Manolo González (Los Brincos):«Tocando la guitarra era un auténtico maestro. Mientras estuvo en activo fue uno de los mejores solistas que había en España»
César Campoy, acompañado del bajista y miembro fundador de Los Brincos, Manolo González, recuerda la figura de Ricky Morales fallecido el pasado sábado. Un repaso al papel que desempeñó en todas sus bandas, de Los Shakers a Barrabás, pasando por Los Brincos.
Texto: CÉSAR CAMPOY.
En la noche del 28 de septiembre nos ha dejado Enrique Morales Barreto (1945), más conocido como Ricky, destacado guitarrista y compositor y, junto a sus hermanos Junior (Antonio) y Miguel, todos de origen filipino, uno de los más destacados e innovadores artistas que ha dado la música española de los sesenta y setenta del siglo XX.
Intérprete precoz y brillante creador, Ricky comenzó su carrera musical siendo un adolescente, coincidiendo con la irrupción del rock and roll en nuestro país. De hecho, a finales de los cincuenta formó parte, junto a los Celada, de Los Jumps, una de las formaciones pioneras de los nuevos sonidos, junto a Los Milos, Los Pájaros Locos, Los Rocking Boys o el Dúo Dinámico. Ellos fueron los encargados de acompañar a Mimo (María del Pilar García de la Mata), considerada la primera rockera española.
Con Los Jumps, Mimo vive su mejor época, y su proyecto gana en frescura. Además, incorpora a su repertorio ritmos de nueva generación como el pop o el twist. Aquella formación fue la encargada de grabar dos epés, en 1962, para Philips. El primero, y más popular, a partir de revisiones del celebérrimo “Speedy Gonzales”, el clásico “Amapola”, y los novedosos “Peppermint twist” y “Mr. Twist”, mientras que el segundo incluye versiones de “Goodbye, cruel world” de James Darren (“Adiós, mundo cruel”) y el “Oh, oh, Rosy” inmortalizado por Marino Marini (e interpretada en italiano). Además, incorpora otros dos números en clave de twist: el “Déjame bailar” (adaptación del “Twistin’ postman” de The Marvelettes) y una movidísima “Twist sensacional” (a partir del “Quarter to four stomp” de The Stompers). No obstante, cuando Mimo se encontraba en el mejor momento de su carrera, las presiones familiares pudieron con su rebelde tenacidad, y se vio obligada a tirar la toalla. Los Jumps dejaron de existir tan solo unos meses después, pero Ricky, incansable, acabará militando en Los 4 Jets de los hermanos González Picatoste y el también filipino Eddy Guzmán. Su estreno en las matinales del Price y sus tres epés registrados con Polydor en 1964 son sus logros más sonados. En sus vinilos abordaron, tanto el instrumental de esencia popular hispana con ecos de The Shadows (inolvidables su “Zorongo” y la adaptación beat de “María de la O”), como los ritmos más americanizados (“Shake, baby, shake”).
Disueltos Los 4 Jets, en la segunda mitad de 1965, Morales continúa imparable su camino hacia la excelencia y acaba integrándose en los maravillosos y aguerridos Los Shakers, creados por los hermanos Sáenz de Heredia. Los madrileños se habían convertido en una de las referencias garajeras más destacadas de Madrid, y en sus directos habían demostrado con creces su vena más salvaje. Además, habían aparecido en la gran pantalla merced a su concurso en títulos como “Megatón Ye-yé” (Jesús Yagüe, 1965), “La ciudad no es para mí” (Pedro Lazaga, 1965) o “Zampo y yo” (Luis Lucia, 1965). Tras publicar un excelso epé encabezado por “Yo grito tu nombre”, la banda se remoza y entra en acción un Ricky ya conocido en la escena local por su pasión por los riffs contundentes. Aquella formación revitalizada grabará un contundente vinilo que incluía dos temas propios de una calidad incuestionable: la ambiciosa (en la órbita unos The Byrds cabreados) “No volveré”, y la lisérgica y mítica “Me reiré”.
En ese momento, Los Shakers lo tenían todo para convertirse en conjunto de referencia sin fecha de caducidad. Incluso habían continuado apareciendo ante la cámara en títulos como “Amor a la española” (Fernando Merino, 1966) y un “Último encuentro” (Antonio Eceiza, 1966) convertido en filme de culto varias décadas después, gracias a las redes sociales. En él, el cuarteto ejecuta, en vivo, una contundente deconstrucción del “All day and all of the night”, mientras el mismísimo Antonio Gades zapatea y se desmelena a ritmo garajero. Tan impagable es aquello, que el mismísimo Dave Davies llegó a publicar un tuit en el cual confesaba que esta era su versión favorita del clásico de The Kinks. Sobre el escenario, serio, Morales rasgaba su guitarra sin compasión.
