«Pese a que el negocio ha sido redondo en lo que a los directos se refiere, en algún momento el invento se les fue de las manos y no supieron cómo darle un giro al timón que les ayudara a afrontar la vejez con dignidad»
Los anunciados cuatro conciertos de los Stones y la próxima edición de dos temas nuevos, llevan a Juan Puchades a darle vueltas al actual estado del grupo de Jagger y Richards. Llegando a una conclusión obvia: la llama se apaga.
Una sección de JUAN PUCHADES.
Ilustración: BORJA CUÉLLAR.
Lograr que un grupo de rock se mantenga unido resulta complicado en extremo. La historia ha dado sobradas muestras de ello en todo el orbe. Siempre hay uno o varios componentes en sus filas (con talento o no, que eso importa poco) que prefieren no tener que consensuar, no discutir con nadie, hacer en solitario su santa voluntad y, primordial, no tener que repartir igualitariamente entre varios. Además, si en la vida cotidiana todos somos víctimas de nuestro ego, en las actividades creativas este crece hasta niveles desproporcionados, y si hablamos de música (con su enorme proyección escénica), un estadio olímpico no podría albergar el megaego de algunos músicos. No hay que extrañarse, es algo normal, consustancial al arte, el ego también ataca con fuerza a literatos, artistas plásticos… incluso a gente ajena a actividades creativas como deportistas (especialmente futbolistas y aquellos que rodean ese mundo: entrenadores, presidentes de club), políticos y periodistas. Por todo ello, los grupos suelen ser experiencias de juventud que, víctimas de la erosión interna, rara vez mantienen el aliento más allá de una década. Excepto si tu grupo, claro, son los Rolling Stones.
El de los Stones es el caso más extraordinario de la historia del rock: sin paradas evidentes (que las ha habido constantemente, pero nunca «separación» oficial) han conseguido mantenerse en activo cincuenta años. Pero si eso es algo de por sí llamativo, lo más increíble es que el grupo, en realidad, se desgajó internamente, para no recomponerse jamás, en 1972, cuando dieron forma a «Exile on Main St.», con Jagger y Richards cada uno por su lado, mirándose con rencor entre ellos. Ese habría sido el final de manual, el inicio de las carreras solistas de ambos. Pero no, siguieron adelante y un año más tarde estaban grabando de nuevo… y la máquina siguió rodando, con la inquina sobre la mesa, con Jagger despreciando las debilidades adictivas de Richards, y con este desdeñando los aires de señorón del otro. Un juego demente que no les ha impedido continuar como si tal cosa durante cuatro décadas más, componer juntos, grabar discos, compartir escenarios, transformar sus directos en espectáculos familiares para estadios y sobrepasar sus propios seis decenios vitales, alcanzando la tercera edad odiándose cordialmente. Pero es que, en realidad, los Stones, por razones que se escapan al entendimiento, lo que han mantenido con vida ha sido una empresa, un negocio. Un negocio que, sin duda (¡ahí quedan los discos para demostrarlo!), ha sido capaz de alumbrar grandes creaciones artísticas cada tanto, lo que todavía hace más incomprensible su funcionamiento interno para aquel que no esté en las cabezas de ellos dos (dudo que los mismos Charlie Watts y Ronnie Wood entiendan algo, por mucho que al primero se le considere el cemento que mantiene unido el edificio).
