«Después de nueve discos, lo que más me obsesiona es que la canción sea lo más perfecta posible»
Quince canciones conforman Dolce vita, el nuevo disco de Amaral que orbita sobre la libertad, los paisajes emocionales y, cómo no, la dulzura de la vida. Por Arancha Moreno.
Texto: ARANCHA MORENO.
Fotos: JAVIER SOTO AZPITARTE.
«Deberíamos amarnos tanto como para vivir fuera del tiempo… distantes». Lo escribió Federico Fellini en La dolce vita, título que ha escogido Amaral para su nuevo disco, Dolce vita. En él no hay vida noctámbula ni jet set, y tampoco una escena histórica en la Fontana di Trevi, pero sí hay quince canciones repletas de paisajes emocionales, conectadas con escenarios como la Ribeira Sacra, que hablan de la dulzura de la vida. Porque, como dice Eva Amaral, «mostrar la belleza o la felicidad puede ser más subversivo que protestar por lo que no nos gusta».
Esa forma de vivir a la que aludía Fellini, fuera del tiempo, tiene mucho que ver con ellos y su nuevo disco. Lejano queda ya el anterior Salto al color (2019), y larga ha sido esta cosecha compositiva. «Hubo un momento que tuvimos sequía creativa, al menos yo, en el impás de la pandemia, pero habían nacido canciones antes, y después fue un géiser la necesidad de contar cosas, de expresarse, y la alegría de sentir que la vida se abría camino de nuevo», explica Eva mientras remueve su té de chocolate en un céntrico hotel madrileño. «Finalmente centramos el tiro en estas quince, que eran las que hablaban unas de otras, funcionaban entre ellas», dice, sobre el aroma que impregna esta colección.
Hay veces que las canciones se alían entre ellas para dotar de sentido a la obra, aunque Juan Aguirre se muestre agnóstico: «No soy muy de hilos conductores. Después de nueve discos, que no son muchos, lo que más me obsesiona es que la canción sea lo más perfecta posible. Para mí una canción es un corto, que empieza y acaba, y las relaciones con otras canciones pueden ser o no. Eva quizá es más conceptual y le busca una unidad. A mí, cuando me gusta una canción es por motivos muy poco racionales, muy intuitivos. Si una canción me parece buena, no me baja nadie de ahí». Un criterio que aplica a la música ajena y a la propia: «Cuando ponemos ideas en común, si algo me gusta le digo a Eva que es genial, y si no me convence, lo digo, y entonces peleamos». Ahí se enzarzan los dos corazones de Amaral, que, por distintos que sean, en realidad laten a un mismo ritmo: «Nuestras diferencias son de matiz. Tenemos un camino común, lo que pasa es que cuando hacemos una canción nuestros matices son del tamaño de un iceberg. Somos muy beligerantes cuando tenemos claro que algo tiene que ser de una manera. Ahí es donde está la tensión creativa», señala Eva.
Vivir fuera del tiempo
Vivir fuera del tiempo, como decía Fellini, caracteriza a Amaral desde que irrumpieron en la industria musical a mediados de los noventa. No encajaban en los prototipos de las bandas de entonces, y hoy día siguen sin hacerlo. «Desde el principio había una visión distorsionada de lo que éramos, porque no respondíamos al grupo de cuatro o cinco hombres con camisas y barbas parecidas con unos roles definidos, como los Rolling Stones. Nosotros no éramos eso, siempre se nos percibió de una forma distorsionada», siente Juan. «No acabábamos de encajar en ninguna escena, no éramos ni rockeros ni poperos, no éramos un grupo con una imagen que ya hubieran visto. Estábamos fuera de lugar siempre, pero al final ahí estamos, que es lo que importa. No hay una etiqueta clara, somos nosotros y ya está», defiende Eva.
