El oro y el fango: A vueltas con Pereza, Leiva, Rubén Pozo y el rock

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«Los medidores de rockeridad son bastante peculiares en parte del público ibérico y habría que empezar a hacérselos mirar»

 

En sus carreras solistas, Rubén Pozo y Leiva han tropezado con el mismo encono por parte de determinados sectores rockeros con el que ya se encontró Pereza.

 

 

Una sección de JUAN PUCHADES.
Ilustración: BORJA CUÉLLAR.

 

 

No es ningún secreto: Pereza cayeron mal entre muchos seguidores del rock español, que los veían impostados y blandos, faltos de credibilidad, poco rockeros. Ese encono amagaba un factor decisivo: triunfaron entre el público adolescente, principalmente el femenino. Y eso en este país no se perdona. Y menos si te consideras un rockero de verdad: es como si en algunas entendederas no entrara que podemos conectar con la misma música que aprecia una chavalita, a la que, imagino, suponen sin criterio alguno.

Pero esa fue una situación ya vivida. El ejemplo más recurrente, por sonado, fue el de Tequila: mientras estuvieron en activo, entre finales de los años setenta y los primeros ochenta, fueron repudiados y ninguneados al ser considerados un grupo «para chicas». La prensa musical seria no sabía muy bien cómo tratarlos ya que, aunque surgidos desde el «underground» madrileño, en sus días de éxito fueron carne de fans y publicaciones como «Super Pop» y similares. Un chico mejor que no proclamara en público que compraba sus discos si no quería perder amistades. Pues con Pereza, más o menos lo mismo.

Pereza, como Tequila, venían del rock de barrio (además, Rubén Pozo, el más mayor, había grabado antes con Buenas Noches Rose, banda poco sospechosa) y sin esperárselo, se convierten en ídolos de adolescentes. Ellos, como haría cualquiera en su situación, y con sentido común, se dejan querer mientras que, en paralelo, van grabando buenos discos (y mejorando entrega a entrega) a los que poco hay que reprocharles en cuanto a calidad e intenciones (si acaso que no les vendría mal recurrir con mayor frecuencia a amigos o profesionales que les echen una mano con las letras, aunque sea por variar las socorridas temáticas sentimentales), pero se mueven en las orillas del rock clásico y musicalmente saben perfectamente lo que se llevan entre manos.

Pereza, con relativa rapidez, comienzan a colaborar con músicos veteranos, con sus ídolos, en realidad (a los que, no puede negarse, les viene muy bien aproximarse al público adolescente que sigue al dúo). Incluso graban un disco («Los amigos de los animales») en el que llaman a amigos y héroes. La jugada entre el sector más fundamentalista no cae nada bien: se sospecha de sus intenciones, es como que quieren autodiplomarse en autenticidad. No les sirve ni que Sabina, Calamaro, Urrutia o Ariel Rot los convoquen para colaborar en alguno de sus álbumes y los traten de tú a tú. No hay manera, pasa el tiempo y la brecha sigue abierta: no logran la ansiada respetabilidad.

El grupo hace tres años que se disolvió y han pasado trece desde que grabaron su primer disco, tiempo más que suficiente para comenzar a analizar su obra con rigor y distancia, pero no. Con ellos, por ahora (probablemente es pronto), no se ha producido lo que sí sucedió con Tequila, que diez años después de su disolución, su legado, poco a poco, comenzó a valorarse, a entenderse (su disco «Rock and roll», de 1979, está considerado como uno de los imprescindibles de la historia del rock español). Aunque es cierto que si se estudia con distancia a Tequila y su tiempo, se puede comprender el papel decisivo que jugaron, lo que con Pereza no vale, pues los periodos musicales vividos por cada formación son diametralmente distintos: unos fueron esenciales para normalizar el rock español, los otros no, aunque la capacidad de penetración que ha tenido Pereza entre un público ajeno al rock en estos años de nuevo difíciles para el género no debiera ser desdeñada (y recuerda a la labor que hizo Tequila en aquellos áridos tiempos).

En solitario, las incipientes carreras de Leiva y Rubén Pozo tampoco han logrado que el fantasma de la falta de autenticidad y el poco rockerismo deje de perseguirles. Y particularmente a Leiva, que despierta enorme repulsa: con él, sobre todo con él, suele brotar inmediatamente aquello tan cerril de «lo suyo no es rock» y comenzar con el desprecio y los improperios digitales (internet es así de entrañable).

Pero, a ver, sí, lo suyo (lo de Pereza, Leiva y Rubén) es rock. Nos pongamos como nos pongamos, es rock, y por momentos de mucho nivel (el segundo disco de Leiva, «Pólvora», publicado hace unos días, así lo ratifica de nuevo). Pasa que los medidores de rockeridad son bastante peculiares en parte del público ibérico y habría que empezar a hacérselos mirar. Porque pensar que únicamente es rock aquello que tiene ritmo desenfrenado (o machacón) resulta bastante simplón (tanto como considerar que la calidad, la autenticidad y el buen hacer solo campan en el rock and roll). Alguien como Pepe Risi, que de música, actitud y vida rock sabía bastante más que la media (por mucha patilla que se luzca), comentaba allá por 1989: «No nos avergüenza decir que hay temas románticos [en relación a su elepé «Regalos para mamá»], no hay que huir de la palabra. El rock también son las baladas, ahí tienes a Lou Reed o a los Stones», y a lo largo del tiempo se reafirmó en ello.

Quien escribe esto, hasta una reciente escucha pausada de toda su discografía (ejercicio que recomiendo), nunca terminó de conectar demasiado con Pereza y hace tiempo los criticó en diferentes ocasiones (principalmente por la imagen). Ni tan siquiera el que amigos comunes me hablaran con admiración de ellos sirvió de nada hasta que no decidí introducirme a fondo en los discos, porque lo que tiene que convencernos es la música. Y la de Pereza, Leiva y Rubén Pozo, si te interesa o emociona el rock de corte clásico, convence. Gustará más o menos, pero convence sobradamente. Y no hay duda: es de verdad.

Calibrar la autenticidad rockera de alguien porque atraiga o no a las adolescentes es una necedad y, lo peor, es desconocer la historia del rock: Elvis Presley provocó toda una revolución social y musical gracias a las adolescentes que lo seguían, en los conciertos de Little Richard las jovencitas blancas se ponían tan histéricas que le lanzaban ropa interior al escenario (en años de segregación, y Richard era negro, histriónico y homosexual), los Beatles y los Rolling Stones tenían que salir a la carrera durante sus apariciones públicas al ser perseguidos por fans enloquecidas… ¿Seguimos con los ejemplos? ¿Hablamos de las groupies? Es que el rock and roll, a lo largo de su historia y sus múltiples mutaciones, siempre ha convivido con el público adolescente, particularmente con el femenino, y no pasa nada, en su origen (incluso en su propia etimología) hay mucho componente sexual. ¡¿Cuántas veces hemos escuchado decir que alguien se hizo músico para poder follar?! Es más, objetivamente, tendría que alegrarnos que Leiva en estos momentos pueda sonar en radiofórmulas y marcarse la chulada torera de cerrar cuatro Rivieras en Madrid. Y ojalá a Rubén Pozo le vaya igual de bien. Y ojalá ambos consigan que parte de su público actual se instale en el rock. Ojalá, joder, ojalá. Todos saldríamos ganando. Dejemos los prejuicios a un lado, porque se trata de eso, de prejuicios.

 

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Anterior entrega de El oro y el fango: De streaming y bichos raros.

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