Como Lennon y McCartney, como Jagger y Richards. Hay una corriente de grupos bicéfalos, liderados por dos personas que se reparten el protagonismo y la composición, aunque eso en ocasiones les pasa factura. Por Fernando Ballesteros.
Selección y texto: FERNANDO BALLESTEROS.
Entre las muchas formas que existen para sacar adelante una banda de rock, la más frecuente es que un líder mande sobre el resto, pero en el extremo opuesto otras funcionan como una democracia: un miembro, un voto. Entre un caso y otro se sitúan aquellas en las que son dos los líderes que comparten el protagonismo y el liderazgo. John Lenon y Paul McCartney en los Beatles y Mick Jagger y Keith Richards en los Rolling Stones son las dos parejas más célebres de este invento, pero hay muchas más en las que el equilibrio se ha mantenido, a veces de forma precaria, otras en perfecta sintonía. Difícil convivencia de egos presidida por un tira y afloja en el que, en casi todas las ocasiones, la cuerda se terminó rompiendo.
Repasemos algunas de ellas. Aquí va a haber de todo: grandes nombres, serie b, vacas sagradas de lo alternativo y hasta algún que otro maldito. ¡Vamos allá!
1. Hüsker Dü
Desde que se formaron en 1979, Hüsker Dü siempre fueron propulsados por dos motores. Grant Hart se sentaba a la batería y Bob Mould se ocupaba de la guitarra en un trío que completaba Greg Norton. Juntos grabaron unos cuantos discos sin los que sería imposible explicar buena parte de lo que ocurrió en el rock alternativo una década más tarde.
Hart y Mould, los dos chavales de Minneapolis, se revelaron desde el comienzo como dos fuerzas creativas bien diferenciadas. En los tiempos de su debut, “Land speed record”, aún eran capaces de trabajar juntos en una idea. La máquina escupía basicamente hardcore, canciones ultrarrápidas en las que ya anidaba una habilidad para las melodías que iría sacando la cabeza a lo largo de su carrera.
En “Zen Arcade” (SST Records, 1984), la primera de sus obras magnas, Bob y Grant firman y cantan sus canciones por separado. Al batería ya le habían colocado el cartel del feliz del grupo, el hippie con su larga melena. Y aquella felicidad se intuye en sus canciones que marcan distancias con la cara más amarga que muestra Mould.
Había muchas diferencias personales entre ambos, y en lo artístico también parecían hablar un idioma diferente. Hart se tenía que defender de esa cara amable: “No tenemos que convencer al mundo de que estamos sufriendo para convencerlos de que somos artistas”, decía. Siguieron grabando buenos discos, como “Flip your wig” o “New day rising” (ambos editados en 1985 por SST Records) que le llevaron a dar el salto a una multinacional.
Su fichaje con Warner en 1986, la carga de abandonar el mundo de la independencia en el que se habían movido y las presiones derivadas de militar en un sello grande multiplicaron las tensiones, que dificultaron aún más la relación entre ambos líderes. Cada uno iba por su lado, aunque la rivalidad, como ocurre en ciertas ocasiones, hace que se retroalimenten y echen el resto en sus canciones. Porque llega un momento en el que ya no se trata de sumar para el colectivo, sino de ganar al compañero y rival. Paradójicamente, y aunque esa rivalidad terminó con el grupo, también fomentó su producción artística. Hart reconoció años más tarde que, escuchando algunas grabaciones, notaba que Bob y él estaban tan pendientes de eclipsar al otro que se creaba una tensión que beneficiaba al grupo. También se lamentaba del tiempo y la energía que tuvo que emplear en conflictos que nada tenían que ver con la música. Pero cuando discutían, cuando el detalle más nimio originaba un conflicto, también era porque el grupo les importaba. Se había convertido en su vida.
