Malón/Juan Carlos Cáceres
“El camino” / “Dale negro”
Philips, 1972
Una sección de VICENTE FABUEL.
Juan Carlos Cáceres es un personaje. Todo un señor personaje a la altura de los habituales de la sección. El músico argentino también es algo más que un músico: músico y musicólogo, pianista, trombonista, cantante y compositor al tiempo que pintor, historiador, conferenciante y polemista. Se ha dicho, un personaje. El artista ha reactivado su carrera musical en tiempos recientes en la órbita de recuperación y renovación del tango, género del que pocas veces llegó a separarse mucho, ciertamente, y sutentado en ello quizá está conociendo ahora más apoyo mediático que en todas las décadas anteriores. Sus últimos discos en el sello Mañana (Naïve) lo muestran indagando acerca de los orígenes africanos del tango intentando ceñirse al máximo a los sonidos más puros del género. A cualquiera de los seguidores del inagotable ritmo bonaerense la visita a estos trabajos no les dejará indiferente.
Estamos, sin embargo, con otra etapa de su vida. Estamos cuando el joven artista marcha a París en 1968, “of course”, para formar parte del grupo de la “star” francesa Marie Laforet, por entonces haciéndose acompañar de músicos argentinos, y cuando Juan Carlos Cáceres acaba formando el grupo Malón, él y cuatro músicos franceses. A tenor del nulo espacio que le dedica en su web personal, habría que pensar que estos años son considerados por el propio Cáceres como pecadillos de juventud, un ninguneo por otra parte bastante habitual en muchos artistas al recordar sus primeros años de carrera, y que –en este concreto caso por lo menos– un criterio que no conviene compartir dado que los dos primeros discos que llegó a publicar bajo ese nombre son realmente magnéticos.
Me quedo con el segundo, el llamado “El camino” / “Dale negro”, así, con un doble título, una potente mezcolanza de músicas y culturas de dos continentes convenientemente tamizadas por los aires psicodélicos del momento, los del 68, claro: sobre cambiantes muestras de latin rock, jazz, funk, candombe y en cierta forma incluso tango, aparecen brillantes arreglos basados en una percusión siempre presente, distorsiones de guitarras ácidas y una tendencia al acabar los temas en clave de tumbao / groove de lo más atractiva. Invitado especial a tan peculiar encuentro parisino, en los surcos de este disco aparece Miguel Abuelo, que había llegado a París desde España, donde vivió algún tiempo tras la primera disolución de los Abuelos de la Nada. Su voz, su guitarra y sus ayudas en la percusión acaban de redondear un disco sumamente original que sin querer explica cómo funcionaban –así de sencillas y generosas– estas cosas de la fusión en aquellos años de creatividad desbordada.