«Los comentarios no aportan nada, no son más que opiniones parecidas a las que pueden escucharse en la barra de un bar pero dejadas caer en una web y con una dosis infinitamente mayor de mala leche»
Dos años después de cerrar los comentarios en Efe Eme, Juan Puchades explica lo bien que se siente con esta decisión porque, asegura, los comentarios están sobrevalorados.
Una sección de JUAN PUCHADES.
Ilustración: BORJA CUÉLLAR.
Hace justo un par de años que en EFE EME, tras meditarlo bastante, suprimimos la opción de que los lectores dejaran comentarios. Todavía, tanto tiempo después, hay gente que nos pregunta el porqué de esa decisión. Así que es un buen momento para explicarlo.
Las razones fueron diversas: algunos colaboradores, cada vez más, solicitaban expresamente que sus artículos se editaran con los comentarios cerrados, y desde luego no podíamos negarnos, aunque eso suponía que, en la práctica y poco a poco, eran menos los textos abiertos a ellos. Otra razón fue de índole práctica: nuestra infraestructura es mínima y perdíamos un tiempo precioso moderando, leyendo cada comentario antes de publicarlo para valorar si efectivamente era publicable (solo por controlar el spam, es imprescindible hacerlo). Un tiempo que podíamos dedicar a otras cuestiones relacionadas con el día a día de Efe Eme o, simplemente, a nuestra vida personal. Además, es muy higiénico no leer las barbaridades que algunos tienen a bien escribir. Tanto como descorazonador resulta comprobar el nivel de profunda burrería de otros.
Porque aunque es verdad que la mayoría de la gente, como en el mundo real, es educada y únicamente aporta su punto de vista ajustándose a unos mínimos de corrección, también recibíamos todos los días comentarios fuera de tono, salvajemente insultantes, bestialidades de todo tipo. O teníamos que soportar al simpático que un sábado por la tarde, al comprobar que no habíamos publicado un mensaje anterior suyo, podía entretenerse en enviar decenas de «comentarios» en los que, únicamente, se limitaba a dejar caer los dedos sobre el teclado (con un resultado similar a esto: djfnoqdkkfjfip pkkkkkkkkkejrfhfkd sksllsppspspspsp eojfwriwirhwhh xxxxxxxxxxxxx343223ladaaaakak lPpweekddjds aaaaaaaaaaaañññañañaeieiejjfhhhf), por el simple placer de fastidiar. Y no, tenemos otros asuntos a los que dedicar nuestro tiempo antes que hacernos cargo de las psicopatologías ajenas.
Han pasado dos años y, como responsable directo, es una decisión que celebro, de la que no me arrepiento lo más mínimo. Además, me alegra no saber qué le pasa por la cabeza al que está al otro lado de la pantalla. Porque lo mejor es no saberlo. Tampoco creo que el llamado «feedback» sea necesario: podemos vivir sin él. Y, en todo caso, hay un método infalible para conocer cómo se recibe cada noticia o artículo: su número de impresiones.
La posibilidad de dejar opiniones a lo visto o leído en tiempo real es algo que llegó con el desarrollo de internet, pero no sé si es, precisamente, un avance para la humanidad, tampoco para el periodismo: durante décadas el único contacto que se mantenía con los lectores eran las misivas mediante correo tradicional o encuentros ocasionales con algunos de ellos. Es cierto que por carta o teléfono podían amenazarte (un pirado, en una ocasión, me envió una carta anónima asegurando que me mataría si me atrevía a escribir de nuevo sobre Elvis Presley), pero con internet te expones al odio furibundo de gente a la que, simplemente, no le caes bien (hay que asumir que no podemos ser queridos por toda la humanidad) o de fans encendidos tras leer una crítica adversa al trabajo de su artista predilecto (en un mensaje dejado en EFE EME, y tras la crítica a un disco de Joaquín Sabina, otro lector solicitaba la instauración de la pena de muerte para así poder ajusticiarme en plaza pública). Lo que en el futuro puede llevarte a la autocensura si estas cosas te afectan (¡justo en este momento estoy pensando en la conveniencia de escribir lo que estoy escribiendo!). Es verdad que en las redes sociales sucede lo mismo (en un par de ocasiones, desde el perfil de artistas, fans me han despellejado con saña por críticas negativas; incluso hay un músico que cuando no se siente lo bastante adulado no duda en ponerse extremadamente desagradable desde Twitter contra cualquier medio o periodista), pero al menos no tiene lugar directamente en el espacio en el que has publicado tu texto, y eso siempre ayuda a llevarlo algo mejor.
Seamos honestos, los comentarios están sobrevalorados: el grueso de los lectores no opina en público, ¿y qué importancia tiene lo que opina (o vomita) alguien de forma anónima y, en muchas ocasiones, con sonrojantes faltas de ortografía? ¿Qué aporta? Realmente, nada. Los comentarios no aportan nada, no son más que opiniones parecidas a las que pueden escucharse en la barra de un bar (incluyendo gracietas absurdas, infantiles o de grueso calibre) pero dejadas caer en una web y por lo general con una dosis infinitamente mayor de mala leche, porque en el bar igual ofendes a alguien y te revienta la cabeza con un taburete, mientras que en el mundo digital sabes que eso difícilmente sucederá. Se puede vivir sin ellos. Y tampoco parece imprescindible que la crítica del último disco de los Strokes tenga que suscitar un supuesto debate democrático sobre si uno está de acuerdo o no con lo publicado. No es tan importante: un experto ha expuesto sus razones y ha valorado, ya está, no hay más. Lo tomas o lo dejas. El mundo seguirá girando a pesar de la crítica o de la ausencia de comentarios a la misma. Los Strokes, probablemente, volverán a grabar.
Es verdad que, en ocasiones, algún lector corrige un dato, aporta información útil o valiosa. Y se agradece. Pero son los menos, y estos, si quieren, pueden contactar por mail, por Facebook o Twitter. Pero de verdad que no hay dinero (¡y no lo hay!) que pague el soportar estupideces variadas.
De un tiempo a esta parte, expertos en internet vienen avisando de que los comentarios en espacios periodísticos cada vez tienen menos sentido, que no son necesariamente un valor añadido al medio (incluso pueden resultar contraproducentes, apuntan) y que tampoco generan más tráfico, pues la mayoría silenciosa que no deja comentarios, también suele abstenerse de leer lo que opinan otros y no vuelve a la página a seguir el hilo de una discusión. Además, explican, las redes sociales han trasladado el espacio de opinión a un ámbito más limitado y privado, sacándolo de los medios de comunicación. No me parece nada mal.
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