«En nuestro ADN siempre ha estado no tener un jefe, sino depender solamente de tu guitarra, tus canciones, tu voz…»
Esa desclasificación se suma a la desubicación que han sufrido por su género: «Ser un hombre y una mujer, una banda en igualdad de roles, no se acababa de entender. Muchas veces se ha puesto el foco en Juan como una especie de genio, y yo solo la voz, y otras se pone el foco demasiado en mí, como si fuera la estrella y él solo pusiese la guitarra», comenta Eva. Han lidiado con ello de muchas formas, en ocasiones desde el humor y otras de forma menos agradable: «Han llegado a menospreciar a Juan porque “no sabía ponerme a mí en mi sitio”», alucina Eva. Aguirre recuerda entonces la sesión de fotos que hicieron para Nocturnal, en La Casa Encendida de Madrid: «Hacía mucho sol, Eva salía de pie y yo me arrodillé para que el sol no me diera. Y me amenazaron: “El tío es como un perrillo, le daría con un bate de béisbol”». Una reacción «supermisógina y machista» que le hace plantearse a qué situaciones se enfrentan otras bandas del circuito: «Me gustaría preguntarles a nuestros amigos de Sidonie, Vetusta o Estopa si han vivido estas cosas o las vivimos nosotros porque somos un hombre y una mujer».
Desde que acariciaron el éxito a finales de los noventa, se etiquetó la música de Amaral como pop comercial, limitando su propuesta. «No somos solo eso, y hay una parte de la prensa musical que no supo entenderlo, o no quiso. No les hemos necesitado, ni ellos a nosotros, porque pueden hablar del próximo grupo emergente, y está bien que lo hagan. Eso a la larga ha sido beneficioso, porque nunca hemos estado dentro de una corriente o una moda, y siempre nos planteamos si tenía sentido hacer un siguiente disco», piensa Eva. Tener un público masivo no garantiza precisamente la calma de una banda, y mucho menos su longevidad. Rozando los treinta años, ya doblan el tiempo medio de muchas formaciones. «Andrés Calamaro dijo una vez que la lucha por el éxito une y el éxito separa. Cuando lo dijo no entendí a qué se refería, en ese momento estábamos con el primer disco», apunta Juan. Ahora, que conocen las entretelas del triunfo, tampoco son víctimas de las batallas que libran otras bandas: «No tenemos problemas de ego, no hay una lucha por ver quién brilla más. A Eva le ha tocado estar en el centro del foco y lo lleva de una forma increíble, pero no discutimos por eso, sino por cuestiones artísticas».
El sonido de las palabras
En manos de Eva y Juan, las canciones brotan de formas distintas. «A veces se te ocurre una melodía y ya tiene como palabras dentro, antes de escribir la letra. Tú no sabes de qué va a tratar la canción, te tienes que poner a ello, pero la primera semilla que te hace decidir si merece la pena o no a veces es nada, una melodía de voz con un acorde o dos y unas palabras», comenta Aguirre. «A veces, una idea o una palabra contiene una música dentro, o por lo menos una sensación sonora. Para mí es un misterio, hay canciones que puedes estar años escribiendo, con un germen pequeñito que no consigues que florezca, y de repente un día estalla, y nace como la flor partiendo el asfalto, y otras es algo inmediato, de tener una estrofa y un estribillo que sale y que asusta, que dices: “¿De dónde ha salido esto? ¿Quién me lo ha mandado?” Es un verdadero misterio, es bonito», ríe Eva.
«Yo estoy obsesionado con el sonido de las palabras», confiesa Aguirre, a lo que se suma Eva, «solo que quizá tenemos criterios distintos». Pero, más allá del discurso cantado, todo cobra importancia a la hora de expresar y conformar la canción. «En la música es tan importante lo que escribes como cómo se canta, cómo se toca y cómo se rodea. Lo que dice un disco también es el sonido que has elegido, la densidad sonora o la desnudez sonora, cómo suenan las cosas. Eso es importante, es poner el foco de nuevo en la música. Y en el fondo somos músicos», defiende Juan, volviendo a la esencia.
Vivir distantes
La distancia a la que aludía Fellini en La dolce vita también existe en este disco, quizá en su forma de observar el mundo, como si hubiesen abandonado la vorágine diaria en la que vivimos y contemplasen la existencia con ojos nuevos, como los de un niño, con cierta extrañeza. «No lo había pensado así, pero igual tienes razón. También nos hemos desubicado nosotros en lo personal de donde estábamos, eso hace que de repente veas la vida con otros ojos», piensa Eva. Ella lleva un tiempo viviendo en un pequeño pueblo de Galicia, en plena naturaleza. «Quizá miramos con la sorpresa de ver que en el mundo hay mucha belleza, que no todo es crueldad, pero esa crueldad es inherente a la naturaleza de la vida. Hay que jugar con los momentos de sombra y luz, y agarrarse a la luz lo más que se pueda, para cuando venga la sombra». Alejarse de la gran urbe ha influido en su forma de interpretar la vida y la muerte: «En la naturaleza hay muerte, y cuando estás en un sitio pequeño está más presente. Hay que aprender a vivir en ese balance. En una gran ciudad pasa todo rápido, hay un contacto menos estrecho con lo que te rodea. En un sitio con menos gente nos aferramos más los unos a los otros, y cuando alguien se va es tremendo, te enseña muchas cosas».
