«Son ediciones al alcance de cualquiera gracias a sus correctos precios, no las típicas para sibaritas de cartera abultada. Además, remasterizan los audios, cuando no los reconstruyen o limpian y adecentan con primor, e incluyen información valiosa»
Juan Puchades despide la sección «El oro y el fango» reivindicando la recuperación histórica del pop español y, particularmente, el trabajo que desarrolla el sello Rama Lama, especializado en reediciones.
Una sección de JUAN PUCHADES.
Ilustración: BORJA CUÉLLAR.
La reciente edición del disco conteniendo maquetas inéditas de Cecilia evidencia una vez más el enorme desinterés que la industria discográfica ha sentido por la historia del pop español: es incomprensible que Cecilia, que sin lugar a dudas fue la más grande cantautora local del siglo pasado (a la altura de Serrat), haya motivado tan pocas acciones discográficas desde su fallecimiento hace treinta y seis años años: un disco póstumo con algunas maquetas en los años ochenta, uno muy discutible de duetos post mortem en los noventa y una antología con deuvedé en el nuevo siglo. Si Cecilia hubiera sido artista del ámbito anglosajón, no cabe duda de que con rapidez se hubiera repescado todo lo posible, que sus discos se habrían reeditado con cuidado (la desidia es manifiesta en las desoladoras ediciones en cedé), habríamos conocido una integral… Pero no hace falta irse tan lejos, ahí al lado, en Francia, nunca habrían olvidado a Cecilia y no habrían dejado que las tomas en directo que de ella se conservaran no vieran la luz hasta el año pasado, y que la edición de las maquetas esperara a este. Repito: treinta y seis años después de su muerte, que se dice pronto. Pero lo más asombroso es que tan inexcusables, reveladores y conmovedores álbumes han sido gestados desde un minúsculo sello madrileño, Rama Lama. Discográfica a la que los buenos aficionados deberíamos erigir un monumento por su noble dedicación al rescate del legado del pop español en modestas y esforzadas ediciones (con voluntad de integrales lanzadas en pequeños volúmenes) que si no las publican ellos, nunca nadie lo hará.
Detrás de Rama Lama se encuentra José Ramón Pardo, histórico periodista musical de largo recorrido que, alejado voluntariamente de la primera línea, ha decidido consagrar su tiempo, esfuerzo y dinero en mantener vivo el legado de la música popular en ese cada día más glorioso catálogo discográfico que nutre a Rama Lama. Es cierto que las de Rama Lama no son las mejores ediciones posibles y que sus diseños dejan bastante que desear (aunque, acostumbrado a ellos, con los años hasta me parece que tienen un cierto encanto), pero son ediciones al alcance de cualquiera gracias a sus correctos precios, no las típicas reediciones para sibaritas de cartera abultada. Además, remasterizan los audios, cuando no los reconstruyen o limpian y adecentan con primor, incluyen información valiosa (en muchas ocasiones única) en los libretos acompañada de detalladas discografías. Lo de Rama Lama, por su voluntad completista (ese tratar de publicar discografías íntegras) es como un oasis en la industria española. Además, con ese criterio desprejuiciado que siempre guió la labor de Pardo cuando ejercía el periodismo, están abiertos a todo tipo de sonidos y artistas, de lo convencional y popular al creador minoritario y de culto, yendo de los años cincuenta a los ochenta. Afortunadamente, todo tiene cabida en Rama Lama: así, gracias a ellos me he hecho, por ejemplo, con algunas grabaciones imposibles de localizar de otro modo (el misterioso disco mexicano de Guzmán, pongamos por caso) o inalcanzables dada su rareza o cotización en el mercado de segunda mano (el elepé de Don Francisco y José Luis; ese extraño de cuando el Dúo Dinámico firmó como Manolo y Ramón y grabaron en Londres). Detallistas, cuando existen, ofrecen los temas únicamente publicados en singles que, en su momento, no llegaron a los elepés, o canciones olvidadas entre los masters originales. Lo suyo es puro disfrute para el coleccionista y el completista. E incido en ello (que en estos tiempos el detalle no es menor), a buenos precios.
Cuando ocasionalmente recibo una llamada de José Ramón Pardo proponiéndome que escriba un texto para alguna de sus ediciones, siento una alegría inmensa pues me parece una de las mejores labores a las que puedo dedicarme: contribuir, aunque sea modestamente, a un catálogo que admiro sin reservas y cuya labor ennoblece la historia del pop hispano. Todo un honor que nunca creo merecer. José Ramón no lo sabe, pero en tales ocasiones siempre dudo de si estaré a la altura del encargo y me obsesiono con no fallarle, tanto es el respecto que siento por Rama Lama. Pero es que creo firmemente que esos álbumes están escribiendo la Historia.
Por otro lado, entiendo y comparto las razones de su labor: tras años de dedicación a este oficio de crítico, tomándole el pulso a la actualidad, constantemente pienso que, en realidad, en investigar, reconstruir y analizar la historia es donde más a gusto me siento, donde realmente disfruto. Es innegable que no hay sensación igual a la de echarse a los oídos por vez primera un elepé de esos brillantes de principio a fin, con los que conectas inmediatamente y que pasa a formar parte de tu personal colección de imprescindibles. Pero, seamos sinceros, son los menos y, en cualquier caso, por bueno que te parezca un disco, en urgente tiempo real solo puedes trasladar al papel primeras impresiones que, releídas tiempo después, siempre te dejan insatisfecho. Las reflexiones requieren de tiempo, ser reposadas, contextualizadas. Y para eso queda la Historia, tan maltratada y olvidada la nuestra, y por ello tan tentadora, tan necesitada de ser estudiada y sacada a la luz. Por todo ello, entre mis héroes personales está José Ramón Pardo, y trato de no pensar demasiado en qué sucederá si Rama Lama alguna vez desaparece. Mejor no pensarlo.
NOTA:
«El oro y el fango» nació con la intención de sustituir temporalmente a «Wild card», de Darío Vico, y, pese a su regreso (algo irregular en las últimas semanas, es cierto), se ha mantenido en activo hasta cumplir, justo ahora, un año. Algo que nunca imaginé, y momento más que oportuno para echar el cierre, por lo menos en su actual configuración semanal. Lo cierto es que viviendo constantemente pendiente del reloj, prefiero parar antes de que tenga que arrepentirme. Un año ya está bien. En todo caso, «El oro y el fango» no morirá, únicamente permanecerá aletargado hasta que tenga algo que contar, sea esto con frecuencia o solo ocasionalmente, la semana próxima o dentro de un mes. Es decir, desde hoy mismo, y cuando lo crea oportuno, reaparecerá por aquí. Gracias por haber estado ahí durante este tiempo.
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Anterior entrega de El oro y el fango: Los discos, como los yogures, tienen fecha de caducidad.