Hemos sacado a las drogas de esta ecuación o, mejor dicho, no las hemos metido en la escena hasta el final, pero jugaron un papel determinante en su historia. En la época de Warner, la peor etapa de abusos, editaron “Candy apple grey” y “Warehouse: songs and stories”, en los que mostraban su cara más pop, y aunque Hart seguía firmando los momentos más luminosos, la procesión iba por dentro. El batería intentaba vencer su adicción a la heroína a base de metadona, y una noche de diciembre de 1987, antes de un concierto, un accidente le privó de su mercancía. Se encontraba muy mal, pero dio el concierto como pudo. La noche siguiente tendría que haber vuelto a tocar, pero Mould suspendió unilateralmente el show, algo que le sentó tan mal a su compañero que le hizo tomar la decisión de abandonar el grupo. Mould se fue unos días después, y aunque Norton confirma la versión, Bob afirma que él se marchó primero. A comienzos de 1988 Hüsker Dü eran historia.
Sus caminos nunca volvieron a cruzarse. Moult disfrutó de algo cercano al éxito con los colosales Sugar, y sigue edificando una sólida carrera como solista. Hart se movió en los márgenes, con Nova Mob o en solitario, hasta que murió el pasado año. Horas después de su triste desenlace, Bob publicó una carta de despedida tremendamente emotiva. Acompañaba el texto con una imagen que emociona a cualquiera. A la izquierda aparecen ambos en los comienzos del grupo y a la derecha había una fotografía de un encuentro reciente en el que ya era más que evidente el deterioro físico del batería.
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2. The Jayhawks
Continuamos en Minneápolis. La de Gary Louris y Marc Olson es la historia de dos grandes músicos y, sobre todo, dos compositores de canciones sobresalientes que se complementaban y que pusieron el talento y dos voces que jugaban perfectamente en equipo, al servicio de los Jayhawks.
Aquella conjunción no surgió por arte de magia, aunque allí había mucha. En sus dos primeros discos, “The Jayhawks” y “Blue earth”, Olson llevaba el peso de la composición, pero lo mejor estaba por venir. Su fichaje con American Recordings, el sello de Rick Rubin, fue el primer paso clave. Publicaron “Hollywood town hall”, producido por las sabias manos de George Drakoulias, y en él Olson y Louris trabajando codo con codo. Se convierten en un equipo fuerte que firma canciones de la talla de ‘Waiting for the sun’, ‘Two angels’ o ‘Sister cry’, pequeños clásicos que los sitúan en el pelotón de cabeza de lo que terminaría llamándose americana.
No hubo gran respuesta comercial, pero sí un nuevo intento mejorado tres años más tarde. ‘Tomorrow the green grass’ es, de hecho, uno de los mejores discos que vieron la luz aquel 1995. Definitivamente el grupo echa el resto. La fórmula es perfecta, Marc aporta la mayor dosis folk y, por decirlo con sencillez, Gary le pone la perfección pop a un excepcional disco. Aún así, las ventas siguieron resistiéndose. Desengañado, Marc atraviesa un momento personal complicado: su mujer, Victoria Williams, sufre esclerosis múltiple, y él se marcha para afrontar una carrera que le permita pasar más tiempo con ella.
Que Louris era la parte pop del tándem lo demuestran sus tres siguientes trabajos ya sin Marc: “Sound of lies”, el irregular “Smile” —lastrado por una producción y un sonido con guiños modernos más que discutibles— y “Rainy day music”, que sin llegar a su antiguo nivel, puede mirarle a la cara a sus grandes trabajos junto a Olson.
Aunque Marc se quejó amargamente por el hecho de que Gary siguiera utilizando el nombre de la banda tras su marcha, sus caminos se volvieron a unir. Primero y tras algunos shows conjuntos, en “Ready for the flood”, un álbum firmado como duo y el primer paso que desembocó en “Mockingbird time”, el nuevo disco de los Jayhawks con sus dos líderes al frente, que vio la luz en 2011.
