DISCOS
«Es un disco, en suma, aburrido»
Teenage Fanclub
Endless arcade
PeMa/MUSIC AS USUAL, 2021
Texto: CARLOS PÉREZ DE ZIRIZA.
La palmada en la espalda de un amigo. El abrazo de un pariente cercano. El guiño de un viejo conocido. Todos —servidor, el primero— hemos echado mano de alguno de estos tópicos para describir la familiaridad que genera la música de Teenage Fanclub. Al menos para cualquiera que lleve escuchándolos desde que Bandwagonesque (1991) demostró que la cuádruple B (Beatles, Byrds, Beach Boys y Big Star) podía conjugarse en el presente de indicativo que marcaban los pedales de distorsión y las guitarras enmarañadas del noise, aquellas que preludiaron la dominación mundial del grunge. El problema llega cuando ese compañero o compañera vital se repite. Y, además, lo hace sin chispa. Sin ángel. Como perpetuando una cadena de montaje que nos ha surtido de modelos muchísimo más rutilantes.
Quizá sea la ausencia de Gerard Love, que ha convertido lo que era un perfecto triángulo equilátero en un diálogo a dos bandas entre Norman Blake y Raymond McGinley. La química tiene estas cosas: las mejores bandas son siempre fruto de la suma de sus partes. El caso es que algo falla. Y tampoco es una simple cuestión de oxígeno: nadie en su sano juicio esperaría que los escoceses nos sorprendieran pasándose al kosmiche germano, a la electrónica andina o al —pongamos por caso— gamelán indonesio. Su fórmula es la que es, más allá de que se atisbe un mayor peso de los teclados, cortesía de Euros Childs (ya miembro de pleno derecho, al igual que David McGowan). Y está muy bien que así sea. Pero cuesta aprehender la ternura de sus reflexiones de mediana edad, quizá porque no fluye con la desenvoltura acostumbrada. Apenas permea su innegable honestidad —la que Blake esgrime, tras su separación y su retorno a Escocia desde Canadá— sobre el paso del tiempo, seguramente porque su pop de escuadra y cartabón se conforma más que nunca con trazar líneas rectas con una funcionalidad tan irreprochable como grisácea. Permanece el oficio, por supuesto. Pero al servicio de la inercia. Es como si mantuvieran el molde, pero les faltara el relleno. Y si lo tiene, no registra punto de cocción. Es un disco, en suma, aburrido. Excepción hecha de “Come with me”, “In our dreams”, “Living with you” y, sobre todo, la deliciosa “Back in the day”, su mejor momento. Escaso saldo para lo que nos tienen acostumbrados.
Quizá el paso del tiempo lo revalorice y nos tengamos que comer nuestras palabras. Seré el primero en alegrarme. Visto en perspectiva, Howdy! (2000) también supuso un bajón que, después de mucho tiempo, reveló algunas gemas cuyo fulgor no supimos apreciar en su momento. Pero hoy por hoy, este noveno disco es fácil de arrinconar.
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