CINE
“Una coherente extensión del brillante universo de relecturas genéricas de Wan”
“Expediente Warren: El caso Enfield” (“The conjuring 2”)
James Wan, 2016
Texto: JORDI REVERT.
Espacio predilecto del cine para desdoblar la imagen en sus vertientes más oscuras, coordenadas siempre fértiles para descargar los miedos personales en manifestaciones varias, el terror ha sido el género que mejor ha señalado la fina barrera entre lo cotidiano y lo desconocido. James Wan, que empezó demostrando en “Saw” (2004) un dominio apabullante de sus códigos y ramificaciones para mayor gloria de un ‘torture porn’ aún no promiscuo, encontró su camino en la fabulosa Insidious (2010), relato traumático en el que la paz familiar era sacudida por un espíritu demoniaco desde un paralelo más allá. Allí donde otros habían agotado el subgénero de niños poseídos y casas acosadas por el mal desde el efectismo redundante y el desinterés por sus personajes, Wan insuflaba nueva vida proponiendo lo contrario: un horror nacido de la milimétrica planificación de la puesta en escena –la aparición del niño bailarín− y de la absoluta implicación emocional de sus protagonistas. La fórmula, repetida con éxito en “Expediente Warren: The conjuring” (2013), encontró a dos aliados impagables directamente extraídos de la vida real: los parapsicólogos y demonólogos Ed y Lorraine Warren hallaron en Patrick Wilson y Vera Farmiga una impagable encarnación en la que los actores desbordaban química y carisma.
“Expediente Warren: El caso Enfield” da continuidad a las virtudes de aquella primera entrega gracias a la seguridad de un cineasta que se mueve como pez en el agua en los lugares arquetípicos para devolverles su esencia primera. Su prólogo, en el que ubica al matrimonio Warren en el escenario de Amityville, no solo refuerza su vinculación con un espacio icónico del género, sino que sirve a Wan como suceso inaugural en el que el mal acechante es sugerido en la forma de una monja demoníaca que viene a reemplazar la contundente presencia de la muñeca Annabelle. Tras esa introducción, la película se traslada a Enfield y se toma muy en serio la construcción del horror en la casa de los Hodgson. Durante la primera mitad del metraje, en la que la familia británica es absoluta protagonista, Wan despliega toda su paciencia y músculo creativo para proponer secuencias en las que un ligero movimiento de cámara unido a una sutil intromisión en el plano de un elemento extraño filtra el miedo en la densa puesta en escena. Esa densidad atmosférica viene a aliarse, una vez los Warren entran en acción, con la emocional: la tensión entre la necesidad de conservar a toda costa la unión familiar y la amenaza omnipresente se traduce en una reinterpretación de la versión del ‘Can’t help falling in love’ de Elvis que se convierte en último –y frágil– bastión de la paz doméstica. Antes que esa tensa calma estalle en un estridente clímax final –quizá el único margen para concesiones espectaculares−, la película tiene tiempo de decaer en su ritmo y adolecer de su excesiva duración. Sin embargo, y lejos de perder nunca su fuerza, “Expediente Warren: El caso Enfield” se reafirma en su conjunto como una coherente extensión del brillante universo de relecturas genéricas de Wan. Un cosmos del terror que encuentra su perfecto epítome en el catálogo de objetos que los Warren guardan en su almacén, y que en esta ocasión encuentra su añadido más sugerente en un zoótropo: artefacto de ilusiones precedente al cine que explicita el carácter fugaz, espectral de la imagen.
–
Anterior crítica de cine: “Eddie el Águila”, de Dexter Fletcher.