejo puente de Mostar, y una contundente banda de rock kosovar? Pues que todos ellos se darán cita en la sexta edición del festivo Balkan Trafik que vuelve a tener lugar en Bruselas, entre los días 12 y 15 de abril. Cuatro jornadas que huelen a música, a gastronomía, a jolgorio (pero, también, a recogimiento), a sentimiento, a arte, a cine, a danza, pero, sobre todo, a interculturalidad. ¿Cuántos lugares del mundo pueden presumir de convertirse en verdadero punto de encuentro e intercambio de pareceres culturales entre pueblos tan, a priori, mal avenidos, como el turco, el griego y el macedonio, o el bosnio, el albanés y el serbio?
Sin duda alguna, Nicolas Wieërs, alma mater de la criatura, es uno de los principales responsables de que, hoy por hoy, sea difícil imaginar, para cualquier amante de los ritmos y la cultura balcánicos, otra oferta mejor que la que brinda Balkan Trafik, a partir de la producción de BOZAR y 1001 Valises y el apoyo de innumerables instituciones públicas y empresas privadas (casi una treintena): «Cuando se habla de los Balcanes, los ‘a prioris’ y las generalizaciones nos hacen pensar en tráfico de coches viejos, de órganos, de seres humanos, de mafia. Nosotros queremos hacerle saber al gran público que existe un ‘tráfico balcánico’ de cultura. Es, simplemente, la realidad de la zona lo que puedes encontrar en el festival, ni más ni menos. Cada uno de los grupos con los que contamos tiene una historia, ya sea la de la inmigración, la del exilio, la de la tradición de una región, la de un antiguo medio de comunicación convertido en arte, la de la representación de una corriente religiosa, o la del día a día de nuestros vecinos de la Europa del Sureste (las músicas de bodas y funerales, sin ir más lejos). Cada grupo nos cuenta algo y eso nos sirve para aprender algo del ‘otro’ y su historia», afirma.
Las cifras de este año del Balkan Trafik asustan: Más de doscientos artistas conforman un conglomerado artístico-cultual que convergerá en torno a esa torre de Babel en que devendrá el Palacio de las Bellas Artes de la capital belga. Un centro neurálgico que, a base de una diversión basada en el intercambio, trabaja más por el buen rollo en una de las zonas más inestables de Europa, en cuatro días, que cualquier organismo internacional en décadas. Y juega con ventaja porque, tradicionalmente, han sido los artistas balcánicos, durante años de confrontaciones, los que más puentes han tendido entre pueblos enfrentados por cuestiones tribales y territoriales, avivadas por unos dirigentes eminentemente troglodíticos: «¿Qué son los Balcanes aparte de un inmenso mosaico de diferencias que ha sido unido durante siglos por diferentes imperios o gobernantes? Afortunadamente, la música ha atravesado las fronteras desde la noche de los tiempos. Un buen ejemplo son las rutas que unían Grecia, Albania, Bosnia, Croacia… En sus diferentes paradas, esa música, los diferentes estilos y los mismos instrumentos se fueron intercambiando, y estas raíces comunes han persistido más allá de las guerras», sentencia Nicolas.
Musicalmente, resulta difícil establecer un cabeza de cartel claro y definido. Es cierto que gran parte del respetable esperará ansioso la salida al escenario de Band of Gypsies [aparecen en la fotografía que abre este reportaje], el explosivo proyecto conjunto que se traen entre manos dos de las más importantes orquestas que ha dado la esencia musical romaní a lo largo de su historia: los macedonios Kočani Orkestar y los rumanos Taraf de Haïdouks. Alto voltaje y delirio total sobre el entarimado a partir de varias decenas de músicos que combinan las ya mundialmente célebres fanfarrias, con los violines, acordeones, clarinetes, cimbalones y una dosis de gamberrismo festivo, tan solo digno de la más fastuosa boda gitana en el corazón de Valaquia. No obstante, en tan variado cartel podemos encontrar nombres tan destacados como los de los festivos Koprulu of Berat albaneses, la veterana Amsterdam Klezner Band, el grupo folclórico Dropulli (representantes de la isopolifonía albanesa), los turcos Kirika, el duelo sobre el escenario entre la Dejan Lazarević Orkestar (reina de las últimas ediciones del delirantemente apocalíptico festival serbio de la trompeta de Guča) y la belga Orchestre International du Vetex, y, por supuesto, la puesta en marcha del Ivo Papasov Balkan Project, coincidiendo con el 60 cumpleaños del aclamado clarinetista búlgaro (que llegó a ser adulado por Frank Zappa y producido por Joe Boyd), a través del cual, el propio Papasov compartirá escenario con gigantes de la talla del saxofonista macedonio Ferus Mustafov, el acordeonista rumano Roberto de Brasov y el maestro del cimbalón, el húngaro Kálmán Balogh.
