30 ANIVERSARIO
«Redd Kross son capaces de maridar, en un mismo y suculento plato, el pop más clásico y grandioso con la energía del hard rock»
En su repaso por algunos de los discos más jugosos de 1990, Fernando Ballesteros se detiene esta semana en Third eye, el tercer elepé de los californianos Red Kross, los inquietos hermanos McDonald en uno de los trabajos más redondos de su historia.
Redd Kross
Third eye
ATLANTIC RECORDS, 1990
Texto: FERNANDO BALLESTEROS.
Las modas nunca han jugado a favor de Redd Kross, eso es así. Un hecho tan indiscutible como que los hermanos McDonald, Jeff y Steven, no han dejado nunca de hacer canciones extraordinarias. Temas con garra rockera que, partiendo del inocente punk infantil de sus comienzos, fueron evolucionando hasta las gemas powerpoperas que han marcado las cuatro décadas de su trayectoria. Para llegar a ese punto de cocción que se manifestó en todo su esplendor en su magnífica trilogía noventera, Jeff y Steven metieron en su batidora todo lo que llegaba a sus oídos: los de dos fans de la música, auténticas esponjas humanas, capaces de pasar por su personalísima turmix la cultura pop en el más amplio sentido de la palabra.
Así que, en 1990, el panorama de la industria del rock and roll —que ya hemos dibujado en más de una ocasión en esta serie— tampoco era el campo de juego en el que Redd Kross iban a vender millones de discos. ¿Tenían potencial para ello? Pues sí, porque el talento siempre les ha sobrado para sintetizar en tres minutos, himnos pop de esos que le hacen preguntarse a uno por qué motivo estos tíos no han vendido nunca millones de copias de sus álbumes. Pero así es la vida.
La banda llegó bien rodada a Third eye, su extraordinario tercer disco. Eran unos chavales, pero hacía diez años que habían comenzado a jugar y a divertirse con esto de la música. Ya habían editado trabajos notables como Born innocent y Neurotica, pero fue en su cuarto elepé en el que pusieron sobre el tapete la personalidad que les ha hecho crecer como banda, mucho más allá de los vaivenes del mercado.
Melodías eternas
Los McDonald irrumpieron en la escena californiana cuando eran dos mocosos que ni se afeitaban ni les había cambiado la voz. En aquellos primeros asaltos, breves cartuchos cargados de inocencia, se escondían muchos de los argumentos que tendrían que depurar antes de dar a luz obras como la que hoy nos ocupa. Aun así, se hacía muy complicado intuir que allí anidaba lo que Jeff y Steven nos iban a empezar a ofrecer con Third eye. En este disco no encontramos apenas rastro de los sonidos acelerados de sus comienzos. En su lugar, irrumpen refulgentes las melodías eternas de vacas sagradas que, como ellos, siempre han tenido en su altar particular a los Beatles y es ahí donde aparece el nombre de Cheap Trick. Algo así como sus espirituales hermanos mayores.
Como los autores de “Surrender”, Redd Kross son capaces de maridar, en un mismo y suculento plato, el pop más clásico y grandioso con la energía del hard rock, y ahí reside la seña de identidad de un grupo que, más allá de reconocimientos más o menos masivos, puede ser considerado como uno de los grandes. El mejor grupo pequeño del mundo, leí por ahí en alguna ocasión, y me voy a quedar con esta frase, que tiene su gancho y resume bastante bien lo que han sido y son los norteamericanos.
Una misteriosa dama
Pero estábamos con Third eye, una obra en cuya portada, junto al grupo, aparece una modelo desnuda y con la cara tapada que, con el paso del tiempo terminaría disfrutando de las mieles del éxito. Se trataba de Sofia Coppola, así que, ya lo ven, la enmascarada iba a ser la única de aquella foto, capaz de conquistar a audiencias millonarias.
Pero dejemos el cine para otro día y volvamos a la música y a las canciones de un disco que, por méritos propios, es considerado en los círculos especializados como una obra maestra del power pop y cumbre de una trayectoria que, a lo largo de la década, iba a generar otros dos grandísimos trabajos como Phaseshifter y Show world. Una trilogía de las que tira de espaldas y que le da sentido a la carrera de cualquier artista.