No obstante, ese mismo 1966, Los Brincos se fracturan irremediablemente, y mientras Juan Pardo y Junior optan por emprender una carrera como dúo, Fernando Arbex y Manolo González deciden seguir adelante con una marca ya consolidada. Los elegidos para encargarse de las dos guitarras vacantes no serán otros que Los Shakers Vicente Martínez (al que después sustituirá otro de los Morales: Miguel) y, por supuesto, Ricky. Con los nuevos Brincos, de claras aspiraciones internacionales (llegan a ponerse en manos de Larry Page, mentor de The Troggs y The Kinks), nuestro protagonista iniciará una de sus etapas más productivas, tanto compositivas como interpretativas. Se convertirá en uno de los pilares indiscutibles sobre los que se armará el tercer elepé del conjunto, un celestial Contrabando (Novola, 1968), guitarrero, maduro, provocador… para el cual firmará tres de sus composiciones más añoradas: el descarado instrumental que da título al disco, la luminosa (para mayor gloria de las armonías vocales del grupo) “Soy como quiero” y una genialidad titulada “Nunca cambiarás” de bajo valiente, coros de ensueño, acogedoras baterías y unas guitarras que, arropadas en una leve orquestación, conforman una transición celestial.
No serán estas las únicas creaciones de Ricky para Los Brincos. En aquel proceso evolutivo de la banda hacia nuevos horizontes sonoros, firmará una interesante y curiosa “Ananai” que avanzará estructuras futuras y, por supuesto, tendrá un papel esencial en la gestación del incomprendido Mundo, demonio y carne (Novola, 1970), tanto con sus guitarras arriesgadas, como en la autoría, junto al resto de sus compañeros, de “Kama-Sutra”, una suerte de improvisación onanista de más de siete minutos, que alcanza cotas de levitación ambiental y delirio recubierto de incienso, demasiado ambiciosa para una crítica y un público que se oponían a que Los Brincos dejaran de ser aquellos simpáticos jóvenes que retozaban en cristalino pop.
Deshechos Los Brincos por (injusto) clamor popular y hartazgo de sus incomprendidos componentes, Arbex comenzará a idear un nuevo proyecto que acabará barriendo las listas de éxitos de todo el mundo. Así, tras los fugaces y altamente reivindicables Alacrán, Fernando pondrá en marcha unos gigantescos Barrabás a los cuales Ricky y Miguel Morales permanecerán fieles durante toda la década de los setenta. Pocas fueron las estaciones de radio y discotecas del planeta que no se rindieron a semejante fusión de ritmos rockeros, funk, latinos, africanos, soul, disco y jazz, y a bombazos como “Wild safari”, “Woman”, “Casanova”, “Hi-Jack” o “Checkmate”, así como a algunas de las composiciones de un Ricky que, a esas alturas, ya sabía lo que era pisar la moqueta de los mejores estudios de grabación de Gran Bretaña y los Estados Unidos: “Cheer up”, “Only for men”, “Keep on moving”, “Lady Love”, “Make it easy” o la mágica “Mellow blow”.
En las décadas siguientes, Morales siguió unido a la música a partir de diversas colaboraciones con el resto de sus hermanos y sus seres más allegados. De hecho, trabajó con Antonio, tanto en alguno de sus discos, como en composiciones para Rocío Dúrcal como “Sin tu amor”, además de idear obras para artistas como una Rosario recién iniciada en la industria (varios temas de su Vuela de noche de 1984). Sin embargo, una de sus aventuras más ambiciosas de los ochenta tuvo que ver con el lanzamiento de la banda juvenil Pato de Goma. A ellos arropó y entregó “Un nuevo juego”, “Eres mi chica” y su éxito “Chicos malos”.
El bajista y miembro fundador de Los Brincos, Manolo González, recuerda para Efe Eme la figura de Ricky Morales: «Siempre me ha unido una gran amistad a la familia Morales. Eran como hermanos para mí. En la época de Los Brincos, cuando andábamos creando alguna canción, nos reuníamos en casa de alguno de los cuatro. Yo tenía un estudio cutrecillo para hacer las maquetas, y nos lo pasábamos muy bien. Como niños. Tocando la guitarra era un auténtico maestro. Mientras estuvo en activo fue uno de los mejores solistas que había en España. En una ocasión tuvo un problema grave en el codo, y el médico le propuso operarse. Le dijo que quedaría perfecto, pero tras la intervención su mano derecha no quedó bien. Es algo de lo que siempre se arrepintió, porque la guitarra era su vehículo de evasión. Aparte de un solista magistral, era un ser estupendo. Durante unos años estuvimos reuniéndonos un grupo de amigos, y siempre hizo gala de un sentido del humor fantástico. Era muy sencillo, directo y despistado en sus apreciaciones y sus comentarios eran geniales. Lo echaremos mucho de menos».