DISCOS
«Un álbum sólido, fresco y sorprendente en el que conviven señas muy características de Mikel Erentxun con otras nunca vistas»
Mikel Erentxun
El último vuelo del hombre bala
WARNER, 2019
Texto: JAVIER ESCORZO.
Sucede con las carreras musicales largas: uno puede ordenar la obra de un artista sobre un tablero imaginario, agrupando los discos por épocas y estilos, como si fuesen constelaciones de un inmenso universo. En el caso de Mikel Erentxun, obviando sus años en Duncan Dhu (este año se cumplen treinta y cinco años de la formación del grupo), podríamos distinguir dos grandes etapas separadas por el disco en directo “Tres noches en el Victoria Eugenia”. A partir de ese álbum, todos sus trabajos se han situado fuera de los márgenes estéticos de la industria musical. Aquí se colocan, formando una galaxia con entidad propia, los discos que está grabando en los estudios de Paco Loco. El primero fue Corazones, con sus dos satélites (el epé Corazón salvaje y el acústico A corazón abierto). El segundo, El hombre sin sombra, más acústico y con la colaboración de Maika Makovski. Ahora llega el que es, en palabras de su autor, el cierre de la trilogía, que lleva por título El último vuelo del hombre bala. Esta nueva entrega tiene varios rasgos comunes con sus dos predecesores: Mikel y Paco se han encargado de tocar (casi) todos los instrumentos (Karlos Arancegui les ha echado una mano con algunas baterías y Úrsula Segarra ha metido un arpa), el donostiarra vuelve a ser autor de todos los textos y la grabación se ha registrado en cinta analógica. Exceptuando estas tres coincidencias, todo lo demás son novedades y sorpresas.
El último vuelo del hombre bala se abre con los sonidos oníricos del arpa de “Tu amor es un nudo”. Pero no piensen en un arpa testimonial, porque se trata de un arpa poderosa, con protagonismo, un arpa cinematográfica, como aquellas arpas que en las películas de cine negro anunciaban un flash back. La electricidad entra de golpe con “Ojos tristes”, corte de ritmo nervioso que nos remite a uno de los grandes referentes del disco, The Velvet Underground. “Círculos” está llamada a ser uno de las canciones importantes de esta cosecha, y de hecho uno puede imaginársela con guitarras acústicas y escobillas, perpetuando la vigencia de eso que se ha venido a conocer como “sonido Duncan” o “sonido Erentxun”. Sin embargo, aunque su estructura y su melodía son fácilmente reconocibles, no sucede lo mismo con la instrumentación, y es que, por primera vez en su carrera, en este disco no suena ni una sola guitarra acústica. La electricidad reina en cada surco del vinilo, sea en forma de latigazo pop (como “Déjalo estar”, con guiño en la letra a “Jugando con el tiempo”), sea en forma de balada (como la inmensa “Gigante”, con influencia del Johnny Cash de los “American recordings” y dedicada a su hijo Mäel, a quien ya le escribió “Penumbra” en 24 Golpes). Incluso el fantasma de David Bowie aparece en las guitarras de “Tiempo de descuento”, mientras que “Animales heridos” contiene ciertas referencias político sociales, algo muy poco habitual en la música de Mikel.
La segunda parte del disco continúa por los mismos derroteros: tempos rápidos y vibrantes como “Amor circular” o “La vereda”, que fue lanzada como primer single. Las revoluciones bajan, pero no la intensidad, en “Donde estabas tú ahora estoy yo”, desde las primeras escuchas, favorita del que escribe estas líneas por su adictiva melodía y por el mensaje positivo que encierra (“al hombre bala aún le queda un último vuelo”). Pocas bromas con el tramo final: “Tengo ganas de ti” es una balada de instrumentación minimalista y experimental. “Ángel en llamas” y “Corazón de mil inviernos”, dos medios tiempos que van creciendo con cada escucha.
El último vuelo del hombre bala supone, por las novedades estilísticas ya apuntadas, la enésima reinvención de este histórico de nuestra música. Hermanado con los otros dos discos que ha grabado junto a Paco Loco, pero diferente a ambos. Un paso adelante en su manera de escribir letras, labor en la que cada vez muestra más destreza. Un álbum sólido, fresco y sorprendente en el que conviven señas muy características de Mikel Erentxun con otras nunca vistas, ni siquiera imaginadas. Disfruten ustedes de este vuelo hermoso y trepidante, y estén tranquilos: seguro que no será el último.
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Anterior crítica de discos: This wild willing, de Glen Hansard.