FONDO DE CATÁLOGO
«Esqueletos viaja directamente al mundo de Buck Owens, Johnny Cash o Townes Van Zandt»
Tras dos décadas al frente de Los Deltonos, Hendrik Röver se desmarcó con un proyecto en solitario paralelo a su banda. Eduardo Izquierdo recupera ese debut solista, titulado Esqueletos, donde prima el country más acústico.
Hendrik Röver
Esqueletos
GUITAR TOWN, 2008
Texto: EDUARDO IZQUIERDO.
Algunos, los que tengan, se tirarán de los pelos al leer la mayoría de mis siguientes afirmaciones, pero las emito convencido de lo que digo y con argumentos suficientes para defenderlas, así que voy a ello. Hay un momento en que Hendrik Röver pasa de ser un excelente intérprete y fabricante de sonidos a convertirse también en un magnífico cancionista. Y uno sitúa esa fecha probablemente entre 2003 y 2005, es decir, entre los discos Sólido y GT de Los Deltonos. No seré yo el que diga que en los tres primeros álbumes de la banda cántabra no hay buenas composiciones del germano-cántabro; Dios me libre de poner un solo pero a canciones como “Un hombre enfermo”, “A comer, a casa” o “Todavía no sabes mi nombre”, pero tengo la impresión de que, en esas letras, Hendrik estaba más preocupado por la forma de transmitir que por lo que se transmitía en sí.
Como letrista, servidor encuentra un crecimiento notable en Sólido, confirmado enormemente hasta llegar al excelente en GT. Y habrá quien lo llame madurez, y quizá sea eso. Puede que Röver llegue a esos momentos cansado de tener que cumplir un papel que no acaba de convencerle. Seguramente solo tenga ganas de plasmar lo que siente negro sobre blanco, para luego dotarlo de vida musical en un estudio. Y es entonces cuando se acerca más que nunca al cantautor. Lo hace, además, utilizando esa palabra y no songwriter, vocablo inglés que algunos esperarían que se agenciara dada su querencia por los sonidos norteamericanos, mucho más respetada por algunos en estos lares. Y encima lo hace con un mantra que le va a acompañar el resto de su carrera. Eso de que «el rock americano es posible en castellano». Él va a ser la mejor muestra de lo acertado de sus palabras.
Debut solista
Así, con un par de discos de Los Deltonos de por medio —ese Six-pack vol.1 (2007) de versiones y Buenos tiempos (2008)—, Röver se planta en 2008 con la idea de sacar su primer larga duración en solitario. Firmado con su nombre y sin banda que lo arrope en portada, una clara muestra de que ha llegado el momento de hacer literalmente lo que le da la gana. Y para ello empezará por tirarse de cabeza al country más acústico. «El country es algo que empecé a escuchar al mismo tiempo que el blues, pero, diablos, es mucho más difícil de tocar, y tuvo que esperar más hasta salir a la luz. Pero Don Rich, Pete Anderson, James Burton, Clarence White… siempre han estado ahí, incluso cuando Los Deltonos hacíamos versiones de Pantera», afirmaría en el magazine online Cutaway Guitar. Con ese respeto, pero también las ganas de explotar una nueva vertiente de sus influencias, presenta Esqueletos, con una magnífica portada dibujada por Jon Langford. Lo hace acompañado de dos tipos que se convertirán en sus futuros GT’s, los sospechosos habituales Goyo Chiquito y Toño Baños, que se completan con algún coro puntual de sus compañeros en Los Deltonos. Y no escatima en temas: el álbum incluye quince. Vamos, que va a todo o nada.
Rápidamente nos damos cuenta que el disco poco o nada tiene que ver con lo que hasta entonces habían ofrecido Los Deltonos, si exceptuamos esa maravilla sónica que es GT. Pero si aquel se iba al americana más cercano a grupos como The Jayhawks o los primeros Wilco, este Esqueletos viaja directamente al mundo de Buck Owens —a quien Röver dedica un epé previo solo semanas antes—, Johnny Cash o Townes Van Zandt. Las canciones se cargan de instrumentos acústicos, como banjos, dobros o la Steel guitar, y las letras se tiñen de trenes, vasos vacíos, kilos de oro, millas recorridas, motores de explosión, hurones, sueños con Las Vegas y, por supuesto, esqueletos que, como muertos que son, no tiene nada que decir.
Lo curioso es que todas estas imágenes no nos parecen paisajes extraños. El hecho de que el idioma musical coincida con las palabras hace que nos acostumbremos a ello con facilidad y que canciones como “Tren”, “Hola, vaso” o “Un montón de casas” se nos hagan totalmente cercanas. Me atrevería a decir que incluso mucho más que cuando las oímos en inglés. Y eso nos puede descolocar en algún momento fugaz, para acabar atrapándonos. Y es que al final, Hendrik Röver no deja de ser un montañés. De tierras cántabras y no de los Apalaches, pero ¿importa eso? Probablemente solo a los que no sepan sucumbir ante el embrujo de canciones tan bien hechas.
–
Anterior entrega de Fondo de catálogo: A punto, de Mermelada.