COMBUSTIONES
«Siempre han militado en la trinchera de los estudiosos, pero sin caer en la trampa del purismo, ni fosilizar la mercancía»
A propósito del nuevo disco de Ry Cooder y Taj Majal, sobre versiones de Sonny Terry y Brownie McGhee, Julio Valdeón profundiza en el carácter del blues y en cómo se pueden revestir de presente géneros aparentemente pretéritos, pero siempre eternos.
Una sección de JULIO VALDEÓN.
Lo nuevo de Ry Cooder y Taj Mahal. Una reunión de viejos socios, unidos por la pasión por el blues. Un artefacto de herrumbre al rojo vivo. Las canciones de Sonny Terry y Brownie McGhee, reinterpretadas cuando ya los dos compinches están tan cascados o más que sus ídolos cuando parieron aquellas tonadas.
Leo en la nota de prensa que ambos descubrieron a los bluesmen cuando apenas eran adolescentes. Dos flipados del arte con carraspera, a despecho de las modas, allí donde los artefactos de 78 rpm y las leyendas a media voz rellenaban las lagunas biográficas de unos ídolos perdidos. Conviene retener el componente mitómano, asumirlo, porque sin este cuesta entender la recuperación del blues operada por unos muchachos con más actitud que criterio, mágicamente enganchados a una música de la que entonces, años sesenta, apenas sabíamos nada. Que las ideas que manejamos sobre el blues todavía beben de muchos de los tópicos bienintencionados de entonces, y la principal, que el género era cosa de intérpretes encabronados con el mundo, sin lugar para la chanza, el baile o la juerga, no disminuye la magnitud de su hazaña. A partir de cuatro recopilatorios y tres revistas borrachas de lirismo hubo una generación de jovencitos capaz, no ya de recuperar el blues, una de las músicas más grandiosas jamás paridas, sino de hacerlo propio, carne de su carne, fertilizando el rock venidero.
En el caso de Ry Cooder y Taj Mahal cabe añadir que ellos siempre han militado en la trinchera de los estudiosos, pero sin caer en la trampa del purismo, ni fosilizar la mercancía. Get on board: The songs of Sonny Terry and Brownie McGhee, tiene mucho de esa intención y esa fuerza. Música recuperada pero no eviscerada, con colmillos y sangre, capaz de susurrarte al oído, morderte o desnudarte; evocadora y profunda en el sentido menos épico o pedante del término, caudalosa y potente, alegre, monumental, felina.
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Anterior entrega de Combustiones: La gran estafa.