Carlos Goñi: «Prefiero pedir perdón que pedir permiso»

Autor:

Carlos Goñi: «El dorado no existe, se camina»

 

Treinta años ha cumplido El dorado, uno de los discos más referenciales de Revólver y de nuestro rock, y para celebrarlo Carlos Goñi ha anunciado una gira de once conciertos únicos por España que arrancará en septiembre y en los que interpretará el repertorio completo del álbum. Sobre este aniversario y las claves conceptuales y sonoras del disco se confiesa el propio Goñi con Carlos H. Vázquez.

 

Texto: CARLOS H. VÁZQUEZ.
Fotos: IRENE BERNAD.

 

Hay discos que funcionan como mapas, líneas trazadas con acordes sobre palabras que conducen a cada etapa para encontrar su valor en el propio recorrido. El dorado (WEA, 1995), el cuarto álbum de Revólver, pertenece a esa estirpe. No es una meta ni un destino cerrado; es, en palabras de Carlos Goñi, «un capítulo de un único libro que comenzó a escribirse mucho antes y que sigue desplegándose treinta años después de su lanzamiento». Este trabajo no suena como una reliquia polvorienta, sino como un eco vivo de un hombre que se negó a seguir las direcciones establecidas. En su portada, Goñi aparece solo, a contraluz, una silueta recortada contra un cielo inmenso, como si quisiera sugerir que lo verdadero no está en lo que se muestra a plena luz, sino en lo que apenas se intuye en las sombras.

Carlos Goñi describe su obra con una claridad que desarma. Bajo esa premisa, El dorado se convierte en el capítulo que abarca sus tres décadas hacia atrás, un tramo de vida que no se pierde en los recuerdos difusos de la infancia más temprana, sino que se ancla en los pasos de un joven que observa cómo sus padres, cada uno por su cuenta, persiguen su propio El Dorado. «No es bueno ni malo, es ser humano», explica Goñi con una mezcla de crudeza y ternura que define su manera de narrar. La canción “El dorado” es un tema que muchos interpretaron como un homenaje al esfuerzo heroico de los progenitores, pero que en realidad es algo más complejo y humano: una reflexión sobre la elección vital de buscar lo que uno cree que le pertenece, aunque ello implique dejar atrás a un hijo. Goñi no emite juicios; se limita a contar. Y en ese relato, emerge un destello de comprensión que atraviesa al oyente como una flecha silenciosa.

 

Carlos Goñi: «Si no me explicas por qué tengo que ir por ahí, me voy al lado contrario por inercia»

 

Grabado en noviembre de 1994 en El Cortijo (Málaga) y precedido por el éxito de Básico (WEA, 1993), El Dorado no nació de un plan minuciosamente trazado. «Mientras estaba de gira con Si no hubiera que correr, no tenía ni media canción escrita para este disco», confiesa Goñi. Fue en los hoteles, durante un parón en Alicante, donde las historias comenzaron a tomar forma. Treinta canciones compuso para este álbum, de las cuales solo once llegaron al corte final. Las demás quedaron relegadas a ese «cajón de retales» del que el músico echa mano cuando una melodía o una frase lo reclaman en el futuro. «Por cada canción que grabo, tumbo dos», revela, y la imagen que se dibuja es la de un taller repleto de esbozos, de fragmentos que no encajaron en ese momento pero que podrían resucitar en otro capítulo, como piezas de un rompecabezas infinito.

 

El sonido de la libertad
Si algo define a El dorado es su libertad. Y no se trata de una libertad impostada, de esas que se proclaman a gritos para impresionar, sino de la que surge cuando un artista se planta frente a la industria y declara: «Grabo el disco que me dé la gana”. Warner, la compañía que lo respaldaba en aquellos años, nunca le impuso cómo debía sonar su música; solo le pidió que fuera vendible. Y lo fue, aunque el camino hasta llegar ahí estuvo lleno de obstáculos. Tras el traspié comercial de Si no hubiera que correr —un álbum que vendió veinte mil copias en 1992 frente a las trescientos cincuenta mil de OBK en el mismo año—, Goñi estuvo a punto de colgar la guitarra. «Me fui a un mostrador de Iberia y pregunté cuál era el próximo avión», recuerda entre risas, evocando un instante de desesperación que no lo define, pero que lo marcó. Sin embargo, Alfonso González (presidente de Warner entonces), una figura pivotal en su carrera profesional, lo empujó a seguir adelante. Lo que vino después fue una promoción titánica por toda España: guitarra al hombro, bares y una gira que sumó doscientos cuarenta conciertos entre 1993 y 1994, interrumpida solo por el tiempo que llevó grabar El dorado. De esa vorágine nació Básico, un directo que cambió las reglas del juego y que, sin pretenderlo, allanó el terreno para este cuarto disco.

