Escaleras al cielo, de La Élite

Autor:

DISCOS

«Un segundo disco de estudio que es un verdadero terremoto y lo sacude todo»

 

La Élite
Escaleras al cielo

DISCOS GELE, 2024

 

Texto: CÉSAR PRIETO.

 

La Élite provienen de un lugar aparentemente tan poco glamuroso como Tárrega, un pueblo de llanura interior de Cataluña, que de lejos parece seco y monótono. Pero no es cierto, por ahí pululan Nil Roig y David Burgués, que se hacen llamar Yung Prado y Diosito, forman La Élite y acaban de sacar un segundo disco de estudio que es un verdadero terremoto y lo sacude todo. Desde la primera canción, se diría que desde los primeros segundos, queda clara cuál es su propuesta: no es más que el punk de toda la vida con los sintetizadores de toda la vida, algo así como un synthpunk rabioso y con letras divertidas, juveniles y nocturnas. Eso sí, son sintetizadores básicos y primitivos, no esperen florituras.

“Gran noche” abarca los tres conceptos. En principio, el punk del 77 canónico, con ese espíritu adolescente que bebe mucho alcohol y disfruta la noche. También encontramos voz rasgada —puede que del mismo disfrute adolescente— y sigue sin haber futuro. Lo que sí que adivinamos son sonidos electrónicos.

Con esta base, se van desplegando todas las esencias de esa época. En “Vida de 1€” aparece el ska a la manera de Kortatu. La letra, como se podrá suponer, es estándar: infrasueldos, problemas de la veintena, angst urbano. Incluso van un paso más allá y en “Plan de mierda” se acercan al Oi!, ese estilo pop y saltarín, que aquí se acrecienta con fondos electrónicos. Derivan aquí hacia Los Punsetes, pero con letras más directas, sin tantas segundas lecturas. También Oi! Es “Frank Cuesta”, con el mismo espíritu de violencia en la letra y de pogo descerebrado y refrescante.

Ello nos lleva a la cuestión de los himnos, a los que todas estas canciones tienden. Lo encontramos en “Cucaracha sexy”, que parece escrita para ser cantada de madrugada a coro por la calles. También ocurre en “Marca personal”, con el alcohol presente siempre y los ojos con signos de pelea, pero también más pop, que es lo que requieren los temas. Hay órgano, y fondos más cercanos a los Nikis que a Eskorbuto. De la misma manera, “Me despido de ti” fluctúa entre ese pop más saltarín, o el de Siniestro Total, que podría ser otra referencia, y la electrónica más dicharachera. Cerrando el capítulo de los años ochenta, tenemos a “Gatos callejeros”, que es directa, impresionante y merecedora de entrar en el repertorio de Loquillo en Ritmo de garaje.

Más atenta a tocar rápido es “Otra noche más”, un bólido cantado con una dicción aún más acelerada, con rabia. Es la que utiliza palabras del campo semántico del punk —«puta sociedad» y similares—, pero que son las únicas posibles, no se entendería otro léxico. De la misma manera, en “Aléjate de mí” acuden todos los vicios en una melodía adictiva, con un magnífico estribillo que los defiende de manera descarada.

Todo es vital y rápido, a veces punk electrónico y a veces punk etílico, pero siempre cargado de una ironía que no está reñida con la mala leche ni con la crudeza en la producción.

Anterior crítica de discos: 66, de Paul Weller.

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