Pese a que el negocio ha sido redondo en lo que a los directos se refiere, en algún momento el invento se les fue de las manos y no supieron cómo darle un giro al timón que les ayudara a afrontar la vejez con dignidad. Me explico: no cabe duda de que en vivo son una máquina de facturar: sus discos no venden demasiado, pero verlos en directo es como ir a un parque temático que se detiene en tu ciudad (o en una próxima) y que debes de visitar antes de palmar (o de que palmen ellos…), es algo que «hay que hacer» (como ver a Springsteen) y las entradas no se venden por la música (me temo que el grueso de los asistentes a uno de sus conciertos sería incapaz de citar los títulos de cinco de sus álbumes), sino por pura imbecilidad colectiva. Y ellos, plenamente conscientes, le han dado a la gente lo que pedía: una formidable máquina de rock que se despliega sobre escenarios apabullantes mientras su vocalista se dedica a ese rock gimnástico que a algunos tanto nos chirría y su guitarrista principal pone la cara de yonqui peligroso que se espera de él. En las fotos, lo mismo: Jagger luce sus poses sexy mientras que el otro juega al tipo malo. Claro, que los ves maltratados por el tiempo, arrugados como pasas, con esos inquietantes nudos que la artrosis ha modelado en los dedos de Richards golpeándote la vista y, entre el bochorno y la piedad, te preguntas qué necesidad había de seguir interpretando esos papeles, en qué momento decidieron detener el tiempo, por qué no fueron asumiendo sus edades y rebajando el tono, adaptándose a ellas, dotando de sobriedad a su imagen y directo (en sus queridos bluseros de juventud han tenido ejemplos de sobras, o en contemporáneos como Dylan), transformándose una vez más. Probablemente porque, dejándose arrastrar por los resultados de la máquina registradora, pensaron que eso es por lo que el público paga: por seguir viendo a los (supuestos) eternos jovencitos, a un Jagger convencido de poder doblegar al reloj interno, a su propia decadencia física, y de que los frenéticos movimientos de su culo escuálido todavía son capaces de erotizar al personal, que su boca rodeada de grietas despierta fantasías entre las féminas. Richards, por su lado, ha querido hacernos creer que mantiene las esencias de pureza del grupo, y ahí, en escena, ha ejercido como de efigie que se sostiene en pie nadie sabe cómo, pero que, si lo creyera oportuno, sería capaz de activarse en cualquier momento, sacar un machete y cortarnos el cuello a todos. A mí, en ocasiones, me han parecido grotescos, pero mucho.
Así han llegado al punto actual, en el que, sin ceder un milímetro, decidieron celebrar en activo el cincuenta aniversario del grupo. Pero tras meses de rumores, no habrá gira de despedida: solo cuatro conciertos (dos en Nueva York y dos en Londres), y aunque puedan sorprendernos con alguno más, no cabe duda de que los Stones están asumiendo el fin de sus días, que no pueden más (Charlie Watts, el mayor, tiene 71 años) y no son capaces de aguantar un año o dos en una gira mundial desgañitándose como veinteañeros sobre el escenario cada noche.
A quienes los Stones nos interesan esencialmente en disco, peor ha sido conocer que de las sesiones de París de las últimas semanas solo han salido dos canciones nuevas (que irán destinadas a poner la guinda a un nuevo recopilatorio: el cebo para los compradores aburridos de desgastar la tarjeta de crédito en antologías y directos). Tenía el convencimiento de que, tras años de engañarnos cariñosamente asegurando que lo suyo no era el negocio de la nostalgia (lo que desmentían desoladoramente los datos: de 1994 hacia aquí solo han publicado tres álbumes íntegros de canciones nuevas: «Woodo lounge», de aquel año, «Bridges to Babylon», de 1997, y «A bigger bang», de 2005; hace ya siete años. Tres elepés en casi dos décadas), la despedida discográfica sería honorable, con un álbum de nuevas composiciones con el que tratar de irse haciendo ondear bien alto el pabellón, tratando de que, por última vez, sonaran las fanfarrias. Pero no, la cosa únicamente ha dado para dos temas. Muy poco. Un amigo, stoniano de pro, sostiene que, simplemente, en estos momentos son incapaces de dar forma a un disco entero, que debemos entender que ya se han acabado. Seguramente no le falte razón, pero no deja de resultar enormemente decepcionante que no sean capaces de sacar adelante una decena nueva de canciones: ¿no tienen nada que contar? ¿Las cabezas de Jagger y Richards no imaginan nuevos riffs?
Uno, con su corazoncito Stone (¡pero no de piedra!) latiendo por las muchas alegrías que le han reportado a lo largo de los años no pierde la esperanza de que, aunque sea el año próximo, graben ese álbum que una despedida a la altura de su legado e historia merece. Sería un colofón bien bonito. Pero va a ser que no: los Rolling Stones, ahora sí, están extinguiéndose.
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Anterior entrega de El oro y el fango: Ratas en la prensa musical.