Todos estos artistas desarrollan opciones variadísimas. Más que nada porque, aunque muchos no lo crean, entre los sonidos balcánicos existen similitudes, pero también mucha divergencia. Que no solo de Goran Bregović y sus «bodas y funerales» vive el hombre, aunque su legado e internacionalización de los ritmos de la zona sea evidente: «Personalmente creo que existen muchos celos hacia Bregović. Es un creador que, como otros, trabaja con bases, mezclas de estilos, está atento a la diversidad, y la traduce con sus palabras. Él nunca dijo que no había utilizado la cultura musical romaní para crear su propia identidad musical. Además, tiene el mérito de haber innovado, a diferencia de otros artistas que se limitan a reproducir o copiar. Ah, y a diferencia de otro «gran» artista de los Balcanes, Goran no utiliza su imagen para militar en contra de sus vecinos, no varía su perfil según las épocas, no se cambia de chaqueta y no escupe veneno nacionalista y fascista como otros», aclara Nicolas.
[En la foto, Jericho.]
Otra de las puestas en escena más esperadas será la de Jericho, la banda kosovar liderada por Petrit Çarkaxhiu. Todo un fenómeno en buena parte de la antigua Yugoslavia, que presenta una contundente combinación de rock (en la línea de Rage Against the Machine o Public Enemy), ritmos electrónicos y elementos tradicionales albaneses: «En esta ocasión, tocaremos, exclusivamente, canciones con elementos tradicionales. En conclusión, una mezcla de nuestros riffs garajeros, sonidos electrónicos y raíces musicales kosovares, a partir de instrumentos como el tupan o el surle», confirma Petrit, que aclara que el escenario bruselense no es el ideal para recordar uno de los himnos del grupo, ‘Don’t fuck with Albanians’, símbolo de la lucha juvenil albanesa en la guerra desarrollada en Kosovo contra las fuerzas serbias de Milosevic: «El pueblo serbio es, en general, víctima de los mitos y las historias contadas en sus escuelas, medios de comunicación, iglesia y familias, que consideran que poseen una especie de atributo divino. En tiempos de guerra, me limité a protestar, con mi música, contra las políticas del Estado serbio contra los albaneses, basadas en el asesinato, la deportación y la asimilación». El líder de Jericho, de hecho llegó a declarar que no actuaría en Serbia porque consideraba aquello un hecho inmoral. Más de una década después del fin de la guerra, ¿sus sentimientos han cambiado?: «Aquello lo dije porque en Serbia sigue habiendo fosas comunes de civiles albaneses. A día de hoy, el Estado serbio sigue negándose a entregar aquellos muertos a sus familiares en Kosovo. Eso sí, tengo muchos amigos serbios: músicos, periodistas, miembros de la sociedad civil… Son algunas de las personas más valientes que he conocido, porque están tratando de acabar con los prejuicios y el racismo hacia otros pueblos de los Balcanes. Yo los comparo con los patriotas alemanes que se opusieron al nazismo».
Asuntos políticos al margen, lo bien cierto es que, en lo que sí coinciden buena parte de las jóvenes bandas musicales de los diferentes países de la zona es en incorporar elementos tradicionales a su sonido. Petrit tiene su propia teoría: «Existe un amor hacia la tradición, pero también hacia nuevos sonidos y producciones, así como hacia el desafío que supone mezclar esa tradición con lo contemporáneo, lo nuevo con lo viejo, o, incluso, el Este con el Oeste». Y, ¿qué hay de las nuevas hornadas musicales kosovares? «Bueno, están mucho más ‘relajadas’ que las de mi generación. No tiran tanto de cuestiones existenciales. Muchas, apenas podrían diferenciarse de cualquier grupo de Milán o Stuttgart. Puedes encontrar opciones tan válidas como la post-electronic-new wave de Freelancers, o el punk cínico y explícito de Pink Metal o Me T’njofshem», aclara Petrit.
[En la foto, The Old Bridge.]
