«Esto de las canciones (del arte en general, en cualquier disciplina), como los caminos del Señor, es bastante inescrutable y se presta a todo tipo de interpretaciones»
La canción ‘El hombre de negro’ provoca que Loquillo reciba los más sorprendentes regalos. Juan Puchades, testigo alucinado de uno de esos momentos, le da vueltas a las diferentes lecturas que podemos hacer de una canción.
Una sección de JUAN PUCHADES.
Ilustración: BORJA CUÉLLAR.
La semana pasada, durante un almuerzo con Loquillo, se le aproximó un joven camarero y, con enorme respeto y casi en susurros, le comentó que lo admiraba mucho y que ‘El hombre de negro’ era su canción favorita. Un rato después, se acercó de nuevo, ahora para entregarle lo que parecía una agenda o un libro de bolsillo de gastadas cubiertas negras, y con las primeras páginas anotadas a mano. En el mismo tono bajo y respetuoso le explicó que siempre lo llevaba consigo y que para él sería un honor regalárselo. Loquillo, algo azorado al comprobar qué era exactamente el obsequio, y mientras lo hojeaba, asentía con un gesto que dibujaba tanto una sonrisa como cierta sorpresa. La escena me pareció que tenía mucho de íntima, que aquel no era el típico fan plasta que quiere hacerse una foto y pegar un poco la hebra con su ídolo mientras le reitera lo grande que es, así que rápidamente opté por la discreción y, aunque todo sucedía justo enfrente de mí, decidí girar la cabeza e interesarme por otra de las conversaciones que se mantenían en la mesa. Cuando el chico se fue, el Loco me mostró el libro: el «Nuevo testamento». No estaba preparado para eso, y supongo que puse ojos más grandes que los platos que nos acompañaban. Él mismo estaba impresionado, pero explicó que el chaval le había comentado que quería que lo tuviera, que le acompañara, que le haría bien y que todo venía por, precisamente, ‘El hombre de negro’, que era una canción que escuchaban mucho en su congregación, pues pertenecía a no recuerdo qué iglesia.
Loquillo comentó que hasta ese momento sumaba ya tres Biblias y dos rosarios, regalos todos motivados por ‘El hombre de negro’. La última Biblia se la había entregado un cura católico durante un vuelo («al principio pensé que era un fan de Morrissey, al verlo con el alzacuellos», explicó bromeando). Le pregunté qué hacía con tan peculiares presentes, y respondió que los guarda, que le parecen obsequios muy especiales que esconden la historia del que los ha regalado.
De aquel episodio, tan chocante como inesperado (y aseguro que he visto de casi todo si de fans hablamos), lo que en realidad me tenía completamente obnubilado es que ‘El hombre de negro’ es una de mis canciones favoritas del repertorio del Loco (sí, ya sé que es de Johnny Cash, pero me gusta mucho la adaptación de Gabriel Sopeña y cómo Loquillo la ha interiorizado y hecho suya) y no creo que lo sea por las mismas razones que cautiva a los creyentes. O sí…
Y es que esto de las canciones (del arte en general, en cualquier disciplina), como los caminos del Señor, es bastante inescrutable y se presta a todo tipo de interpretaciones: a mí, de ‘El hombre de negro» me atrae (además de la perfecta conjunción de letra, música y ejecución) el mensaje de intensa solidaridad con los desposeídos, esa reivindicación de un luto estético que es metáfora de un profundo duelo ético; de arraigadas convicciones morales, si se quiere: frente a la barbarie solo cabe vestir de negro, en señal de dolor y respeto. Los cristianos de buena voluntad (¿son más o menos numerosos que los otros?), imagino que ven lo mismo y que caen rendidos (no pretendo hacer un chascarrillo) ante esa estrofa que dice:
«Llevo el negro por aquellos que jamás
hicieron caso a Cristo al proclamar
que existe un camino de amor y de piedad,
hablo claro, tú me entenderás.»
Y justo ahí, como cada uno entendemos lo que queremos, pues yo, ateo convencido, reconozco el mensaje de los principios del cristianismo más de base (ese que estos días alimenta a tanta gente en los comedores sociales) enraizado en nuestra cultura, y no me sofoco por la cita. Pero la canción también incluye estos otros versos:
«Voy de negro por el joven que caerá
en la guerra creyendo tener detrás
a Dios y a su madre de su lado,
y no es verdad,
es la carne del juego de un general.»
En ellos, si me pongo muy lineal, puedo comprender que la adaptación de Sopeña nos invita a pensar que Dios no existe (tampoco la patria, representada por la madre), porque si está en todas partes, ¿cómo no va a estarlo al lado del soldado-marioneta cuando muere? Los cristianos interpretarán otra cosa, seguro.
En todo caso, conviene recordar que Johnny Cash escribió ‘The man in black’ como un canto de protesta contra la guerra de Vietnam (de ahí versos como «I wear the black in mournin’ for the lives that could have been, / each week we lose a hundred fine young men», algo así como «llevo el negro como luto por las vidas que podrían haber sido, / cada semana perdemos un centenar de buenos muchachos»), aunque, por extensión, se refería a la situación convulsa del momento (hay una estrofa completa que quedó fuera de la versión en castellano, que incluso hace mención al consumismo) y, por supuesto, el hombre de negro es él mismo, en ingeniosa referencia al atuendo con el que comparecía en escena.
Lo cierto es que en la versión original la cita a Cristo es más profundamente religiosa que en la de Gabriel Sopeña, quien, hábilmente, rebajó el tono. Pero es la versión en castellano de Loquillo, la que, visto lo visto, por estos pagos nos emociona a unos y a otros, situados en distintas aceras de la calle de la espiritualidad. Lo que me lleva a pensar que por muy alejado que te sientas de algunas personas, los mensajes de una canción pueden ser interpretados de muy diversas formas y conmovernos lo mismo pero por las más variadas razones (aunque en este caso, en lo más hondo, quizá sean las mismas). Y ese es probablemente gran parte del hechizo y el misterio de la canción popular, de las canciones: que cada uno las hace suyas como le viene en gana. ¡Gracias al cielo que es así!
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