«Música americana es también un vals peruano, una chacarera argentina, una cumbia colombiana, un corrido mexicano, una samba brasileña o un son cubano. Es decir, hablar de «americana» es, en rigor, hablar de nada y obviar todos los géneros de un continente entero»
El término «americana» para referirse a la música folk o de raíz estadounidense, se ha instalado en el lenguaje cotidiano del periodismo español, olvidando que América es un continente, no un país. Algo ofensivo, según expone Juan Puchades.
Una sección de JUAN PUCHADES.
Ilustración: BORJA CUÉLLAR.
Desde Europa siempre hemos mirado con cierta ensoñación y admiración a los Estados Unidos, era como la tierra de promisión, el lugar de la libertad (aunque, visto lo visto, no mucho), donde todo tendía al gigantismo, donde sucedían cosas excitantes, ¡la meca del cine! ¡El origen de la beat generation! ¡La cuna del rock and roll! Allí todo parecía mejor que en este lugar del mundo. Y desde España, cerrada a cal y canto durante décadas, si cruzar los Pirineos ya era toda una hazaña, y Alemania, Holanda o Francia paraísos donde respirar libertad a escape (o donde, como ahora, encontrar trabajo en tiempos de miseria), ¡qué decir de los dorados Estados Unidos! Claro, que no teníamos ni idea de que al término de la Segunda Guerra Mundial Estados Unidos e Inglaterra decidieron que no merecía la pena cruzar los Pirineos y acabar con el fascismo de Franco, lo que en aquellos momentos no les habría costado demasiado, condenando a varias generaciones a la oscuridad, la persecución, la cerrazón y la ignominia. Pero hoy lo conocemos, como sabemos de las barrabasadas cometidas en nombre de la libertad por los amigos «americanos» en cualquier lugar del globo. Sí, americanos, porque cuando desde aquí nos referimos coloquialmente a América, queda claro que hablamos del país denominado Estados Unidos de América, no del continente: exactamente igual como hacen los propios estadounidenses al referirse a ellos mismos o a su país. Los colombianos son colombianos y los chilenos, chilenos. Como mucho, suramericanos. Sudacas si sacamos lo peor que llevamos dentro. Y así, la tan invasora «cultura americana» es la de Estados Unidos. Y, por tanto, el rock americano (tan recurrente) es el de Norteamérica. Igual que uno más uno suman dos. No hay nada que añadir. Las evidencias son las que son.
En los años ochenta y noventa, cuando leía lo de «nuevo rock americano» para mencionar al rock que practicaban determinados grupos de Estados Unidos sentía retortijones de indignación. Sobre todo porque no costaba nada referirse al asunto como nuevo rock estadounidense, o norteamericano, para incluir así también a los vecinos canadienses. Que en Estados Unidos le llamaran como quisieran, que sabemos que sus miras son estrechas pero a la vez omnívoras, pero que desde este rincón del mundo nos sumáramos a difundir la etiqueta resultaba bastante borreguil, sobre todo porque América es un continente, no un país.
Pero si aquello molestaba, el asumir durante los últimos años la acepción «americana» para agrupar a los sonidos folk o de raíz de Estados Unidos, es realmente insultante y una prueba más de cómo en el periodismo musical ibérico practicamos el seguidismo anglosajón a ciegas, sin molestarnos en echar mano, aunque sea un poco, del sentido común. Porque, como en el ejemplo anterior, está bien que en Estados Unidos les haga ilusión inventarse un género que agrupe a diferentes estilos y ponerle por nombre «americana», pero que los demás nos lancemos a usarlo sin el menor rubor, resulta preocupante. Y preocupa sobre todo porque música americana es también un vals peruano, una chacarera argentina, una cumbia colombiana, un corrido mexicano, una samba brasileña o un son cubano. Es decir, hablar de «americana» es, en rigor, hablar de nada y obviar todos los géneros de un continente entero, la mayoría de ellos surgidos mucho antes que los originarios de Estados Unidos.
Por no mencionar el escupitajo que le lanzamos a nuestras normas lingüísticas. Nosotros, que nos dedicamos a comunicar y tendríamos que tratar de ser los más cuidados en tales cuestiones. Y si hay dudas de lo que hablamos, no está de más recurrir al, justamente, «Diccionario panhispánico de dudas» de la RAE (gratuito en la web de la Academia), que con respecto al gentilicio «americano» dice: «Debe evitarse el empleo de ‘americano’ para referirse exclusivamente a los habitantes de los Estados Unidos, uso abusivo que se explica por el hecho de que los estadounidenses utilizan a menudo el nombre abreviado América (en inglés, sin tilde) para referirse a su país. No debe olvidarse que América es el nombre de todo el continente y son americanos todos los que lo habitan». Si eso vale para el gentilicio, con la música otro tanto.
No contentos con ello, para pisotear un poco más el idioma, ratificar la aberración y nuestra completa tontería, es frecuente leer «el americana», en masculino, supongo que por considerarlo género o estilo, masculinos ellos. Pero, ¡¿hablaríamos a caso del seguidilla, el jota, el sevillana, el copla, el sardana, el rumba, el habanera, el zarzuela, el chacarera, el polka, el salsa, el ranchera, el electrónica, el bachata, el cumbia, el batucada, el nueva ola (o el new wave), el chanson, el canción de autor…?! ¡¿Qué coño nos pasa por la cabeza?!
Por unos mínimos de cortesía, también deberíamos de tener en cuenta los lazos culturales que nos unen con Latinoamérica (aunque solo sea por la lengua común, por no mencionar, en lo estrictamente musical, cómo los géneros han ido y han vuelto en flujo constante, enriqueciendo la cultura sonora de ambas orillas atlánticas) y abstenernos de emplear lo de americana, tan reduccionista, tan simplista, tan imperialista e incluso tan ofensivo para con el resto del continente. ¿Aceptaríamos con la misma normalidad que el folclore de alguna región europea se hiciera llamar, precisamente, «europea», ignorando a los demás géneros del continente? ¿No son acaso tan europeos el fado o el flamenco como los ritmos balcánicos? Sin embargo, cuando se trata de asumir etiquetas surgidas desde los medios musicales anglosajones, todo nos parece perfecto, sin pensar en nada más y, en ocasiones, sin molestarnos en adaptar aquellas cuya facilidad de traducción lo permite (como garaje, que hay quienes se empeñan en seguir escribiendo «garage»). Empleándolas es como que somos más «cool» y estamos a la última, como si nuestros conocimientos fueran mayores si a todo lo que huele a raíz estadounidense le llamamos americana: ¡cabalgamos sobre las tendencias y sabemos de lo que hablamos! De paso, nos evitamos diferenciar entre country, country rock, country alternativo (de ahí nació el palabro, y ahora es un amplio cajón que suma también el pasado: ya he visto algún viejo disco del movimiento outlaw clasificado como americana), hillbilly, bluegrass, folk, folk rock, country blues, o lo que sea. Pero recurriendo a esas denominaciones (tan comunes entre nosotros hasta hace nada) podemos eludir sin dificultad la incorrecta nueva nomenclatura. Pero no, la hemos abrazado con ganas, ahora todo es americana, y tan campantes. Tan estupendos y tan sabios nosotros.
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Anterior entrega de El oro y el fango: Los Beatles son unos rácanos.