Y de la tradición puesta al día, a la recuperación de la esencia de una región. Este año, tres «cafés» de aire más intimista, rendirán homenaje, ofrendado en compañía de muestras gastronómicas y vinícolas, a tres estilos musicales básicos para entender la cultura de los Balcanes: A través del llamado Rembetiko Kafe viajaremos a tierras helenas, sin ir más lejos, subidos en el bouzouki de Manolis Pappos; en el Kabaret Manouche, los ritmos gitanos más variados llegaran, por ejemplo, a través de Fapy Lafertin, un guitarrista en el que, de tiempo en tiempo, Django Reinhardt suele reencarnarse, y, finalmente, en el Sevdah Kafana, la melancolía y desgarro del género tradicional bosnio por antonomasia arribarán de manos de un trío de auténtico lujo, el integrado por las guitarras de Mišo Petrović y Sandi Duraković, acompañadas, a la voz, por el inconfundible Cerkez. Llegan hasta Bruselas a través de The Old Bridge, el proyecto de los dos primeros, pero todos ellos son conocidos por haber dado vida a una de las formaciones que más han hecho por internacionalizar (y poner al día) los sonidos típicos de buena parte de la ex Yugoslavia, Mostar Sevdah Reunion, además, redescubriendo, para muchos, a grandes voces como las de Šaban Bajramović, Ljiljana Buttler o Esma Redžepova. Mišo nos pone al día sobre The Old Bridge, la aventura que toma el nombre del conocido Puente Viejo de Mostar: «Nuestro repertorio incluye temas propios y algunas versiones muy personalizadas de diferentes áreas musicales. Con nuestra música tratamos de conectar el ahora, el entonces, el aquí (nuestra tradición) y el allí (otras tradiciones)».
Como ha sucedido en España con el flamenco, Mišo y los suyos, en su afán por recuperar y poner al día la música tradicional de su país, siempre se han encontrado con muchos detractores: «Oh, por supuesto, en todos los sitios existen los típicos puritanos musicales. En su opinión, Mostar Sevdah Reunion ha destruido la tradicional sevdalinka. Por suerte, son solo una minoría; todos los demás han entendido que siempre hemos tratado de innovar sin romper la conexión con el núcleo de la sevdalinka, que es el sentimiento», aclara uno de los máximos artífices de esa mencionada internacionalización de los sonidos balcánicos, junto al sempiterno Bregović. Buenos tiempos para los ritmos de la zona, aunque tal vez resulte injusto calificar, tal variedad de opciones musicales, con una sola etiqueta: «Espero que esto no esté más que comenzando. Tiene que venir mucho más, teniendo en cuenta el enorme potencial musical de nuestra región. Estoy de acuerdo con que esa generalización no es buena. Efectivamente, la llamada ‘Balkan Music’ no existe como un estilo particular. Por desgracia, mucha gente la identifica, únicamente con los populares sonidos de metal. ¡Falso! Eso no es más que un entretenimiento barato, hay poca música de verdad en ello. Por suerte, este tipo de música está perdiendo territorio», sentencia un Mišo que nos confirma que el próximo disco de Mostar Sevdah Reunion está prácticamente listo: «Verá la luz en verano y volveremos a contar con textos de dos grandes poetas de Mostar: Aleksa Šantić y Osman Djikić. Es un disco muy emotivo, meditativo y honesto. Su título será ‘Tales from forgotten city’. La formación es la misma de nuestro último disco, incorporamos al violinista Vanja Radoja (ex de Damir Imamović Trio), y vuelve a estar producido por Dragi Šestić «.
Música, música, música… y cine. De hecho, el festival se abrirá con la exhibición de la cinta «Alps» (2011), del personalísimo creador de «Canino» («Kynodontas», 2009), Yorgos Lanthimos. Y le seguirán «¿Te acuerdas de Dolly Bell?» («Sjećaš li se Dolly Bell», 1981), de aquel mágico y primerizo Emir Kusturica; o «Loverboy», del rumano Cătălin Mitulescu; o una clase magistral sobre el cine de la zona; o el interesantísimo y premiado documental de Mila Turajlic, «Cinema Komunisto» (2010), sobre aquella época dorada del cine yugoslavo en la que estrellas como Kirk Douglas, Sophia Loren, Alain Delon, Omar Sharif, Franco Nero, Anthony Quinn, Orson Welles, Yul Brynner, Richard Burton o Elisabeth Taylor bebían vino herzegovino y se bañaban en las aguas del Adriático junto a Tito, mientras formaban parte de la gigantesca maquinaria propagandística creada por el mariscal a partir del celuloide.
¿Y qué más? Pues danzas macedonias, degustaciones de los mejores vinos y platos de la zona, una exposición con las mejores instantáneas de las cinco ediciones del festival, muestras y actividades culturales al aire libre… Sin duda, la mejor opción para tratar de digerir todo este maremagno es la de disfrutarla cómo y cuándo quieras, tratando de captar la esencia de cada posibilidad y, sobre todo, abriendo tus orejas, para huir de trasnochados territorialismos y egocentrismos. Afortunadamente, variedad donde elegir, la hay y mucha, y si la popularmente conocida como música balcánica es sinónimo de celebración, pero también de melancolía, lo ideal es que cada uno la disfrute como mejor prefiera. Nuestro maestro de ceremonias, Nicolas Wieërs, lo tiene claro: «Me quedo con una noche tranquila de sevdah en Bascarsija [centro antiguo de Sarajevo], a base de brandy y cerveza».