The Monks
Black monk time
LP: POLYDOR, 1966
Una sección de VICENTE FABUEL.
Salen demasiados discos. Para protegernos de tanta sobreproducción usamos distintos métodos, el más socorrido es clasificarlos prejuiciosa y apresuradamente poniéndoles la X y enviándolos a la papelera sin mayor opción de defensa. Les suena, ¿verdad? Pues eso es lo que ha ocurrido siempre. Limitados como estamos de tiempo, pecunio e incluso a veces ganas, es éste un legítimo mecanismo de defensa con el que diariamente condenamos injustamente a más de un talento. A los norteamericanos The Monks (Los Frailes) debió de sucederles algo parecido en su momento, a pesar de su singularidad estética –o quizás por esa misma repelente singularidad– nadie pareció reparar en ellos. Vistos hoy con perspectiva, difícilmente se entiende el desatino, pocas músicas de serie B a mediados de los años 60 aportaban tal cúmulo de nuevas ideas envueltas –eso sí, quizás- en la menos pertinente de las imágenes. Eso parecieron ser The Monks, uno más entre la pléyade de cientos y cientos de «USA garage bands» noqueadas por la invasión británica de Beatles, Rolling Stones, Animals o el Dave Clark Five.
Físicamente anodinos a pesar de ir uniformados de frailes y con el pertinente corte de pelo tonsurado, nada hacía pensar que los cinco chicos de The Monks protagonizaran la sorprendente aventura protopunk que su único y genuino LP de época iba a mostrar. El feliz alumbramiento iba a ocurrir en Alemania, año de gracia de 1965, en una de las bases USA donde estos cinco militares (¿?) formaron un al parecer inofensivo grupo mientras servían al Tío Sam, y de cuya trascendencia, aventuras americanas previas de alguno de sus miembros como The Torquays, difícilmente podría esperarse nada serio. Vamos a ver, cojamos a cinco palurdos yanquis, cinco G.I.’s estadounidenses venidos de cinco Estados diferentes y que de repente se cansan de servir a su ejército y deciden quedarse en la entonces República Federal de Alemania, en plena guerra fría y probablemente algo escépticos ya de los placeres que la guerra del Vietnam promete ofrecerles: 1. Deciden formar una nueva banda. 2. Tendría obligatoriamente un banjo como instrumento (¿?). 3. Se raparían sus cabezas por el medio, como si de monjes se tratara, porque también estarían así ataviados, con vestimenta clerical y cuerdas franciscanas. Y 4. Eso sí, la música que destilarían tras esa crisis ideológico-militar poco tendría que ver con la religión al uso. Más bien todo lo contrario: grabarían uno de los primeros discos de furioso punk generacional incluso antes de que se tuviese noción alguna de semejante palabro. Disculpemos pues a los pobres coetáneos de The Monks. Nadie pudo estar preparado para digerir esta majestuosa casualidad del destino, una de esas grandes anomalías de la cultura rock. ¿Cómo se puede explicar entonces que cinco ex soldados yankees terminen formando uno de los grupos de más novedoso concepto que haya pisado nuestro planeta y a miles de kilómetros de su propio hogar? Dado el nombre del grupo y el «look» que lucían, un auténtico milagro.
Después de que Black monk time se publicase únicamente en Alemania, se reeditara varias veces con la misma o distinta portada y que la mayoría de sus mejores momentos apareciesen en formato single, el inevitable proceso de beatificación se puso en marcha para venerar uno de los discos más insólitos de toda la década de los 60, mucho más allá de la pobre etiqueta garage-punk que obligadamente le hemos colocado para poder situarlos mínimamente en el mapa y lograr entendernos. 16 canciones (es un decir) de dos minutillos cortos impregnadas de mongoloide marcialidad, cocidas sobre ritmos hipnóticos y repetitivos de inusual crudeza, y servidas por enajenados músicos en actitud chulesca, irreverente y sobre todo, ur-gen-te, impropia de la época. «Urgency, this is the world». Urgencia en el año del «cool», el año que la familia Sinatra quedó como indiscutible vencedora del año (Nancy con «These boots»… y papá con «Strangers in the night»), el año que no movería un solo dedo por Los Frailes a pesar de que llegasen a disfrutar de una cierta presencia televisiva (algunas de sus apariciones en el programa musical Beat Club aparecen en YouTube). Sin duda una involuntaria creación superior surgida milagrosamente por encima de su tiempo y con elementos que se adelantaron cinco años al kraut rock, una década al punk y dos mundos a cientos de supuestos artistas con mayúsculas pero de inconfesable vocación funcionarial. Cómo es posible que semejante pandilla de patanes diera en encontrar uno de los más oportunos huevos de la serpiente es uno de esos misterios que hace de esta afición algo enfermizo. Asomarse a sus surcos provoca vértigo. Pueden creerlo.