Sarolta Zalatnay
Sarolta Zalatnay
FINDER KEEPERS, 2007
Una sección de VICENTE FABUEL.
Aclarado hace ya tiempo que la permeabilidad musical del telón de acero –a pesar de los pesares– era prácticamente la misma que en cualquier otra frontera, y aunque la magiar Budapest era la más occidental de las ciudades de Europa Oriental, el choque frontal ante una figura como la de Sarolta Zalatnay no deja de ser novedoso. Bendita sea la capacidad de sorprenderse. Tocada por un halo de originalidad extrema, nuestra invitada húngara (Budapest, 1947) ofrece universos aparte apenas justificados por su más o menos exótico origen. Obviamente, Sarolta es algo más que húngara. Intentando contextualizarla un poco podría decirse que en los años 60 comenzó a cantar mirándose al espejo de las chicas de Carnaby Street (Sandie Shaw, Cilla Black, Lulu…), tiempo en que llegó a relacionarse con los Bee Gees, con los que estuvo a punto de trabajar, incluso –dice la leyenda– de emparentar con uno de ellos, cosa que sí haría años más tarde con el director de cine porno Martin del Toro, pero nada de eso explicaría lo que ofreció ya en la década de los 70, la base de este disco recopilatorio de su trabajo, cuando acompañada por la crema de las formaciones rock del país –Omega, Metro, Locomotive…– asombraría con una original propuesta de mil y un acentos propios que la convirtió en estrella local sin que su luz lograse traspasar fronteras más allá de su área de influencia.
En los 16-19 temas (bien sea LP o CD) que exhibe este fino producto Finder Keepers de deslumbrante portada –y propulsados por una sección rítmica de lujo– lo que el volcán Sarolta vomita es una abigarrada mezcolanza de funk, glam y psycho rock, todo de tal guisa que, a falta del rigor histórico que ofrecían sus modelos occidentales, aquí se sustituyen por una batería de soluciones propias tan atrevidas como inusuales: una muestra sublime de novedosos eastern grooves, inverosímiles drum beats y un refrescante descaro magiar, todo a partes iguales, y que con un envidiable andamiaje instrumental hace de esta exótica propuesta tan alejada del centro neurálgico donde supuestamente se gestaron sus modelos, todo un festín para los seguidores de los placeres esnobistas. Y un detalle especialmente revelador, tras los riffs y los golpes de cadera, y aunque habitualmente la cantante intente sonar dura, sexy e inquietante, a menudo no puede evitar aparecer frágil por momentos. En uno u otro caso, siempre maravillosamente vulgar.
Imposible resistirse finalmente a un par de flecos, el primero recoger la sugerente cita del músico inglés Bob Stanley (Saint Etienne) pegada a modo de solapa en el disco: “Una noche en Budapest, cuando acabó el show de Eurovisión de Serge Gainsbourg, The Meters iniciaron la tormenta. Entonces, Sarolta agarró el micrófono. Psych”. Hmmm… El segundo es de un servidor, igualmente obligado aunque más prosaico si se quiere: visitarla en este enlace para comprobar la actual generosidad física de la volcánica diva exhibida en las páginas del Playboy húngaro.