LIBROS
“Resulta sumamente entretenido y de estudiar con clarividencia las jugadas de ajedrez de la música española en esa época”
Loquillo
“En las calles de Madrid”
EDICIONES B
Texto: CÉSAR PRIETO.
Llega el tercer volumen de las memorias en las que Loquillo va desgranando su paso por la música. En esta ocasión, y tras su infancia en el Clot y sus inicios musicales en Barcelona, apunta a sus frecuentes viajes a Madrid en la época de grabación de “El ritmo del garaje”. Como rito de paso o frontera vital el inicio es significativo: en la vieja Estación de Francia de Barcelona y en un tren que camina rumbo a Cartagena para llevar un Loquillo, ya pequeña figura, a su servicio militar. Curioso, yo salí del mismo lugar y para el mismo destino.
Fue la misma semana de 1981 en que Bruce Sprinsgteen revolvió las tripas a la ciudad en un concierto que todavía se recuerda. También actuaron The Clash y ‘Esto no es Hawaii’ empezó a sonar en un programa de Radio 3. Ello lleva al autor a incluir un facsímil de la primera carta que le envió a Jesús Ordovás, escrita desde un teletipo.
Pasaron muchas cosas por aquellos días. Manolo García, el hermano mayor de los músicos emergentes, busca al cantante y a Sabino unas gentes de Vic para formar los Trogloditas –los Intocables habían pasado a mejor vida— , gentes que a Madrid llegaron con una sana locura, contraria quizás a la posición de Loquillo. Adorado, mimado pero viendo las cosas como el hijo de un estibador, el libro hace un buen retrato de la fauna que pululaba por la capital en aquellos años. Especialmente ilustrativos los capítulos dedicados a “La Edad de Oro”.
También hay un análisis, quizás levemente sesgado —el corsé nacionalista apretaba— pero certero, de cómo fue el trasvase de poder musical entre Madrid y Barcelona al florecer las estéticas modernas, a pesar de que en la Ciudad Condal emergían garitos nuevaoleros muy activos pero sin desarrollo. Todavía se recuerdan el Boira o la Sala Metro.
El marco, a la espera de nuevos volúmenes, se cierra en 1984, con Loquillo ya convertido en estrella invencible y una tragedia en la que el cantante estuvo a punto de verse implicado por segundos y que para él supuso el fin de una época: el incendio de Alcalá 20. No es un texto tan sesudo ni con tantas trazas literarias como los de su compañero Sabino sobre la misma época, pero cumple la función de resultar sumamente entretenido y de estudiar con clarividencia las jugadas de ajedrez de la música española en esa época.
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Anterior crítica de libros: “Sigo siendo el mejor, dice Johnny Angelo”, de Nick Cohn.