«En la música es tan importante lo que escribes como cómo se canta, cómo se toca y cómo se rodea»
Además de fellinesca, su mirada es, definitivamente, felina, como cantaban en “Cómo hablar”. «Somos curiosos por naturaleza, aunque parezca que no nos damos cuenta de nada. No tenemos una vida muy rutinaria, porque aunque quieras tener tiempo para tocar, y para hacer deporte, se rompe por viajes, grabaciones, entrevistas… Eso te hace ver las cosas con una continua sorpresa. Lo que nos ha pasado a Eva y a mí desde que empezamos a tocar juntos, muy jóvenes, es sorprendente. Tenemos un amigo que nos dice: “De eso habría que hacer una serie, porque la gente fliparía”. Estar aquí, con un noveno disco, es excepcional, porque el mundo del pop es efímero. El mundo de los medios es extraño, se realimenta a sí mismo, sobre todo para dos personas que nunca hemos querido ser personajes públicos», manifiesta Juan.
Libres desde el origen
De alguna forma, un disco no es solo de quien lo compone, lo graba y lo publica, sino también del público que lo recibe. Eva parece verlo así también: «Estas canciones hablan de nuestro momento, pero también del que las escuche. No es un disco que habla sobre la naturaleza todo el tiempo, ni sobre algo urbano. Son paisajes emocionales, paisajes eternos». Paisajes que exudan libertad por los cuatro costados, un tema que ya habían abordado en canciones previas como “Revolución”, “Hacia lo salvaje” o “El universo sobre mí”. Aquí lo hacen desde el inicial “Libre”, cuando cantan aquello de «libre como el día en que nací». «Nada mancha esa libertad inmaculada con la que naces, evidentemente es una utopía irrealizable, pero es una declaración de intenciones: la de intentar buscar esa libertad que cada uno entiende de una manera distinta», apunta Eva.
La pregunta, quizá, es desde cuántos ángulos se puede mirar un mismo concepto. «Hay muchas formas de hacerlo», dice Juan, «incluso de una manera menos evidente». «Desde el momento en el que una canción no tiene que ser una poesía, o tener valor en sí mismo como texto, porque va con una música, puedes hacer un ejercicio de libertad rompiendo la estructura lógica de una canción. Hay muchos discos que no son de pop o de rock que son superlibres, como los clásicos de John Coltrane y Ornette Coleman, en el sentido de que no están muy sometidos a las modas del momento. Los discos de Pink Floyd son ejercicios de libertad de cosas que no se habían hecho antes, se atrevieron a romper los esquemas».
«Víctor Jara es otro símbolo de libertad enorme, y lo que sucedió en ese estadio, a Víctor Jara y a los miles de personas que fueron asesinadas»
Esa libertad también es un tesoro que parecen haber conseguido, aunque con matices. «Ahora no tenemos la libertad de tener una rutina, que también me gustaría en algún momento tener un poco de estabilidad», admite Eva. «O la libertad que te da el anonimato, con Estrella de mar la perdimos para siempre, creo yo. Pero desde que hacíamos demos hemos hecho música libremente. En los biopics de las bandas siempre buscan el conflicto, y no es que no hayamos tenido conflictos, pero no han sido esos, no hemos tenido que luchar contra una compañía de discos, hemos hecho siempre lo que nos ha dado la gana, y a todo el mundo le parecía bien, y si no le parecía bien, no lo decían. Siempre hemos tenido libertad creativa absoluta», confirma Juan. Y la libertad, en sí misma, les resultaba muy atractiva desde que empezaron a hacer canciones: «Para nosotros la idea de ser músico era totalmente romántica: la vida en la carretera, cargar con la batería, la guitarra… pero el parámetro no era ser célebre, era otra cosa, una idea beatnik de la libertad. Eso ha estado siempre en nuestro ADN, no tener un jefe, sino depender solamente de tu guitarra, tus canciones, tu voz, tus viajes, lo que ibas descubriendo en esos viajes… Asociábamos viajar a la libertad, ese era el estilo de vida que queríamos conseguir», comenta Eva.
