Peter Sellers
Peter & Sofia
PARLOPHONE, 1960
Una sección de VICENTE FABUEL.
Lo primero, la confesión: soy un adicto. Un adicto a Peter Sellers. Las cosas como son. Vean: en casa me encargo personalmente de la programación cinematográfica nocturna todas y cada una de las noches. Es lo mío. Aunque no llego a entender bien cómo mi DVD aún no se ha batido en retirada harto de leer noche tras noche la peli de turno del cómico inglés. Bien saben las benditas mujeres que viven conmigo los esfuerzos personales que uno tiene que hacer para no poner El guateque cada velada, o El irresistible Henry Orient por lo menos, una vez a la semana. Debo de tener una importante capacidad de autocontrol. Tal como he dicho, soy un serio adicto a Sellers. Con sus discos, sin embargo, no llego a tanto, no puedo. Necesariamente desprovistos del factor histrión que aporta su glorioso careto de cenutrio inglés, el impacto queda relativamente amortizado, aunque a joyas del “novelty” como este su tercer LP que hizo con la diva italiana Sofía Loren, no sólo le sobran gracias para fascinar a un servidor, se da fe de ello, sino que es muy probable que, bien presentadas, incluso a Vds. pudiese llegar a interesarles. Para eso está uno aquí.
Lo que sucede es que ninguna de las convenciones que se manejan al valorar actores o cantantes sirven apenas para catalogar a Richard Henry “Peter” Sellers (1925-80), un modesto actor inglés de vodevil radiofónico, que un buen día comenzó a dar rienda suelta a su maestría con su sentido de la sátira y el dominio de los acentos vocales. Y creció y creció. A quién le importa si logró ser buen padre, si llegaron a darle el Oscar o el maldito disco de oro o si perteneció a la Masonería, si su reino no era de este mundo. En realidad, Peter podía haber simpatizado con el KKK o –de haber coincidido en Murcia– con el juez Calamita y no nos hubiese llegado a importar demasiado. Lo genuino del personaje Sellers no era lo que hiciera o a que perteneciese, sino su peculiar condición de “clown” autista, su revolucionaria abstracción de todas esas absurdas convenciones humanas que atan cotidianamente, y que igual plasmaba actuando en una escena que aberrando en una canción. Aunque, nadie es perfecto, se albergan serias dudas acerca de si ésa su diabólica capacidad de ensimismamiento pudiese funcionarle cuando estuviese delante del bello animal napolitano. Adornado como pocos del sentido de la desfachatez, egocéntrico e individualista como él solo, ni siquiera tuvo a bien compartir con la Loren los 13 cortes del álbum, apenas en cuatro de ellos forman dúo.
No se si estoy resultando suficientemente convincente, lamento que el espacio apremie, por lo que quizás debería lanzarles ya unos dardos definitivos sobre este maravilloso pastiche de vodevil, swing, spoken words y proto-groove sixties. El primero es que cortes tan sabios como “Goodness, gracious, me” o “Bangers & Mash” (¡¡¡Top 5 en las listas inglesas del año 60!!!) podrían servirles para relativizar eso que el cómico jamás definiría cursimente como la existencia cotidiana. El segundo, que todos los cortes del disco se benefician de los arreglos de Ron Godwin, uno de esos productores punto y aparte de la EMI inglesa. Por último, que el divo cediese plano –aunque apenas fuesen dos minutillos de nada– a la bella italiana para que en solitario nos pasmase con esa deliciosa fruslería de “Zoo be zoo be zoo”. Reeditado en su totalidad en la integral A celebration of Sellers (EMI 4 CD-Box), pantagruélica caja a todas luces exagerada para los fans no angloparlantes, partes del álbum reseñado así como una divertidísima visión global del gran histrión pueden localizarse sin necesidad de llegar al empacho en el CD Peter Seller’s comedy cuts (EMI Gold-04). Buen provecho.