«Más allá del mito monumental que es, detrás estaba un ser humano, probablemente tan imperfecto como cualquiera de nosotros, pero una persona al fin, y no es necesario que sus miserias más íntimas se hagan públicas de tal modo y que, sin escrúpulos y con absoluta repugnancia, se comercie con ellas»
La venta en una subasta de unos calzoncillos usados por Elvis Presley es el tema que trata esta semana Juan Puchades en El oro y el fango. Ironizando sobre ello pero, sobre todo, lamentando el hecho.
Una sección de JUAN PUCHADES.
Ilustración: BORJA CUÉLLAR.
La noticia la publicamos la semana pasada: en unos días serán subastados unos calzoncillos sucios de Elvis Presley. La foto que la acompañaba era bien explícita, absolutamente reveladora en su crudeza, casi obscena: una pieza no precisamente elegante, con la cinturilla algo desbocada y rematada por una evidente mancha de orina. Conclusión: Elvis ensuciaba los calzoncillos. Tremendo.
Otro dato que sumar al lado más bizarro de la biografía del rey del rock. Hasta ahora conocíamos que en su juventud le olían los pies. Pero mucho. Tanto que cuando se sacaba los zapatos lo mejor era salir a escape de su lado. Además no era muy cuidadoso, lanzaba los calcetines de cualquier modo en su maleta, donde se acumulaban durante los viajes mezclados con la ropa, lo que convertía el equipaje de Elvis en una bomba fétida presta a activarse al abrirlo. Por su ajetreada vida sexual y por las muchas mujeres que compartieron lecho con él (incluyendo a Priscilla, su esposa), sabemos que en multitud de ocasiones más que sexo buscaba compañía con la que «jugar» y hablar en la cama, que no podía tener relaciones con una mujer si sabía que era madre, que le gustaba rodar películas domésticas con chicas en poses sexys (a Priscilla, el mismo día del funeral, uno de los muchachos de la mafia de Memphis, en Graceland, le entregó las cintas en las que aparecía ella) y que su miembro se ceñía a la media. También se ha relatado que padecía de estreñimiento. Incluso se han publicado informaciones detalladas de todas las medicaciones que ingería y datos médicos relativos a la materia fecal que en los últimos años solía acumularse en su intestino y que le provocó el crecimiento desmedido del abdmomen. Ahora, como si el dato nos sirviera de algo, y para no dejar aspecto de su vida sin destapar, conocemos que Elvis manchaba los calzoncillos. Acojonante.
A partir de ahí, podemos especular: ¿los manchaba porque era un guarrete y no se la sacudía y/o secaba después de mear? Tal vez, teniendo en cuenta el año en el que el gayumbo en cuestión fue usado, 1977, el de su muerte, podríamos pensar que el rey, dado el lamentable estado de salud en que se encontraba, tenía pérdidas de orina. ¡Grandes enigmas del rock and roll, qué duda cabe! ¡Qué barbaridad! La higiene personal de Elvis Presley ha quedado, gracias a la subasta y a la foto con la que se anuncia, expuesta a la luz pública con crueldad y como materia de entretenimiento y chanza en portales y redes sociales. Pobre Elvis. Qué sórdido es todo esto.
En todo caso, lo más alucinante es que el calzoncillo, como si se tratara de la sábana santa del rock and roll, ¡lo conservó su padre! ¡La hostia! ¡¿Para qué puñetas guardó Vernon Presley los gayumbos sucios de su hijo, el mismísimo rey del rock?! Mejor no fantasear respecto a ello. Eso sí, me pregunto quién ha puesto en venta la prenda en cuestión. Desde luego alguien que haya heredado o tenido acceso al legado de Vernon… Aunque parece que el calzoncillo acumula historia y que primero estuvo expuesto durante un tiempo en el museo Elvis-A-Rama de Las Vegas, posteriormente fue adquirido por la empresa que gestiona Graceland y (con buen criterio) retirado de la circulación. ¿Cómo ha salido ahora a la venta? ¿Tan mal están en «la casa» que ya venden hasta estas cosas o ha sido un pérfido y despechado empleado quien lo ha sustraído? ¿Por qué en Graceland, tras su compra, no destruyeron semejante cosa?
De todo este asunto saco dos conclusiones: La primera es que, al final, de Elvis vamos a acabar por saberlo todo (ya hay biografías para todos los gustos y colores, memorias extremadamente detalladas de gente que estuvo próxima a él), y no creo que sea necesario. No hay que conocer hasta los detalles más nimios o privados, porque más allá del mito monumental que es, de la leyenda que fue en vida y de la que se ha convertido muerto, detrás estaba un ser humano, probablemente tan imperfecto como cualquiera de nosotros, pero una persona al fin, y no es necesario que sus miserias más íntimas se hagan públicas de tal modo y que, sin escrúpulos y con absoluta repugnancia, se comercie con ellas. Pero en el mundo de las subastas y el coleccionismo musical (que cada día se parece más al circo delirante de las «reliquias santas», con esos cachos de cuerpos incorruptos y cochinadas variadas atravesando siglos) se ha llegado al todo vale. Un asco, la verdad. La segunda conclusión, es más bien un consejo para rockeros: lavad vuestros calzoncillos o destruidlos con presteza tras su uso, y en lo relativo a ellos, ¡no os fiéis ni de vuestro padre!
Respecto al idiota adinerado que adquiera el calzoncillo de Elvis, ¿qué decir? Solo recordemos que se ha llegado a vender en subasta piezas dentales de John Lennon (lo que también provoca bastante vomitera). Hay que estar muy mal de la cabeza para adquirir tales «objetos»: conviene tener cuidado con el coleccionismo y el fetichismo, que quizá parezca muy divertido, pero puede encubrir una enfermedad mental (en función de tu economía, esta será más o menos evidente, más o menos disparata u obscena). Las teorías de la extracción del adn para dar forma a unos clones de Elvis o de Lennon, ni las tengo en cuenta, ¿para qué? Vaya mundo en el que vivimos.
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