Extravagante: Rod McKuen

Autor:

Rod McKuen
A boy named Charlie Brown

STANYAM, 1969


Una sección de VICENTE FABUEL.


El responsable de esta sección confía en que si algo debe de distinguir a sus habituales eso ha de ser la curiosidad. La que se precisa para zambullirse en la búsqueda los hacedores de músicas inusuales que suelen desfilar por la misma. Sin ir más lejos, hoy la del polifacético Rod McKuen. Una breve semblanza de este literato norteamericano (California, 1933), aún resumiendo salvajemente su trayectoria, debería decir que a finales de los años 50 empezó a escribir alineándose junto a la generación beat (Kerouac, Neal Cassady), y que enseguida comenzó a alternar su laureada faceta poética con todo tipo de actividades musicales, desde participar como actor en míticos films como Rock, pretty baby (59), a cantar jazz en la banda de Lionel Hampton, desde grabar dos docenas de personalísimos discos propios, a traducir al inglés a Jacques Brel, con aquellos textos que para los sajones inmortalizaría Scott Walker. Sin olvidar que compuso íntegramente una de las cumbres de Sinatra, el álbum A man alone (69), o que en los 70 alternó sin despeinarse suites, sinfonías y piezas de cámara para orquesta nominadas con el Pulitzer, con coquetos guiños a la disco music (¿?). En fin, inaprensible.

Detengámonos en la banda sonora que facturó para este film de dibujos con los Peanuts y que por aquí llamaron Carlitos y Snoopy (Bill Meléndez, 1969). El disco recogía algunas de sus mejores canciones, clásicas que han sobrevolado incluso por encima de su oscuro autor: “Jean” alcanzó el nº 1 de las listas en la voz de Oliver; “Natalie” y “We”, extraídas del film de culto Me, Natalie (Fred Coe, 1968) y compuestas junto a Henry Mancini, lo mostraba en una de sus su facetas más celebradas, la de “crooner afónico”, con su exquisito fraseo sin casi voz, apenas un susurro… Y el cimbreante corte que titula el álbum, prodigio de amabilidad y positivismo en pleno año 1968, pregonaba que Rod Mckuen era un outsider cuya forma de entender el arte nunca ha tenido demasiados visos de sobrevivir.

Si cuatro décadas más tarde, milagrosamente, nos encontramos con que buena parte de su obra está reeditada digitalmente y que no hay ninguna necesidad de adquirir los mismos discos que todo el mundo adquiere, los amantes de las voces especiales –¡atención, atención!– tienen en McKuen un pequeño festín.

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