«Sigo viendo en él a ese chaval que nos deslumbró con ‘Personal’ y nos robó el alma con ‘Salitre 48’. Al que hemos visto crecer tratando de mejorar disco a disco, canción a canción, verso a verso»
Quique González cumple cuarenta años. Una edad seria. Una suerte de ecuador. El paso a otro estadio vital. Juan Puchades, director de Efe Eme, le felicita con este homenaje personal.
Texto: JUAN PUCHADES.
El tiempo no corre, vuela. Cuando menos te lo esperas, zas, el cabrón te ha aplastado como a una cucaracha, y adiós muy buenas. Ya eres un recuerdo, un tipo que agotó su ciclo y que lo pasó como buenamente pudo. El reloj marca las horas inexorable, y solo eres consciente de ello alcanzada cierta edad. Confieso que hace unos años, no recuerdo cuantos (y casi mejor), al leer necrológicas comencé a practicar ese siniestro ejercicio consistente en echar cuentas de los años del difunto en el momento del deceso y calcular cuántos te quedarán a ti si palmas a su edad. Desde ahí, el cálculo te lleva a pensar si lo que te queda por delante es más o menos que lo vivido hasta ese momento. En el primer caso, todo bien; en el segundo, mal rollo.
Creo recordar que tan oscuras ideas no comenzaron en los cuarenta, seguro que fue algo más tarde. Es más, me parece que ni atravesé la crisis asociada a dicha edad. Es posible que mi momento depresivo se dejara caer algo antes, o algo después. No me acuerdo. Y eso está bien, porque no debió de ser tan grave. A los cuarenta tampoco hay que darle demasiada importancia. Aún estás en forma y al ibuprofeno todavía le queda un tiempo para ser complemento habitual de tus necesidades vitales. Pero… ¡los cuarenta no dejan de ser los cuarenta! ¡Cosa seria!
Quique González hoy alcanza las cuatro décadas y no pretendo amargarle la fiesta, bien al contrario. La idea es felicitarle, agradecerle lo hecho, animarle a seguir adelante. Comentar en público lo mucho que me gustó «Delantera mítica», su disco de este año, en el que lo vi animoso, rockero, combativo. Y me alegró un montón porque creo que atravesó un tiempo demasiado largo algo ensimismado y reflexivo, poco dado a soltarse el pelo… Pero, de habitual, me he callado. Y es que con Quique me sucede como con algunos músicos, con los que se ha franqueado la barrera profesional y la relación se ha difuminado, y sin ser amigos, uno tampoco sabe bien dónde está. Pero lo que sabe con certeza es que lo mejor es quedarse a un lado y dejar que otros opinen. Y con Quique es sencillo: siempre hay compañeros dispuestos a levantar la mano, dar el paso al frente y acudir a primera línea de combate. Yo, por respeto al lector, al propio Quique y a mí mismo, prefiero quedarme en la retaguardia y ejercer de observador. Puedo entrevistarlo, pero intento no entrar a valorar su obra.
Alguna vez lo he comentado: no recuerdo (pero para nada) cuándo lo conocí. Sí conservo en la memoria situaciones y charlas en diferentes circunstancias y ciudades, pero no sé cómo nos conocimos. Poco importa. Sé que en algún momento comenzamos a charlar por teléfono con cierta regularidad. Hubo confesiones en periodos complicados, porque quizá hoy nos parezca que la carrera de Quique ha sido sencilla, pero no, ha habido dudas, sinsabores, decepciones, tropezones, oscuridad en callejones sin salida, y ha peleado por defender su espacio, aquello en lo que creía y en la forma de hacerlo. Y eso le ha llevado a enfrentarse con managers o discográficas, incluso con compañeros de profesión, es posible que con periodistas. Pero también es cierto que su carácter, poco acomodaticio, no es fácil. Quique es obstinado y cuando intuye una ofensa o una deslealtad, responde con la indiferencia y el hielo (y no precisamente acompañado de ginebra y tónica). Sé de lo que hablo: por un asunto muy menor (al final, el episodio se diluyó en la insignificancia de las cosas sin mayor trascendencia) se enojó conmigo, no entendió mis razones y marcó distancias. Decidí respetarlo. Era su decisión. Luego, ambos hicimos como si no hubiera pasado nada, pero con ese punto tan masculino de no hablar las cosas, la herida no cerró del todo. La distancia vino a sumarse a nuestra ya de por sí extraña relación: yo no le río las gracias a los músicos, él no se las jalea a los críticos (que por lo general calzamos egos como castillos) y, para colmo, los dos somos tímidos en extremo y nos cuesta una enormidad comunicarnos con un igual. Sabemos que somos «raritos», y lo asumimos. Tampoco pasa nada.
Que hoy Quique cumpla cuarenta me parece increíble, porque sigo viendo en él a ese chaval que nos deslumbró con «Personal» y nos robó el alma con «Salitre 48». Al que hemos visto desarrollarse tratando de mejorar en su oficio, disco a disco, canción a canción, verso a verso, mientras crecía exponencialmente la admiración ciega de muchos (a mi modo de ver algo disparatada, pero allá cada cual). Sin embargo, lo dicho, el tiempo pasa volando y ya lleva quince años grabando, que son algunos más de los que duraron los Beatles. Y quedan trabajos espléndidos y la influencia sobre toda una generación de cantautores del rock algo más jóvenes que él. Así que pocas bromas.
No sé cómo llevará el día de hoy, si ya habrá caído en la famosa crisis de los cojones, si le espera a la vuelta de la esquina, o si la sorteará con garbo y cintura. ¡O quizá la exorcice en forma de canciones! Ojalá sea esto último, porque todos podríamos disfrutar de ella. Pues eso es lo que esperamos de los hacedores de canciones, que nos cuenten su tiempo, sus cosas, que rasquen en las heridas, que escarben en su interior, que sufran, que peleen, que caigan, que se levanten, que visiten el cielo y el infierno. Se trata de eso, pues los melómanos nos alimentamos de los estados de ánimo de nuestros músicos favoritos, los acompañamos, a través de las canciones, en sus momentos de euforia o en los de flaqueza… y nos ayudan a sobrellevar nuestra propia existencia.
¿En qué andará enredado Quique estos días?
En todo caso, traigan lo que traigan sus cuarenta, yo seguiré a un lado, observando y disfrutando en silencio de su obra, a ratos feliz de ver lo bien que le van las cosas, a ratos contrariado al comprobar cómo los sospechosos habituales tratan de sumar puntos entre una parroquia que saben fiel subiéndose a un tren que no los necesita para nada, que hace tiempo partió de la estación y cogió velocidad sin que ellos empujaran. Pero así es la condición humana. Y sobre ella, Quique ya ha cantado.
Desde la extraña amistad que nos une o nos distancia, solo puedo recomendarle, devolviéndole cual bumerán el título de uno de sus últimos temas, que «no hagas planes», Quique, que sea lo tenga que ser. Pero que sean canciones. Y que todos las disfrutemos.