Third eye presenta un sonido limpio y contundente, una nueva apuesta, la primera para un gran sello, cuya puesta en acción con «The faith healer» ya sienta las bases de lo que se avecina en sus once cortes. Los hermanos entraban en los noventa bordando el pop fuerte, el de estribillos de rompe y rasga salpicados de guitarrazos gloriosos y coros que son garantía de triunfo.
El pasado asoma desde el fondo en canciones de querencia punk como “Shonen knife” o“Zira” y abundan temas de esos que uno imagina reventando las listas: “Annie’s Gone” o “Bubblegum factory” son dos buenos ejemplos de canciones que tienen vocación de hit independientemente de lo que luego marque la realidad de una industria caprichosa. Las trompetas de “Elephant flares”, el rock and roll de “1976” y ese coro en el que de repente te crees que estás escuchando al mismísimo Paul Stanley, la verad es que no hay un solo segundo desperdiciado en los surcos de este álbum.
Los McDonald miran al pasado, pero no fijan sus ojos en un solo punto. Muy al contrario, y en su condición ya referida de esponjas culturales, van absorbiendo influencias y dejando claro su amor por todo lo que había deparado el buen pop en las tres décadas anteriores. En este sentido, el disco es una declaración de intenciones, pues en el cuartel general de la banda no se le hace ascos a nada que en algún momento de su memoria musical haya tenido cierta relevancia.
Sin embargo, los grandes medios, los que marcan tendencia, no lo vieron o no lo quisieron ver. Estaban a otras. Ellos no eran estrictamente hardrockeros, no tenían nada que ver con lo que sus paisanos de Los Angeles estaban haciendo en 1990, se movían a años luz de Guns N’Roses y su ejército de imitadores enlacados y su música y su actitud vital distaba también de lo que se gestaba en Seattle.
La conclusión de toda esta historia es que Third eye, siendo su trabajo más vendido, no se despachó ni mucho menos como pretendían en sus proyecciones más optimistas los señores encorbatados de Atlantic, que —es el mercado, amigo— dejaron de apostar por ellos tras unas cuantas giras, un ramillete de críticas elogiosas y una base de fans que crecía de forma modesta pero segura, y que les sigue acompañando tres décadas después.
Su siguiente paso discográfico, Phaseshifter, vio la luz tres años más tarde y mostraba una apuesta artística igual de ambiciosa que su predecesor. Para la ocasión, la banda le metió más cemento a la mezcla, con sonidos más pesados, entre los que seguían emergiendo melodías sobresalientes. Resignados a su suerte de clásicos menores, los McDonald no hicieron ninguna concesión y continuaron por una senda que en 1997 presentaba una nueva y brillante estación en forma de disco con Show world, otro muestrario de buenas y grandes canciones al que —oh, sorpresa— se le siguió resistiendo el éxito comercial.
Y después, el silencio, hasta quince años tuvimos que esperar para escuchar Researching the blues, uno de los discos más esperados por unos cuantos, entre los que me incluyo, de las últimas décadas. Respondieron a las expectativas una vez más, lo que ocurre es que los que esperábamos éramos, más o menos, los de siempre, los que escucharemos cada disco que editen con devoción, los que llenamos las salas cada vez que se dejan caer por España y los que volvimos a disfrutar el año pasado con Beyond the door.
Los McDonald nunca han parado, la música es su vida. Los Redd Kross pueden estar en barbecho, pero ellos, inquietos y eternamente jóvenes, están en continuo movimiento. Colaboran con otros artistas y hacen giras como músicos para grupos como los míticos Sparks; trabajan como productores, lanzan canitas al aire en solitario y firman, incluso, un disco al comienzo del nuevo siglo que con la etiqueta de Ze Malibu Kids, una versión aún más familiar y modesta de los Kross. Argumentos más que suficientes para que miles y miles de personas en todo el mundo y de ellos, unos cuantos en España, exhiba con orgullo su carnet de incondicional de la banda y sus componentes.
Pero este club, no es tan selecto, admite nuevos socios. Así que, jóvenes o despistados que aún no hayan entrado en su mundo, no pierdan ni un segundo y háganlo. Y como por algún sitio hay que empezar, me atrevo a pedirles que pinchen Third eye. Si disfrutan de las grandes melodías, de las guitarras y del rock and roll, en suma, no van a salir decepcionados. Y si no quedan satisfechos habrán perdido poco más de media hora, aunque mi apuesta es que se lo van a pasar en grande.
—
Anterior entrega: Bossanova: cuando Black Francis excluyó a Kim Gordon.