Mel Tormé
Comin’ home baby!
ATLANTIC, 1962
Una sección de VICENTE FABUEL.
Es posible que un aficionado de la época albergase razonables dudas para tomar como extravagante a Tormé en 1962, pero analizado el personaje ahora mismo –todo un emperador del buen gusto– desde luego que ninguna. Pionero de tantas cosas en la escena jazzy, tras firmar con el sello Atlantic a comienzo de los años 60, el maestro del cool-jazz intentó uno de los grandes “crossovers” de aquellos días propiciado por el capo del sello Ahmet Ertegun: nada menos que trasformar a un crooner de “night-club” en un adalid de la música de baile, el entonces pujante rhythm & blues. Y se consiguió a medias. Realmente, Tormé hubiese podido cantar la guía telefónica de haber querido, vocalista superdotado y maestro del “scat”, para muchos el mejor cantante blanco de jazz –como no me lo piden, no terciaré personalmente en el tema– apenas vio alterado su “status” vocal cuando entró en la dinámica R & B de Atco junto a músicos en principio ajenos como Tom Down, Nesuhi Ertegun, Herbie Mann o el mismísimo y gran “outrageous” Bob Dorough que sería quien le cediese ese fantástico número “hip” que es el sofisticado “Comin’ home baby!” que da título al álbum.
Claramente un álbum irregular con grandes y precisos momentos, nadie es perfecto, buena parte del disco estaba arreglado por Shorty Rogers, sin duda alguna falto del “punch” que el proyecto demandaba, tampoco es que quedara mal la cosa, simplemente era que esos sonidos circulaban por lados habitualmente transitados ya por el artista: el “scat” en “Walkin”, el jazz-blues de “Moanin” o el groove-blues del número de Oscar Brown Jr., “Dat here”. Todo muy Tormé, excelente pero sin sobresaltos, pero entonces –cerrando el disco precisamente– aparecía la otra perla del disco, la sofisticada “Right now”, una pequeña orgía “groove” orquestada a base de percusiones y órgano hammond sobre el ondulante tema de Herbie Mann, y ahí mismo el proyecto mostraba claramente que había dos partes bien diferenciadas, una clásica, la comentada, la del majestuoso crooner, y otra de distinto rango, enfocado hacia ese público joven que había hecho del baile su arcadia feliz, y que –en definitiva– los habitualmente poco timoratos dirigentes del sello Atlantic habían intentando un “crossover” simplemente con dos temas, con un single. Ambos números majestáticamente arreglados por Claus Ogerman, cada vez que los escucho de nuevo –y suelo darme ese gusto bastante a menudo– me viene a la cabeza la misma duda y desazón que el primer día: ¿se merecía la pista de baile aquel derroche de sofisticación?