Spike Jones
Strictly for music lovers
PROPER, 2000
Una sección de VICENTE FABUEL.
Llegaron las temibles Navidades. Y de todas sus dádivas –y quizás no de las menos dañinas– llegó la plaga de los obligados recopilatorios navideños. Preparados los imagino. Uno, desde casi siempre, amigablemente, eso sí, ha odiado los recopilatorios. Esos socorridos discos de grandes éxitos, lo mejor de fulano, “the best of the rest”, “the lost sessions”, “the lost album”, las cajas con inéditos, “the unissued mono version”, la “definitive collection” (de este año), las reediciones con insignificantes “bonus traces”, los 1.000 mejores rockanroles de todos los tiempos, esos más de un millón de canciones en tu móvil, y no digamos ya esa integral bajada de Internet ayer noche mismo con toda la obra de tu artista favorito. Que miedo… Dicho esto, y en descargo de alguno de ustedes que a lo mejor no los odian tanto, sinceramente debo de decir que tengo por casa un buen puñado de ellos, “of course”, así es uno y así le luce su exquisito rigor. Por ejemplo, esta nutrida caja que me gustaría presentarles, la del encantador Spike Jones y sus delirantes City Slickers, probablemente uno de esos personajes que inexcusablemente debieran haber inaugurado esta sección… si eso mentado del rigor hubiese ido con uno.
Mitad músico mitad personaje de leyenda de la música americana (1911-1965), desde los años 40 el “bandleader” Spike Jones acompañado de su orquestina The City Slickers fue algo así como un percusionista total, de hecho había comenzado como batería de jazz, pero más que tocar lo que hacía era golpear, fuese la batería o cuanto tuviese a mano. Y junto a ello y en todas y cada unas de sus canciones el mayor muestrario de “gimmicks” sonoros que pueda imaginarse: disparos reales, cristales rotos, sonidos disonantes, silbidos, cencerros, claxons, estornudos… Todo ello en una (con)fusión de baladas románticas, charlestón jazzy, novelty y piezas populares de música clásica, en un trabajo de amor/odio a partes iguales que el propio artista acabaría definiendo como “musical murders”. A pesar de su escasa celebridad actual, SJ fue enormemente popular durante las décadas de los 40/50, y todo un maestro en el arte del collage y la sátira musical, capaz de extraer los excedentes almibarados de una pieza romántica o de infundirle autenticidad callejera a una clásica, personalísima cualidad que perfectamente podría emparejarlo con el Frank Zappa de los 70, por ejemplo, sólo que décadas antes, claro.
Como en los films de los Marx Brothers, que incluían obligatoriamente baladas cursis para diluir el efecto transgresor de los cómicos, en sus discos se sucedían los temas más locos con otros necesariamente más pulidos para equilibrar la balanza, aunque nunca quedó claro con cuáles empleó su terapia de choque con más inquina. Con cara de pirómano y permanente traje de cuadros amarillos su carrera se repartió a través de sellos como RCA, Liberty, Warner y Verve, de los que esta completísima caja recoge prácticamente lo más “freak” de su discografía, momentos estelares para mostrar su talla como asesino convicto y confeso de cosas como la “Carmen” de Bizet, el “Cascanueces”, “La obertura de Guillermo Tell”, “La Danza de las Horas” y los más variados temas navideños, éstos, quizás, una de sus mayores y reconocidas fechorías. También es cierto que cuando le daba por el lado lírico (“Holiday for strings” o “Cocktail for two”, por ejemplo) el efecto era encantador y absolutamente homologable con la estética amable y elegante del “spage age pop”. En 1965, tras la invasión inglesa de los Beatles y demás grupos beat, el bufón grabó su particular homenaje (¿?) a Hank Williams y se marchó a criar malvas. Por él. Brindar por él estas Navidades ha sido un detalle.