Pero la historia se repitió. Marc volvió a marcharse del grupo y su viejo socio le prometió que no volvería a grabar con el nombre del grupo de sus vidas. Sea o no eso cierto, los Jayhawks siguen en la carretera, grabando discos, y esta vez parece que Olson no está dispuesto a perdonar. Él sigue su camino, y a juzgar por lo que dice, nunca coincidirá con el de su viejo compañero. El tiempo lo dirá.
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3. Hanoi Rocks
En Hanoi Rocks, el liderazgo compartido entre Michael Monroe y Andy McCoy no tenía que ver con la composición. Aquí la división de roles era diferente, de manera que a Andy se le reservaba la tarea de parir buenas canciones mientras Michael tiraba del invento en el escenario. Allí mandaba él, un auténtico huracán que aportaba cierto factor diferencial cuando a mitad de concierto sacaba el saxo y se descolgaba con un solo desenfrenado, algo no muy frecuente en una banda de este tipo.
Los finlandeses vivían al límite y sobre ellos sobrevolaba el fantasma de que todo iba a saltar por los aires más temprano que tarde. Entre otras cosas, había muchos excesos, aunque también aquí existían diferencias entre los dos líderes: Andy se llevaba la palma, aunque tampoco es que el resto de la banda fueran “Straight edge” (estilo de vida en el que se comprometen a no beber, fumar ni drogarse). En cualquier caso, a las diferencias artísticas y los choques de ego habituales había que añadir que el guitarrista tendía a un descontrol que, a veces, superaba la paciencia del vocalista.
Contra viento y marea, el grupo crecía con su glam macarra, y cuando parecía que el salto iba a ser definitivo, se cruzó la desgracia. El batería, Razzle, murió en un accidente de automóvil con el Motley Crüe Vince Neil borracho al volante. La banda no superó el golpe y terminó disolviéndose.
A partir de ahí, Monroe firmó discos en solitario y formó parte de los colosales Demolition 23. McCoy tuvo una trayectoria bastante más errática, lógico, teniendo en cuenta su afición a meterse en líos. No obstante, y aunque durante muchos momentos apareció más en la página de sucesos que en la de música, formó parte de la banda de Iggy Pop en la gira de “Instinct”.
La pareja estaba muy “unida”, a juzgar por los titulares a modo de dardos que se intercambiaron en diversas entrevistas. La reconciliación parecía imposible incluso cuando los Guns N’ Roses les reivindicaron con fuerza y reeditaron sus discos en su sello. No había futuro para Hanoi, o eso parecía.
Pero en 2002 sucedió lo que muchos fans deseaban. No volvió el grupo, pero Michael y Andy decidieron unirse bajo el nombre del grupo, sin Nasty ni Sam. El retorno discográfico fue bastante digno y presentaba una gran novedad en su tormentosa relación: Monroe ya participaba en las labores de composición en igualdad de condiciones. En el escenario, como comprobamos en el festival Serie Z, seguía marcando la pauta y tirando de un carro en el que Andy apenas podía moverse. Los viejos amigos y rivales no habían envejecido igual, y lo siguieron demostrando hasta 2009, el año de la separación definitiva… de momento.
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4. The Clash
Strummer y Jones. Estamos ante otra de las grandes sociedades de la historia del rock. Eso sí, fue breve y estuvo marcada por los choques desde el primer momento.
Sus orígenes eran muy dispares. Joe provenía de una familia acomodada y Mick se había criado en un hogar obrero, pero aquello no fue obstáculo para que creasen una sensacional colección de himnos inmortales que trascendieron con mucho la etiqueta inicial del punk. Desde la fiereza de su debut, en 1977, hasta que se rompió su alianza una década más tarde, The Clash tuvieron que tomar muchas decisiones, un caldo de cultivo ideal para que afloraran las diferencias entre ellos. En 1982 Joe echó del grupo a Mick. Se habló de diferencias políticas (la política se había convertido en capital en el grupo) y, por supuesto, de la adicción a la heroína de Jones. Meses después, Strummer y Simonon reconocían que habían despedido a su compañero porque se había alejado de forma definitiva de la idea original del grupo.
