“El sacrificio de un ciervo sagrado”, de Yorgos Lanthimos

Autor:

CINE

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“Lanthimos crea una vez más un universo audiovisual tan ridículo y artificioso como cercano y perturbador”

 

 

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“El sacrificio de un ciervo sagrado”
Yorgos Lanthimos, 2017

 

Texto: ELISA HERNÁNDEZ.

 

Steven (Colin Farrell) es un exitoso cirujano cardiotorácico que vive en una preciosa casa en los suburbios con su perfecta mujer, Anna (Nicole Kidman), y sus dos hijos adolescentes. Pero Steven también mantiene una extraña relación casi paterno-filial con un curioso joven, Martin (Barry Keoghan), una amistad de la que la familia de Steven no sabe nada y cuyo origen es tan desconocido como misterioso. Esta es una historia de venganza. Pero al mismo tiempo no lo es.

Compuesta a partir de imágenes limpias y asépticas, incómodas y forzadas conversaciones creadas a partir de frases dichas de la manera más inexpresiva posible y con una retorcida sátira como trasfondo, “El sacrificio de un ciervo sagrado” mantiene el estilo inconfundible de su creador. Con la referencia en esta ocasión al mito de Ifigenia como hilo conductor de la trama, pero manteniendo los mismos modelos de puesta en escena (donde cabría destacar el teatro de Bertolt Brecht y el cine de Michael Haneke), Lanthimos crea una vez más un universo audiovisual tan ridículo y artificioso como cercano y perturbador, donde la risa angustiosa de la audiencia se funde inexplicable e incomprensiblemente con el horror.

Del mismo modo que “Langosta” (Yorgos Lanthimos, 2015) nos ofrecía una situación disparatada en un mundo regido por sus propias normas para permitirnos ver claramente la artificiosidad y la construcción social de nuestros conceptos y prejuicios sobre el amor y las relaciones de pareja, “El sacrificio de un ciervo sagrado” da un paso más allá a la hora de ligar lo disparatado y lo atroz, haciendo uso de una premisa tan simple como perversa para darnos la posibilidad de revisitar lo aleatorio del modo en que comprendemos la justicia como una noción de equilibrio casi divino, que solemos creer impuesto sobre nosotros por algún tipo de poderosa entidad externa, y señalando las borrosas líneas que separan los derechos, las obligaciones y los privilegios.

Es y no es una historia de venganza, es y no es la absurdidad más grotesca, es y no es el terror más espantoso. La ausencia de emociones de los actores a la hora de hablar y la falta de dramatismo a pesar de lo mostrado en pantalla no hace sino reforzar lo brutal del argumento y de las imágenes que se nos obliga a presenciar. Y digo que se nos obliga porque, bien sea por morbo, por ansiedad, por fascinación o por puro miedo a movernos ni un ápice, resulta imposible dejar de mirar.

Anterior crítica de cine: “The square”, de Ruben Östlund.

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