En el ángulo muerto: Hal 9000 detrás del telón mediático

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“Bajo todas esas deformadas reconstrucciones del personaje, encuadradas por el telón del morbo, estará Javier Fernández. La persona y el músico”

 

Lejos de enjuiciar la intrahistoria de la muerte del exbatería de Los Piratas, disparado por un agente que acudió cuando supuestamente agredía a su mujer, Arancha Moreno vuelve la vista a la historia del músico y de la banda.

 

 

Una sección de ARANCHA MORENO.

 

 

 “La música excava el cielo”.
Charles Baudelaire.

 

Anochecía en Madrid cuando reparé en un titular escalofriante en la portada del periódico. “Fallece un hombre por un disparo de la Guardia Civil tras agredir a su mujer”, leí en “El País”. El subtítulo aclaraba la identidad del fallecido: Javier Fernández, exbatería de Los Piratas. Le conocíamos por Hal 9000, como la computadora de la película “2001, una odisea del espacio”.

Los medios se esfuerzan por reconstruir lo ocurrido, y en las primeras horas se cruzan varias versiones. Se habla de un episodio de violencia doméstica y de cómo el músico agredió a un agente con un cuchillo, por lo que fue disparado por otro guardia. Dicen que fue trasladado rápidamente al hospital y murió horas después. Las informaciones aún son confusas, pero su entorno descarta que se trate de violencia machista. Esta madrugada, su mujer ha roto una lanza en su defensa en las redes sociales, asegurando que no era violento, que padecía un trastorno bipolar controlado desde hacia diez años pero que le habían retirado la medicación, a pesar de haberla solicitado en dos ocasiones.

En un verano en el que la violencia es el plato fuerte de cada telediario, es fácil aventurar que la historia de Hal se abrirá paso en las televisiones. Los periodistas bucearán entre antecedentes, familiares, amigos, conocidos y gente que pasaba por allí. Los tertulianos, en cuanto memoricen un par de datos, dispararán sus dardos sobre el músico de un grupo del que tal vez nunca hayan oído hablar. Elaborarán teorías precisas de lo ocurrido, perfiles del supuesto agresor, reproducirán diálogos que no han escuchado con un tono dramático. Ocurre continuamente, lo estamos viviendo con el doble crimen de Cuenca: los magacines televisivos confeccionan concienzudas cortinillas con las imágenes de Laura y Marina, la imagen del supuesto culpable Sergio Morate esposado, la reconstrucción del coche en el que huyó a Rumanía. Las técnicas del thriller han llegado a los programas matutinos, pero los protagonistas no han salido de un guión de Stephen King: son nuestras vecinas, las amigas de algún conocido, las primas de un compañero de trabajo. Algunos, incluso, son los padres de esas niñas muertas que sirven de carnaza televisiva.

Bajo todas esas deformadas reconstrucciones del personaje, encuadradas por el telón del morbo, estará Javier Fernández. La persona desconocida para el gran público y el músico. Retumbarán las baquetas apremiantes de ‘Teching’, y volverán a sonar las baterías de ‘El cielo de lo nuestro’, ‘Eme’, ‘Te echaré de menos’, ‘Promesas’, ‘Mi matadero clandestino’, ‘Mi coco’, ‘El equilibrio es imposible’, ‘Años 80’. Himnos imperecederos del pop español, y si no quieren adjetivar tan alto, canciones realmente hermosas. Tan hermosas como para recordar al grupo vigués como mucho más que una banda de los 90, como dicen ahora los diarios. Deténganse un momento a escuchar “Manual para los fieles”, “Ultrasónica” o “Relax”, y compruébenlo.

Nunca llegué a entender por qué los de Vigo se separaron hace once años. Meses atrás, Iván, Fon, Pablo, Paco y Hal abarrotaron La Riviera madrileña, el público se rindió a sus encantos en el concierto registrado en “Fin de la segunda parte” y justo en el momento cumbre decidieron que no habría una tercera. Recuerdo haber cogido un tren Santiago-Vigo en febrero de 2004, y toparme con el titular de su despedida en El Faro de Vigo: “Los Piratas se separan ‘porque la vida cambia’”, decían. Musicalmente estaban en un punto muy interesante, habían crecido en la composición, teñían sus canciones de atmósferas envolventes y estaban volcados con la experimentación. Tenían una compañía que parecía creer en ellos, un magnífico productor a su lado, Suso Saiz, y por primera vez de forma masiva la gente estaba de su parte. Pero quizá ya no era lo de antes. Ya no era tan divertido, así que acabaron tomando caminos distintos. Hal lo hizo acompañando a Enrique Bunbury y Amaral, y ejerciendo de profesor de batería.

Tuvo que transcurrir una década para que el tiempo volviese a juntar sobre un escenario a parte de la banda: Iván Ferreiro y Fon Román. Ocurrió en el Lunario de México el pasado noviembre. “Hay una canción que se llama ‘Años 80’. La escribí hace muchísimo tiempo con un compañero de Piratas. Fijaros como es la vida que diez años después me lo encontré en el D.F.”, sonreía Iván ante un entusiasta público mexicano. Y Fon irrumpía en el escenario. Diez años después de separarse y a miles de kilómetros de Vigo, Iván y Fon se abrazaron y volvieron a tocar juntos una vez más. Aquella noche, al otro lado del Atlántico, brotó una chispa que nunca llegó a prender los rescoldos de la hoguera.

 

 

Ahora, mientras los periódicos rebuscan, analizan y deciden cómo era Javier Fernández, pienso en los que de verdad lo sabían. En su mujer, en su familia y sus amigos. Evitando los juicios de valor a posteriori, hojeo la única entrevista que he leído de él, en el libro “Empatía. Conversaciones con Piratas” (Gaby Dávila, editorial Zona de Obras/SGAE), y me llega la imagen de un tipo que disfrutaba de la música, un manitas, un defensor del “vive y deja vivir”. “Parto de la base de que todo el mundo es bueno y confío”, decía el vigués hará unos doce años, antes de que su vida terminase abruptamente en un giro inesperado. Muere Javier Fernández y, ajenos a las entretelas de su trágico final, no hay mayor pérdida que la de un ser humano. Y pienso en Piratas, en lo que pudo ser y no fue. En ese halo maldito que más de uno colgará a la historia de una banda que no debió separarse para siempre. La muerte de Hal 9000 apaga la mecha que encendía la base rítmica de Piratas. Con el desgarro de un jirón, se escapa la vida y se esfuma el sueño de la tercera parte. Y como decía el poeta maldito, la música excava el cielo. D.E.P.

 

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