DISCOS
«Las canciones parten de melodías ricas en matices y progresión. Los arreglos son medidos y de muy buen gusto. Todo en sus discos supura clase y pasión»
Marta & Micó
Elegía y chachachá
LOLLIPOP, 2025
Texto: CÉSAR PRIETO.
Tuve la suerte de que José María Micó fuese profesor mío. Ocurrió en un máster de la Universitat Autònoma de Barcelona, hace muchos años, y salía de sus clases más joven y más refrescado. Estaban los mejores, Francisco Rico, los Blecua, Carme Riera, pero uno asistía a la palabra de Micó embelesado y se iba llenando poco a poco de belleza cuando hablaba de Góngora, que ha estudiado bien, y del Barroco. Aparte de sus clases, ha publicado ensayos, libros de poesía, ha traducido a grandes autores europeos y, no contento con todo eso, lleva años editando discos con Marta Boldú, su esposa, también profesora. Es nuestro hombre del Renacimiento.
Micó es el autor de las canciones del dúo, que como el título del disco indica, beben de ritmos sudamericanos, aunque las letras —como corresponde al buen poeta que es— se alejen de los tópicos y los mimetismos, que bien escritos tampoco están mal. Como guitarrista, desarrolla las canciones con limpieza y armonías imaginativas, levemente recargadas, que parten de melodías ricas en matices y progresión. Los arreglos son medidos y de muy buen gusto. Todo en sus discos supura clase y pasión.
Se comprueba en “Elegía y chachachá”, la que da título al disco y mezcla género poético y musical. Los versos son deslumbrantes, desde «el lujo de los abrazos jóvenes» hasta «la sangre es más torpe cada día», y encajan en un chachachá lento y filosófico que tiene mucho que ver con lo que hacía Chicho Sánchez Ferlosio. El final es impresionante.
Vuelve a Hispanoamérica y a las letras cuidadas y precisas —«la muerte rodea los hombros de la vida»— en “El tango que se agota”. También vuelve al juego de las guitarras, con música para beber en bares canallas, tugurios de madrugada, precisas gotas de marginalidad barroca, en este caso cercanas a lo que hicieron Paco Ibáñez y el Cuarteto Cedrón. Tango también es “Como dos extraños”, un clásico porteño, con su bandoneón y su espíritu errante, como clásico portugués es “Yo ya no sé”, un fado de despedida, de confusión de sentimientos. El truco es efectivo: toma los temas y la estética de la canción hispánica, la adelgaza en instrumentación y le da un aire lírico que conecta con la elegancia clásica.
Así actúan también en “¿Por qué, amor mío?”, una composición en italiano de Gianni Siviero, que Micó adapta como si perteneciera al cancionero tradicional, a esa música popular que sigue una línea ya prevista, la que viene de Garcilaso, de Góngora y de Bécquer. También hay aires mexicanos. “Guárdame el último vals”, dedicada a Joaquín Sabina y sostenida por las guitarras a un ritmo 2×4, merecería emerger desde la voz de Chavela Vargas y su pasión, aunque Marta la defiende con distinción señorial suprema. En “Último deseo” también está el cauce del dolor de la canción mexicana, la separación tratada con acústicas hondas, como en “Un mundo raro”, de José Alfredo Jiménez.
Más coplas de las del pueblo: “Rumba para Eloy”. Delicada, es como si la rumba catalana se hubiese inventado al lado de la bossanova, con guitarras que se trenzan para proclamar que la pureza vive en ellas. Una nana que se puede bailar, al contrario de “Las bocas de Ronsardo”, mucho más eléctrica, con una guitarra a lo Eric Clapton de puente, sureña incluso, para una de sus interpretaciones que —inesperadamente— resultan más íntimas. La voz de Marta alcanza el difícil equilibrio entre la serenidad y el desgarro, para bordar una letra que es una revisión de la existencia con alusiones a la cultura pop y al cine.
El conjunto se cierra con “Mensaje”, en la que lo dan todo sin atender a géneros. La esperanza y la felicidad andan por ahí. «El hombre más feliz es el que espera», dice la letra, en un quinto disco del dúo que es en todos sus factores pulcro preciosismo. No deja de tener su gracia que el sello Lollipop, que va a hacer cuarenta y cinco años, por ejemplo, que editó a Los Nikis y la primigenia nueva ola, todavía continúe como independiente y nos sorprenda ahora con este disco que parece todo lo contrario, un reducto de paz y caricias.
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Anterior crítica de discos: Nation shall speak unto nation, de Edwyn Collins.