El sonido de El dorado respira rock americano por los cuatro costados, pero con un alma propia que lo distingue, y hay una sensibilidad cantautora que empieza a ganar terreno, un equilibrio entre la potencia del rock y la introspección de quien tiene algo que contar. «El rock and roll sigue estando, pero de otra manera», admite el músico. En “Por un beso”, por ejemplo, se cuela el tex mex que bebe de influencias como Freddy Fender o Flaco Jiménez, nombres que Goñi menciona con devoción mientras el recuerdo de una comida regada con vino le nubla momentáneamente la memoria. «Me flipan las rancheras, los corridos mexicanos», confiesa, y esa pasión explica por qué el acordeón y el slide se deslizan en sus canciones como un viento caliente que cruza el desierto entre Texas y México.

Pero no todo en el disco es celebración. La instrumental final, “Dios en agosto está de vacaciones”, es una pieza sin palabras que dice más que muchos versos. «Mi madre se reencontró con su primer amor después de años separada de mi padre. Fueron felices hasta que a él le detectaron cáncer de piel y murió», relata Goñi. El slide llora en esta pista, y no hace falta una voz para transmitir la tristeza que pesa en cada nota. «Me parecía que no necesitaba letra, se contaba sola», añade. Es un cierre perfecto para un disco que no busca respuestas definitivas, sino caminos abiertos que invitan a seguir caminando.

 

Carlos Goñi: «No me digas cómo lo tengo que grabar, dime cómo lo vas a vender»

 

Historias que crecen en el trayecto
Las letras de El dorado son un puñado de relatos que no se cierran, que no ofrecen finales redondos ni moralejas simplistas. En “No va más”, Goñi canta: «Me he pasado media vida intentando encontrar frases que justificaran lo hecho en la otra mitad». Con 63 años y este disco cumpliendo tres décadas, se le pregunta qué frases justifican este trabajo. «El dorado no existe, se camina», responde destilando una filosofía que recorre todo el álbum. Y luego añade: «Prefiero pedir perdón que pedir permiso». Pero hay una línea que brilla con luz propia, extraída de “El anillo de boda” (de Adictos a la euforia, publicado en 2014), una canción que él mismo considera entre las mejores de su carrera: «El error no es acabar, el error es no empezar por si se acaba». Ahí late el corazón de El dorado: la valentía de salir a buscar, aunque no haya un tesoro dorado al final del camino, solo el polvo del trayecto y las huellas que uno deja atrás.

“Esperando mi tren” es otro ejemplo de esa narrativa abierta. Goñi tardó seis años en darle forma a esa canción, partiendo de una intro con armónica y un verso que hablaba de burlarse del destino. «Salió sola, entera», recuerda, evocando el momento en que las piezas encajaron durante la escritura de El dorado. Es la historia de un viajero que no sabe si su tren pasó o no, pero que sigue en el andén porque así lo decide él, no porque otros le dicten el rumbo. «Si crees que debes esperar, espera. Si crees que debes coger otro, hazlo. Pero que lo digas tú», sentencia. En ese espíritu se refleja el Goñi, escribiendo en hoteles entre concierto y concierto, diciendo no a las imposiciones y trazando su propio sendero, guitarra en mano.

 

Carlos Goñi: «Si crees que debes esperar, espera. Si crees que debes coger otro, hazlo. Pero que lo digas tú»

 

Otros temas, como “Lisa y Fran” exploran relaciones marcadas por la pérdida y la búsqueda. Hay una constante en estas historias: figuras masculinas que están perdidas, pero no necesariamente derrotadas. Sirvan de muestra “Rodrigo y Teresa” (Sur) o “Johnny and Mary” (Adictos a la euforia) «Siempre tienen un punto de fuga», dice Goñi, recordando las palabras de un director de fotografía que vio en sus canciones lo mismo que en sus fotos. Quizá esa ausencia paterna —su padre se marchó cuando él tenía 14 años y apenas lo volvió a ver— sea la sombra que planea sobre estas letras, un eco que no explica todo, pero que añade profundidad a cada verso.

