FONDO DE CATÁLOGO
«The Cult emergen con Electric en la escena del rock más duro como un rara avis»
Eduardo Izquierdo aborda el Electric de The Cult, un disco arriesgado y gestado en plena crisis grupal sin el que no hubieran sido posibles otros grandes títulos de los británicos, como Sonic temple o Ceremony.
The Cult
Electric
BEGGARS BANQUET / SIRE, 1987
Texto: EDUARDO IZQUIERDO.
«Recuerdo la conversación con Ian. Me encantó su voz, pero su música tenía esa suavidad serpenteante, new wave y soft. Quería sentirlo más. Ese era el objetivo de Electric: conectarse con la energía del rock (…). Gran parte del punk, el hip-hop y la escena de dance underground rechazaron todo lo relacionado con las estrellas del rock. Cuando volvimos a Led Zeppelin, AC/DC y Black Sabbath fue una revelación». Así contaba el productor Rick Rubin en Rolling Stone en 1983 los orígenes de Electric, el disco de The Cult que hoy rescatamos de la estantería y que él se encargó de producir. La historia de su gestación es más o menos conocida, pero no por ello vamos a dejar de explicarla.
En 1985 The Cult, la banda liderada por Ian Astbury y Billy Duffy, era un grupo de éxito. Sin duda. Dos millones y medio de copias vendidas de su anterior álbum, Love, lo avalaban. Pero sus dos líderes —especialmente Astbury— sentían que, aunque solo llevaban un par de discos, era el momento de dar un volantazo a su propuesta, cercana de alguna manera al rock más gótico. En su opinión, aquello tenía fecha de caducidad y él no quería esperar a que sucediera. Muchos veían en ellos la reencarnación de The Doors (Ian acabaría ejerciendo el papel de Jim Morrison unas décadas después en la reunión de la banda angelina) y en un momento dado decidieron seguir la línea. Eso dio lugar a un disco, Peace, que no convenció ni a la banda ni a su discográfica. Billy Duffy no dudó, recordándolo en los fastos del 25 aniversario de Electric, en definirlo como autoindulgente e incluso excesivo. Además, la relación entre las dos cabezas visibles del proyecto vivía momentos de auténtica crisis, en plan Steven Tyler y Joe Perry o Mick Jagger y Keith Richards, hasta el punto de que uno grababa de día y otro de noche para no cruzarse en el estudio.
Por suerte, sí estuvieron de acuerdo en que el resultado no los satisfizo y decidieron que había que cambiar, arriesgar. Necesitaban a alguien que les ayudara a hacerlo, y ese fue Rick Rubin. Lo contaba Ian en el citado artículo de Rolling Stone en 2013: «Cuando escuché por primera vez lo que Rick estaba haciendo en los Beastie Boys me sorprendió lo crudo y desnudo que era. Esas producciones no tenían otra cosa que no fuera rock». Así que la banda contrata al futuro —o ya presente— gurú de la producción con un objetivo claro: que los acercara al hard rock y a formas de rock más contemporáneas, aunque siempre herederas de los setenta y los alejara del post punk. Así que entre versiones de canciones como “Born to be wild” de Steepenwolf, The Cult van regrabando buena parte de lo que era Peace bajo el control estricto de un Rubin adicto al zumo de pomelo.
Para empezar, Rick convence a Astbury de su capacidad vocal y le dice que tiene potencial para ser el mejor cantante del mundo, reforzando sus entonces tremendas inseguridades. En cambio, a Duffy le limita el uso de pedales y efectos, y le pide que se limite a tocar con una Les Paul y un amplificador Marshall. Quiere verdad, y es lo que va a conseguir. Porque el resultado es un cañón. The Cult emergen con Electric en la escena del rock más duro como un rara avis. Por un lado, el thrash metal se había hecho a codazos con un lugar importante en las estanterías de las tiendas de discos gracias a bandas como Slayer o Metallica, y por otro, el glam angelino había entrado cual elefante en una cacharrería con el descontrol de unos Guns n’Roses y su Appetite for destruction llamados a hacer algo grande. Así que Electric fue un soplo de algo diferente, y desde el principio funcionó de maravilla gracias a temazos como “Love removal machine”, “Wild flower” o “Peace dog”.
La lástima es que, en la gira de presentación del álbum, Astbury no estuvo a la altura, y eso estuvo a punto de acabar para siempre con la carrera del grupo. Su carácter hizo que a menudo acabara a mamporros con Duffy en los camerinos, y que el gasto en destrozos ascendiera a cantidades inasumibles que provocó la suspensión de la mitad de los conciertos. El grupo ya directamente ni se miraba a la cara. No solo Astbury y Duffy, sino tampoco el resto de miembros, que entonces eran Jamie Stewart, Les Warner y Kid Chaos. Pero, a pesar de eso y de su lista de separaciones, que no tardaría en empezar, fueron capaces de grabar discos tan buenos como Sonic temple (1987) o Ceremony (1991). Y la culpa de todo eso, no lo duden, la tuvo Electric.
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Anterior entrega de Fondo de catálogo: Roll on (2009), de JJ Cale.