En el ángulo muerto: Mi abuelo y Coque Malla

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“Nadie podría imaginar entonces que aquel chiquillo de quince o dieciséis años, cargado de actitud y rock, acabaría envuelto por una orquesta multitudinaria con semejante elegancia”

 

Sin ser exactamente una crónica, Arancha Moreno refleja en su columna cómo vivió el concierto que ofreció Coque Malla para inaugurar las fiestas de San Isidro, acompañado de la Banda Sinfónica de Madrid.

Texto: ARANCHA MORENO. Foto: NACHO NABSCAB.

 

Anoche mi abuelo Juan podría haber tocado con Coque Malla, en la Plaza Mayor de Madrid, ante mis ojos. Habría podido ocurrir si en vez de 2018 estuviéramos en 1981. Yo hubiese acudido a verlo, en brazos de mis padres, sin saber muy bien quién de todos aquellos hombres de la Orquesta Sinfónica de Madrid era el abuelo que me tendía los brazos cuando colgaba la viola o el violín y regresaba a casa. Siempre con una melodía en la cabeza, siempre con la radio puesta de fondo en el salón. Tarareando recuerdos y sacando el violín cada vez que tocaba soplar las velas. Cómo olvidar su manera de tocarme el cumpleaños feliz cuando era niña.

Anoche acabé en la Plaza Mayor, dejándome media cerveza sin acabar al otro lado del Arco de Cuchilleros porque estaban a punto de dar las diez y no quería llegar tarde. Quería ver (y vi) a Coque Malla salir al escenario de la Plaza Mayor, junto a la Banda Sinfónica de Madrid, para celebrar las fiestas de San Isidro. Hacía muchísimo que no me comía un bocata de calamares en el corazón de la ciudad, un plan muy castizo. Pero el verdadero espectáculo iba a transcurrir delante de mis ojos. Otra vuelta de tuerca para Coque, un reto más de todos los que ha afrontado desde que publicó “El Último hombre en la Tierra” hace poco más de dos años. Y de nuevo salió con la seguridad que le caracteriza, dominando el escenario, liderando a más de ochenta músicos que iban a arropar sus canciones. Con la misma naturalidad con la que se ha presentado otras veces él solo con su banda o con la sección de vientos y cuerdas que le acompañaron la noche que grabó su disco “Irrepetible”. Esta vez tenía a uno de los suyos, su teclista David Lads, y a decenas de músicos tocando saxos, trombones, trompetas, trompas, percusiones, vibráfonos, fagots, tubas… todos ellos dirigidos por Rafael Sanz-Espert trabajando con los arreglos de César Guerrero.

No se puede describir lo extraño y bonito que es a la vez escuchar ‘La señal’ interpretada así, con una plaza abarrotada, en el concierto más numeroso que ha debido ofrecer en muchos años. Lo delicada que suena ‘Berlín’, como una caricia sinfónica. El dúo con la etérea Alondra Bentley en ‘She understand’. Qué tensión y que intriga proporcionaron a la interpretación de ‘La carta’, logrando trasladar las emociones más profundas de una sala de cine. La transformación de ‘Una moneda’ en una banda sonora que podría haber acompañado alguna escena de su admirado Indiana Jones. El momento crooner homenajeando a Frank Sinatra interpretando ‘One for my baby’ (con un verso final, ‘The long and winding road’ de los Beatles) y ‘Love’s been good to me’. El ‘No puedo vivir sin ti’ coreado por la gente, suavemente, como si nadie quisiera romper la magia del ambiente. Esa que el propio Malla iba dirigiendo, pero también siendo dirigido para que no hubiese tropiezos entre la música y su voz. Y no los hubo.

Nadie diría que el Coque Malla que vimos en la Plaza Mayor es aquel que cantaba ‘Idiota’ en Los Ronaldos. Nadie podría imaginar entonces que aquel chiquillo de quince o dieciséis años, cargado de actitud y rock, acabaría envuelto por una orquesta multitudinaria con semejante elegancia. Y, sin embargo, todo tiene sentido para quienes le hemos seguido con atención en los últimos años, disco a disco, gira a gira. Coque ha decidido crecer sin olvidar sus raíces, pero sabiendo jugar con unas músicas y otras desplegando las alas, sin atarse a nada. La próxima vez “en un concierto de rock”, nos dice sonriendo la noche en la que dice haberse sentido “más madrileño” que nunca. Y tengo esa misma sensación. El sentimiento de sentirme representada por un artista de mi ciudad, en un espacio abierto y con un formato integrador, capaz de gustar a todo tipo de públicos con un poco de sensibilidad. Eché de menos a Iván Ferreiro en ‘Me dejó marchar’, y quiero creer que, si no hubiera estado en México, él también habría disfrutado de esa ocasión única. A cambio, guardaré largo tiempo en mi memoria el hechizo circense de ‘El último hombre en la Tierra’, la mejor versión de esta canción que escuché jamás. Y me permitiré soñar que uno de esos músicos que había detrás de Coque, tocando la viola o el violín, podría haber sido mi abuelo.

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Anterior entrega de En el ángulo muerto: Amaro Ferreiro y los autores de canciones.

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