COMBUSTIONES
“Dice Springsteen que nunca sintió miedo en las cercanías del Stone Pony. Será porque siempre llegó y salió a lomos de un Chevy del 57”
En unos pocos párrafos, Julio Valdeón nos conduce con su potente pluma al interior del Stone Pony, el mítico club donde Bruce Springsteen pasó muchas noches.
Una sección de JULIO VALDEÓN.
“El Pony era nuestra casa lejos de casa”, le explica Bruce Springsteen a Nick Corasaniti, reportero de New York Times enfrascado en la tarea de desentrañar la memoria del Stone Pony. El mítico club de Asbury Park. Una charla suculenta, como todas las que ofrece Springsteen. Atento a las necesidades del entrevistador. Feliz de ir un poco más allá de los tópicos que a menudo regalan las estrellas. Agudo, cálido, inteligente, muy capaz de guardarse cuanto le interesa al tiempo que ofrece suficientes cebos. No, por mucho que el periodista insista no recuerda una noche concreta, una actuación memorable, un instante de epifanía. Si acaso un legendario concierto de Southside Johnny & The Asbury Jukes. Aunque a nosotros, simples mortales, el lugar se nos antoje algo así como la Meca con seis cuerdas y eléctricos churretones del rock and roll, está mucho más cerca de la descripción de Springsteen. Un garito humilde, cercano, incluso cutre, pero amable. Donde tocar varios días a la semana y que permitía explayarse a los jóvenes intérpretes: una cuestión decisiva, por cuanto podían ofrecer composiciones propias en lugar de limitarse a la frustrante reproducción de éxitos ajenos. Qué curioso, por cierto, que el modelo que tanto detestaban entonces, el de los bares donde solo te estaba permitido hacer versiones, o sea, el puro karaoke, constituya hoy, Operación Triunfo mediante, algo así como el paradigma musiquero para toda una generación de obedientes e inofensivos loritos. Freno, que me desvío.
Durante años, digamos hasta el final de su primera época, que concluye con su cierre a principios de los noventa, el Pony estuvo lo suficientemente ajeno al radar público para que Springsteen tocara y cantara sin excesivos problemas. Entrabas por la puerta de atrás, saludabas a la parroquia, bebías un par de chupitos, te enchufabas una Fender prestada, le hacías un guiño a Bobby Bandiera y los chicos y te marcabas con ellos dos docenas de canciones de Chuck Berry aderezadas con un par de rarezas propias y algún single del “Born in the USA”. El garito resultaba tan amable, y el rockero tan habitual incluso años después de su primer millón de discos, que fue allí donde conoció a su esposa, Patti Scialfa.
Ah, dice Springsteen que nunca sintió miedo en las cercanías del club. Bueno. Será porque siempre llegó y salió a lomos de un Chevy del 57. Servidor, que hizo el viaje desde la barra del Pony hasta la estación de tren de Asbury, luego de asistir al primer ensayo con público de la Seeger Sessions Band en el Convention Hall, puede dar fe de que no es lo mismo pasear por South Central Park de Manhattan que por el dowtown de Asbury a eso de las doce de la noche. Aunque también reconozco que la última vez que estuve, hará un lustro, resultaba ya evidente el renacimiento del lugar. El paseo marítimo, que me suena mejor, más Drifters, si en el caso de Asbury Park digo boardwalk, rebosaba de bañistas, músicos callejeros y niños con helados de la mano de sus padres. Olía a pólvora. A chicle y algodón de azúcar y el rumor de las olas cabalgaba con guantes de sal sobre una confusión de risas y guitarras eléctricas.
Todo allí es más pequeño y también más grande que en tus ensoñaciones. Más humilde y al mismo tiempo emocionante. Quizá porque mientras paseas frente al Atlántico como en un sueño de Tony Soprano no dejas de tararear melodías al acordeón de Federici y centellantes saxofones de Clarence Clemons. A fin de cuentas el Stone Pony, y el Wonder Bar, y las localidades cercanas, Red Bank, Freehold, Rumson, son algo así como el Santo Grial o las fuentes del Nilo de cuantos profesamos en el culto a Springsteen. Religión laica ligeramente atemperada por la escucha de buena parte de su producción reciente. Pero siempre dispuesta a resurgir, irresistible, en cuanto alguien pincha las viejas, gloriosas canciones de entonces y/o menciona Asbury.
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Anterior entrega de Combustiones: Cat Power, sobre el tejado de zinc.