 

Un hombre contra las flechas
El dorado no nació de la comodidad. Tras el éxito de Básico, Goñi pudo haberse conformado, pero eligió arriesgarse. «La compañía creía en mí ciegamente», admite, recordando cómo Warner lo respaldó incluso cuando él mismo dudaba. Después del primer álbum con Revólver, Revólver (WEA, 1990), cuando presentó las maquetas del segundo y se las rechazaron, llegó a pedir la carta de libertad. «Dame la carta, me piro», le dijo a Íñigo Zabala, presidente de Warner en ese momento. La respuesta fue un no rotundo: «Vuelve a tu casa y sigue haciendo canciones». Y eso hizo Carlos Goñi. Pero nunca permitió que le dijeran cómo debía grabar. «No me digas cómo lo tengo que grabar, dime cómo lo vas a vender», era su mantra. Esa independencia marcó El dorado y todos los discos que vinieron después.

La portada del álbum, con Goñi solo en contraluz, es un símbolo de esa emancipación. «En los dos primeros discos me daba vergüenza salir solo», confiesa. Venía de Comité Cisne, donde la banda era un refugio, y aún necesitaba esa sensación de grupo. Pero Básico lo cambió todo. Grabado con los mejores músicos de rock de España en 1993 —«si no estás en ese disco es porque no eres la hostia», dice con orgullo—, fue un punto de inflexión. Aunque no todo fue idílico: algunos de esos músicos le hicieron pasar momentos difíciles, y solo la llegada de Mick Glossop como productor y su propia toma de control como director musical salvaron el proyecto. Para El dorado, Goñi eligió trabajar con otros músicos, muchos de ellos ingleses traídos por Glossop, con quienes no tuvo que pelear. «Rock americano por todos lados», resume, y el resultado es un disco que suena a Nueva York, Los Ángeles y Texas, pero con el alma de un tipo nacido en Las Ventas.

Esa influencia americana no es casual. Desde los 13 años, Goñi solo escuchó rock americano. «Cero rock en español», afirma, aunque reconoce su admiración por Leño o Miguel Ríos. Las letras de Bruce Springsteen o Tom Petty lo golpearon como un huracán, especialmente cuando entendió su profundidad gracias a su dominio del inglés desde su preadolescencia. «La primera vez que me cae encima el Born to run me pongo a llorar», recuerda. Esa intensidad emocional se cuela en El dorado, un disco que no imita, sino que transforma esas influencias en algo propio.

Camino sin final
Treinta años después, El dorado sigue siendo un capítulo vivo. No es un disco de finales felices ni de lecciones cerradas. Es un sendero que se camina, como dice Goñi, y que no promete oro, sino la experiencia de buscarlo. Las historias se despliegan —padres que se van, trenes que pasan o no, amores que mueren bajo el sol de agosto— y el oyente entiende que el verdadero Dorado no está al final, sino en el acto de avanzar. La portada de la nueva gira, Más allá de Eldorado, lo resume: Goñi caminando en dirección contraria a las flechas que le indican el rumbo. «Si no me explicas por qué tengo que ir por ahí, me voy al lado contrario por inercia», dice, y esa rebeldía es el hilo que une este disco con todo lo que ha hecho antes y después.

El tour Más allá de Eldorado tendrá parada el 21 de septiembre en el Teatro Real de Madrid, el 16 de octubre en el Palau de les Arts de Valencia, el 23 de octubre en el Teatro Victoria Eugenia de Donostia, el 7 de noviembre en el Teatro Filarmónica de Oviedo, el 8 de noviembre en el Teatro Colón de A Coruña, el 27 de noviembre en el Teatro Principal de Alicante, el 28 de noviembre en el Teatro Víctor Villegas de Murcia, el 20 de diciembre en el Teatro Cervantes de Málaga, el 2 de enero en el Teatro Alfredo Kraus de Las Palmas de Gran Canaria, el 11 de enero en el Cartuja Center de Sevilla y el 5 de febrero en la Sala Paral lel 62 de Barcelona.

«El dorado se camina», repite Goñi, y en esa frase está la esencia de un álbum que no ofrece un tesoro tangible, sino el polvo del trayecto, las huellas en la tierra y la certeza de que buscar es lo que cuenta. Como en esa silueta en contraluz, donde no se ve todo, pero se intuye lo suficiente para seguir escuchando, para seguir caminando.

Artículos relacionados