COMBUSTIONES
«Un libro que toma a la cantante neoyorquina como sutura visceral y espejo donde tatuar las contradicciones, anhelos, fantasmas y pesadillas del sueño americano»
Tras la lectura de Diez maneras de amar a Lana del Rey (Una investigación pop), de Luis Boullosa, Julio Valdeón reflexiona sobre la figura de la cantante y compositora como reina del pop y como princesa en esa “América” que nos venden, tan imaginaria como real.
Una sección de JULIO VALDEÓN.
No es sencillo responder qué es el pop. Tampoco desentrañar la naturaleza de un mito: los Estados Unidos, que nacen del matrimonio de la utopía y la rapiña y desembocan en una piñata noir de costa a costa, donde caben todos los mascarones del siglo veinte, sueños en cinemascope y también desigualdades e injusticias. Luis Boullosa lo ha logrado por la vía de entregar un libro, Diez maneras de amar a Lana del Rey (Una investigación pop), que toma a la cantante neoyorquina como sutura visceral y espejo donde tatuar las contradicciones, anhelos, fantasmas y pesadillas del sueño americano. Ese que anidó en el corazón de varias generaciones, hasta hacernos sentir que Los Ángeles y Nueva York eran los suburbios de nuestro propio cableado emocional, más cerca de Henry Miller, Buster Keaton, Jack Kerouac, los Beach Boys o Walt Withman de lo que jamás estaríamos de la ración de historia que nos correspondía en atención al pasaporte.
Con una escritura felina, que bebe tanto de la lucidez de Susan Sontag como de los desmadres del Rey Lagarto, colocado de glamour y rock and roll, Boullosa guía al lector por los parajes del arte que hemos respirado, de la música al cine, de la arquitectura angelina a los callejones del Bowery. Lo hace imantado por la presencia imposible de una Lana que, disco a disco, confirma su condición de estrella retro, tan lejos de los cánones estéticos y literarios de sus contemporáneos como capaz de metabolizar las inclinaciones de un público que devora cada nueva rodaja sónica, cada álbum, cada vídeo y cada verso.
Escribo esto a quemarropa, embebido todavía en la lectura, con esa rara euforia que solo puede inocular una prosa fragmentaria y humeante. Lo escribo, sí, consciente de que nunca presté a Lana la atención que posiblemente merece, con Blue banisters sonando en los cascos. Como si el metro, que me lleva de la Avenida de San Luis a Bilbao, estuviera a punto de aparcar junto al Pacífico. Más que un territorio geográfico, “América” es un continente mental. Y este libro, de Lana a Marilyn, de Los Ramones a Spielberg, de JFK a Elvis, lo evoca e invoca como muy pocos.
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Anterior entrega de Combustiones: Louis Armstrong, león sonriente.