De Antonio Arias a Víctor Jara
Ocurrió hace ocho o nueve años, en el coche de Antonio Arias. Lagartija Nick invitaron a bandas amigas a versionar los temas de Inercia, su segundo disco, de 1992. Triángulo de Amor Bizarro se atrevieron con “Esa extraña inercia”, León Benavente con “Solo amnesia”, Niños Mutantes optaron por “Cara b” y Amaral reinterpretó “Universal”. Cuando les recogió en Granada, de camino al estudio, Antonio Arias iba escuchando a Víctor Jara. «Obviamente lo conocíamos, pero de pronto es como si estuviera guardado en tu disco duro y lo llevaras al escritorio. Siempre que lo escucho me viene a la mente Antonio en su coche», confiesa Juan. Aquella revelación ha cicatrizado ahora, en La dolce vita, en la canción “Podría haber sido yo”, donde hacen un homenaje al músico chileno: «Víctor Jara es otro símbolo de libertad enorme, y lo que sucedió en ese estadio, a Víctor Jara y a los miles de personas que fueron asesinadas», confirma Eva.
“Podría haber sido yo” vibra en una frecuencia latinoamericana, con ecos andinos, porque aquellas latitudes también han marcado profundamente al dúo. «Los primeros países que visitamos para tocar fueron Chile y Argentina, son países a los que tenemos mucho cariño», afirman, tendiendo un puente hacia el otro lado del charco. Aun así, el disco arranca con otro pulso, más aflamencado, en “Libre”. En un primer momento, Juan pensó en llamar a un guitarrista del género, pero Eva le convenció para que la tocase él: «Yo no vengo del flamenco, me parece fascinante pero lo miro desde el respeto y la admiración. En el primer disco teníamos una canción con una armonía bastante aflamencada, “No existen los milagros”. “Días de verano” tiene un carácter bastante hispano. Siempre hemos sido bastante permeables a lo que nos rodea, y hay cosas del ámbito flamenco que nos impactan. Tendríamos que meternos en una cueva para que no nos influyese el entorno».
«Hay un montón de músicas hispanas y españolas que forman parte de nuestra raíz»
Ese sentir también se adivina en el tema “Viernes Santo”, cuyas costuras esconden un aroma a copla, letrísticamente hablando. Sus influencias son más anglosajonas, pero la música popular española también forma parte de su educación musical: «La música que hemos escuchado desde niños, por la que estamos absolutamente colonizados, es la anglosajona. Pero en el fondo el flamenco, la copla, el bolero, música latinoamericana… Hay un montón de músicas hispanas y españolas que forman parte de nuestra raíz, porque es la música que escuchaba mi madre en casa, o sus padres. Eso están en el ADN, no te lo puedes quitar. Muchas de nuestras melodías tienen esas sonoridades de la música española», concede Eva.
En ruta
Bilbao será el pistoletazo de salida de esta gira que arrancará el 10 de mayo en el Bilbao Arena Miribilla, y que hará rápidamente escala en su Zaragoza natal los días 16 y 17 de mayo (Pabellón Príncipe Felipe) antes de pasar por Pamplona (24 de mayo, Navarra Arena), Valencia (31 de mayo, Plaza de toros) o Barcelona (13 de junio, Guitar BCN-Sant Jordi Club), entre otras muchas ciudades. Aún no han preparado los ensayos, pero ya tienen algunas ideas. «Desde hace cinco años hemos vuelto a poner el foco en las guitarras, no como fuente de sonido sino como algo icónico, como símbolo de música inmediata. La música hecha con guitarra, aunque emplees tecnología contemporánea, es algo más inmediato, y la cultura rock tiene que ver con la fuerza y la inmediatez de las guitarras. Tenemos la idea de que sea un directo enérgico. Siempre hemos estado muy obsesionados con que suene bien», asegura Juan.
Sobre el escenario volverá a acompañarles Míriam Moreno, la saxofonista de su gira anterior, añadiendo vientos al show. Y habrá, como de costumbre, una cuidadísima puesta en escena: «Tenemos muchas ideas visuales, es un disco muy especial para transmitir esa sensación de belleza a través del sonido y de lo que entra por los ojos. Queremos que sea un espectáculo», anuncia Eva. Se avecinan curvas… de las buenas.