EN EL ÁNGULO MUERTO
David Gwynn: “Él sabe muchísimo de música, conoce a todo el mundo, escribió “Rolling Thunder: con Bob Dylan en la carretera”. Me hizo poner muchas ideas en su sitio»
Horas después de conocer la muerte del dramaturgo, Arancha Moreno cuenta cómo llegó a la obra de Sam Shepard, especialmente a sus libros de relatos.
Texto: ARANCHA MORENO.
Siempre buscaba la S. Cada vez que entraba en una librería, me acercaba a la estantería donde tenían los ejemplares de Anagrama y mis ojos desfilaban por los lomos de toda la colección en busca de alguna novedad de Sam Shepard. No encontraba nada nuevo, pero no perdía la esperanza. Era consciente de que Shepard exprimía la vida, y tenía múltiples ocupaciones artísticas: actuaba, dirigía, escribía guiones… pero de todo lo que hacía, lo que más me fascinaban eran sus relatos. No lo quería por “El diario de Noa”, le quería por “El gran sueño del paraíso” y por “Cruzando el paraíso”. En la portada del primero se ve de espaldas a un hombre y un niño, sentados en un muelle frente al mar, y unas nubes plomizas sobre el horizonte, y sobre ellas, un cielo limpio, vacío, que ocupa el mismo tamaño de la imagen que todo lo demás. En el otro hay un cartel de un motel, un paisaje desértico con cactus, una luna llena en un cielo plomizo y un violín recortado en una esquina. En mi ejemplar, además, hay unos agujeros en la esquina, pero eso es culpa de mi gato, que cuando disfruta de algo, acostumbra a dejarme el recado. Se ve que este libro lo hemos compartido.
No descubrí a Shepard por “Rolling Thunder: con Bob Dylan en la carretera”, ese diario de gira (y de cabecera, para muchos) que escribió tras recorrer Estados Unidos en el otoño de 1975, acompañando al de Duluth de escenario en escenario. Mi camino fue otro. Me detuve en él a raiz de sus relatos, después de destripar alguno en una clase de escritura creativa. Lo hacíamos con muchos escritores, pero hubo algo en él que me hizo detenerme de manera especial. Es difícil decir qué. Shepard venía de otros géneros, de escribir guiones y teatro, y sus cuentos cortos son hijos de ese tipo de lenguaje. Son ágiles y muy visuales. Los vas leyendo y se dibujan inmediatamente en tu cabeza. El bungalow de hormigón, la escopeta, la cafetería junto a la autopista en la que sirven hamburguesas con queso. El hombre con sus botas, el sombrero de ala estrecha, la herradura con la que se anuda la corbata. En algunos apenas ocurre nada, pero el relato te va preparando con tal sutilidad que cuando llega el momento, entiendes la relevancia de un pequeño gesto. Huye del exceso también en los detalles. No te describe al milímetro cómo es una taza, pero te la enseña, y ves que le falta un trozo. Algo así le pasa a sus personajes. Todos tienen algo roto. El pasado o tal vez el futuro. Viven en un presente un tanto desolador, como esos caminos polvorientos de la América profunda y hostil que recreaba en sus textos. Sus personajes, como esos paisajes, tenían más perdido que ganado. Estaban a la deriva, pero vivos.
En junio de 2012, apenas una semana después de descubrir “El gran sueño del paraíso”, entrevisté al músico californiano David Gwynn. Horas más tarde, él tocaba con Javier De Torres, y aprovechamos para quedar cerca de la madrileña sala Galileo, donde le entrevisté para la sección “Músicos en la sombra”. Hablamos de su interés por interpretar la música desde su raíz, de su paso por discos y conciertos de Christina Rosenvinge, Miguel Ríos, Marlango, Jaime Anglada, Diego Vasallo, Vilma y los Señores, Quique González… y de las sesiones de grabación que vivió con Sam Shepard. Su nombre me golpeó por lo inesperado, aunque debería estar acostumbrada: cuando descubro algo que me interesa, suele aparecer ante mis ojos por diferentes motivos varias veces consecutivas en los siguientes días. Y aquí estaba Gwynn, contándome que había trabajado con el escritor en la banda sonora de la película “Blackthorn”, y que el propio Sam había cantado un par de canciones en las que él había tocado la guitarra. Conocerlo le había marcado: “Él sabe muchísimo de música, conoce a todo el mundo, escribió “Rolling Thunder: con Bob Dylan en la carretera”. Hablando con él sobre música, me hizo poner muchas ideas en su sitio. A veces es solo una noche hablando mucho con alguien”. A los pocos días, Gwynn tuvo el detalle de mandarme los dos temas, ‘Take your burden to the lord popular’ y ‘Wayfaring stranger’. Así escuché la voz a la que leía, que también cantaba, y según cuentan, tocaba el bajo y la batería.
El año pasado cayó en mis manos una fotografía de Shepard con Patti Smith, sentados al borde de una cama en un motel de Nueva York. La foto es de primeros de los años setenta, cuando escribieron juntos la obra de teatro “Cowboy Mouth”. Ella empuja con el pie el segundo cajón de la cómoda, por el que se desbordan medias y calcetines, mientras sostiene uno de los pies desnudos del escritor. Él sonríe. La cama parece deshecha y todo luce desordenado, hasta las fotos desiguales que salpican la pared del fondo. Una escena tan imperfecta como sus relatos.
Durante los últimos años he seguido rebuscando en librerías y deteniéndome en la S casi como un ritual. Compré por internet una vieja edición de “Luna halcón” (Anagrama, 1986) y me adentré también en los fragmentos de sus “Crónicas de motel” (Anagrama, 1985). Regalé también alguno de sus libros. Pero en la última década no volvió a editar ninguna colección de relatos, y ya no volverá a hacerlo. Seguirá en cada uno de sus textos, detrás del guion de “París, Texas” y en otras tantas películas que escribió, o dirigió, o interpretó, porque ahí están sus últimos personajes, y quizá algunos esbozos de los que nunca llegó a escribir.
Hace cinco años compartió cartel con Eduardo Noriega en la mencionada «Blackthorn», y este aseguró en «El País» que Shepard le “hizo la vida imposible a todo el mundo” durante el rodaje. “Como me dijeron que le gustaba Machado, le compré un libro con poemas suyos y la traducción al inglés. Lo miró con desdén y dijo: ‘Ya lo tengo’, y lo lanzó a una esquina”. Estaba amargado, decía Noriega. Quizá, como sus personajes, Shepard también tenía algo roto.
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