Con el paso de los años, Strummer terminó reconociendo que había apuñalado por la espalda a Jones. Si eso fue así, en el pecado llevó la penitencia, pues aunque lo intentaron sin él, la cosa no funcionó. Hubo cruce de declaraciones y acusaciones entre las dos trincheras y los Clash continuaron con dos nuevos guitarristas con los que grabarían un último álbum sobre el que mejor no comentaremos nada. Eso fue en 1985. Un año después, el grupo era historia.
Nunca cayeron en la tentación de volver. Jones se embarcó en Big Audio Dynamite y cosechó cierto éxito, pero la agenda de Strummer habría hecho dudar a cualquiera. A él no. Siempre nos quedará la duda, eso sí, de lo que hubiera sucedido si Joe no nos hubiera dejado en 2002.
En 2013, durante una entrevista, Mick reveló que semanas antes de la muerte de su compañero habían vuelto a trabajar juntos. Y no fue una anécdota: fueron sesiones de horas y horas en las que prepararon canciones nuevas. En principio aquellos temas eran para los Mescaleros, pero quién sabe lo que hubiera ocurrido. Siempre podremos jugar al rock and roll ficción y seguir especulando. Aquello sucedió a puerta cerrada y nadie lo supo hasta entonces, pero a la vista de todos también hubo un acercamiento entre los dos viejos camaradas
Ocurrió el 15 de noviembre de 2002, en el Acton Town Hall de Londres: Mick y Joe volvierona compartir escenario e interpretaron juntos tres canciones de los Clash. Apenas una primera toma de contacto, un banco de pruebas para lo que iba a ser su aparición en un show en febrero del año siguiente con motivo del ingreso del grupo en el Rock and roll Hall of Fame. No pudo ser.
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5. Uncle Tupelo
Muchos sitúan el debut de Uncle Tupelo, “No depression” (1990), como punto de partida del alt-country. Que diera nombre a una revista que se convirtió en algo así como la Biblia del género nos da una idea de su importancia.
Al timón de aquella nave se encontraban dos amigos de toda la vida, Jay Farrar y Jeff Tweedy. Un mando para dos líderes y muchas tensiones e innumerables luchas que terminaron desgastando su relación. Cada uno iba por su lado, y acabaron convirtiéndose en rivales antes que amigos. Una trayectoria turbulenta que tuvo un final abrupto cuando Jay Farrar anunció que se marchaba.
Sin embargo, al principio todo era sintonía. Jay y Jeff eran dos jóvenes amantes del folk que disfrutaban de la música de raíces, pero en cuyas estanterías no faltaban los discos de, por ejemplo, los Replacements. En esos gustos asentaron una fórmula dual que dio sus frutos: tradición más fiereza punk.
¿En qué proporción se encontraban estos dos ingredientes en cada uno de nuestros dos protagonistas? Viendo lo que sucedió después, se diría que Jay estaba más aferrado a las raíces, pero lo cierto es que en los días de felicidad de la banda no era así. A diferencia de lo que ocurre en otros casos, no soy capaz de asignarle un papel a cada uno: uno más folk, otro más pop y dos sensibilidades que chocan. No. Aquí lo extramusical les separó bastante más que lo artístico.
Más allá de que la historia nos terminaría dejando a Son Volt y a Wilco, fue una pena que aquello terminara tan pronto y de esa forma. Dejaron cuatro buenos discos y una trayectoria que, sin disfrutar de un éxito masivo, fue sumando adeptos a la causa con cada nuevo paso. Firmaron con Warner y editaron con ellos “Anodyne”, después de contar con Peter Buck en la producción de su tercer disco.
