COMBUSTIONES
«Destaca el triunfo inapelable de las llamadas músicas urbanas. Del rock y aledaños no hay demasiadas señales. Volvieron a las catacumbas, quizá para no volver»
A propósito de la 23ª edición de los premios Grammy Latino, que se celebrará el próximo 17 de noviembre, pero de la que ya se han dado a conocer los nominados, Julio Valdeón analiza el sentido y sinsentido de este baremo musical con alma de negocio.
Una sección de JULIO VALDEÓN.
Ya sé que escribir es dudar, pero uno espera encontrar en las columnas y artículos alguna certidumbre. No sé. Unas balizas a las que agarrarte. No digo tampoco un mapa que contenga algo más que perplejidades, una cartografía libre de interrogaciones, pero sí, al menos, unas cuantas opiniones persuasivas. Viene esto por los Grammy Latinos. Unos premios que copan las secciones de cultura de los periódicos, y sobre los que albergo, hum, sentimientos antitéticos. Leo artículos muy pintureros sobre el triunfo previsible de Bad Bunny, la efervescente Rosalía o el reconocimiento a Jorge Drexler, un talento de largo recorrido. Destaca sobremanera el triunfo inapelable de las llamadas músicas urbanas. Al menos en lo que concierne al mainstream. Del rock y aledaños no hay demasiadas señales. Regresaron a las catacumbas, quizá para no volver.
Total que, enfrentado a los Grammy, no sé si aplaudir o morirme a bostezos. Celebro que los gringos, siempre tan listos, reconozcan la importancia de mantener estos fiestorros. Los Grammy, como los Óscar, el espejo donde todos espían, deben servir como plataforma de lujo para una industria que hace apenas diez años parecía herida de muerte. Bien por ellos, por lo que tienen de eminentemente prácticos, por hacerse hueco en unos medios atomizados, por subrayar que la música importa, también como negocio. Al mismo tiempo me cuesta recordar la última vez que vi una gala de estas con cierto interés. Quizá fue la de aquella mítica actuación de Amy Winehouse, enjaulada en un escenario de Londres, magnífica y frágil, por un lío de pasaportes. Y ya ha llovido…
Imagino que trataré de asomarme por sentido del deber. Celebraré los éxitos de Rosalía, si gana, porque el suyo es un talento colosal, de los que surgen uno por generación. Igual que aplaudiré si el gran Drexler conquista la noche. Y ojalá que en España tuviéramos algo así. Una gala que reconociera a Rosalía y a Loquillo, por ejemplo, y a tantos otros. Más allá, bueno, tarde o temprano apagaré la tele y, con la sensación de haber cumplido, pincharé algún manjar de esos que jamás serán agraciados en Las Vegas. El tipo de música y músicos ajenos al brillo de los focos, autónomos por vocación, independientes por temperamento y arte, impermeables a la adoración masiva y el éxito corporativo.
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Anterior entrega de Combustiones: Canciones de inocencia, amor y muerte.