Las ventas y el reconocimiento crecieron, pero más lo hacía la incompatiblidad de los dos líderes. Por eso Farrar tomó la decisión de bajarse del barco. El resto siguió y casi sin solución de continuidad se puso manos a la obra en un nuevo disco, con una nueva etiqueta. De las cenizas de Uncle Tupelo, con Farrar fuera, nació Wilco. El divorcio se había consumado y en este caso parece que es definitivo. Ha pasado mucho tiempo de aquello y no ha habido ni siquiera un atisbo de acercamiento en todos estos años.
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6. The Velvet Underground
El 2 de marzo de 1942 nació Lou Reed, y una semana después, en Gales, John Cale. Hijo de minero, aquel niño se convirtió en un joven prodigio del piano y el violín, tanto que fue becado para estudiar en Nueva York. Estaba llamado a ser director de orquesta, pero allí se le cruzaron la vanguardia… y Lou Reed. El chaval galés de orígenes modestos y el neoyorquino de clase media alta, tan brillante como problemático estudiante, iban a hacer historia.
Esa luna de miel artística dejó uno de los mejores discos de la historia. El debut del grupo junto a Nico (sugerencia de su mentor Andy Warhol) es una de esas obras capitales de la música que en su momento pasó casi inadvertido. Despachó 30.000 copias en sus primeros cinco años, pero como dijo Brian Eno, cada comprador montó una banda. A veces la influencia está muy por encima de las cifras.
Apagada la magia de los primeros momentos, las diferencias artísticas y personales se intensificaron día a día. Lou apuntaba a una dirección más convencional mientras John optaba por la experimentación más radical, con ideas como grabar con amplificadores bajo el agua. Aunque muchas de esas iniciativas no se llevaron a cabo, el segundo envite del grupo se escoró hacia su lado, porque “White light, white heat” es de una anticomercialidad explícita. “The gift” o “Sister Ray” no optaban a la canción del verano.
Y claro, como al poeta eléctrico siempre le ha gustado mandar, decidió tensar la cuerda: quería a Cale fuera del grupo y así se lo hizo saber a Sterling Morrison y Mo Tucker. O se marchaba, o la Velvet dejaba de existir. Así de claro. En septiembre del 68, Cale ya había sido expulsado y Lou ni se molestó en enseñarle la tarjeta roja: mandó a Morrison para ejecutar tan desagradable tarea.
El empeño de Reed por sonar más y vender un producto más accesible no tuvo sin embargo mucho recorrido. Sin el factor vanguardista de su compañero, “The Velvet Underground” muestra la cara de canciones mucho más accesibles y cercanas al rock convencional: ‘Candy says’, ‘Jesus’… Lou Reed había ganado la batalla, pero su propuesta no iba a conquistar a las masas. Tampoco en su último disco, “Loaded”, con canciones como ‘Sweet Jane’ o ‘Rock and roll’, que terminarían convirtiéndose en clásicos con el paso de los años. El sino del grupo.
Con el tiempo, Lou y John volvieron a encontrarse. La muerte de su mentor, de su amigo, Andy Warhol, lo hizo posible. En su memoria, en 1990 grabaron “Songs for Drella”, un disco para el que volvieron a unir sus talentos. Se turnan en la voz y homenajean a Andy haciendo un recorrido por su vida. Los textos son más significativos aquí que el intimista ropaje musical. Decía la crítica en la época que era un elepé nostálgico. ¿Cómo no lo iba a ser?.
Pero no solo se evocaron recuerdos; también les quedó un buen sabor de boca, buenas sensaciones que posibilitaron la reunión de la Velvet documentada con el correspondiente directo que vio la luz en 1993. Pero la historia tiende a repetirse y las rencillas entre ellos volvieron a aparecer para frustrar el proyecto de un futuro trabajo en estudio. Aun así, volvieron a actuar juntos por última vez en 1996 cuando la Velvet fue incluida en el Rock and Roll Hall of Fame. Aquello sirvió de homenaje a Sterling Morrison, fallecido un año antes.