«No es creíble pensar que detrás de aquellas canciones, de aquellos discos, de aquel derroche de talento, de imaginación, de ingenio, estuvieran Felipe González, Alfonso Guerra, Javier Solana o el alcalde de Madrid Enrique Tierno Galván. No, quienes las hicieron posible fueron los que las escribieron e interpretaron y sus motivaciones no tuvieron nada que ver con delirantes teorías conspiratorias»
Espoleado por la muerte de Germán Coppini, y tras la publicación de un par de libros que vienen a reescribir la historia, Juan Puchades reivindica el momento crucial que vivieron el rock y el pop españoles en la década de los ochenta: eso que se dio en llamar la movida.
Una sección de JUAN PUCHADES.
Ilustración: BORJA CUÉLLAR.
En Nochebuena interrumpo una cena familiar para ponerme a redactar de urgencia la necrológica de Germán Coppini para EFE EME. Acabo tarde y cansado. A la mañana siguiente, hace unas horas, releo lo escrito tratando de cazar gazapos, e inesperadamente el dolor que la noche anterior no me visitó lo hace en ese momento. Siento una tristeza enorme por su muerte. Abro los mails que nos intercambiamos semanas atrás. Recuerdo lo bien que me sonaron las canciones de Néctar, su prometedor nuevo grupo.
Por la tarde, ahora mismo, con la pena presente, leo el sentido obituario que ha escrito Diego A. Manrique para «El País», también una entrevista con Germán para ese mismo medio publicada un año atrás. Sin darme cuenta, me asaltan las sensaciones primeras al escuchar, hace treinta años, a Golpes Bajos en la radio (el shock con Siniestro Total fue anterior, bien distinto pero completamente noqueante) y ese no tardar en adquirir el primer mini-elepé del grupo (de 1983), que siempre relaciono con las primeras grabaciones de La Mode que editó el mismo sello: Nuevos Medios. Hoy quizá cueste entenderlo, y mucho más explicarlo (tampoco es la intención) y situarlo en el tiempo, pero aquellos vinilos y esos dos grupos fueron el súmmum de la modernidad del momento: en España era posible disfrutar de pop en nuestro idioma (¡tan importante era cantar en castellano en aquel tiempo!) con voluntad «arty» y culta a la vez que popular.
Sin darnos cuenta, íbamos quemando etapas musicales a velocidad de crucero para ponernos al día, tras años de somnolencia. Por ello me indignan las mentiras que proliferan alrededor de los ochenta, que Diego también apunta en su necrológica, y que últimamente se han prodigado en un par de libros (cuyos títulos prefiero omitir). Uno de ellos firmado por alguien que en esa década ondeó la bandera de los nuevos tiempos, el otro colectivo. Ambos revisionistas de la historia, dispuestos a reinventar los acontecimientos musicales alrededor de lo que se dio en llamar la movida. Aunque no entiendo nada, estoy curado de espanto y sé que cualquier cosa es posible.
No soy nostálgico ni añoro los tiempos pasados, de hecho hace mucho que me propuse escribir lo menos posible del pop español de los ochenta ya que siento que hemos padecido una contraproducente saturación: la alargada sombra de las canciones de aquel periodo ha oscurecido en exceso nuestra música y ha servido para que unos y otros se despacharan con lugares comunes y simplezas, se mezclaran y confundieran escenas y movimientos, que canciones maravillosas que en su día escuchamos unos pocos y vendieron escasas copias, ahora se considere que fueron éxitos populares masivos, o que se asegure que aquello fue una creación del PSOE, que puso los medios públicos (Radio 3 y TVE) al servicio del nuevo pop para acabar con el rock urbano y con el heavy (que ahora es como si hubieran sido movimientos de tremenda incidencia social, y no), como puede interpretarse de algunos capítulos pretendidamente historicistas de uno de los opúsculos mencionados, escrito por gente que ideológicamente parece adscribirse a la izquierda. Es el revisionismo al encuentro de ese discurso de la derecha que asegura que la movida solo existió por su connivencia con el poder político del PSOE (por si hay dudas, mejor aclararlas pronto: ese partido, sus maniobras y sus líderes me repugnan). Al final, los polos opuestos se atraen (siempre pasa, de ahí que la derecha occidental envidie ahora el modelo económico y social chino).
En esa teoría de la «conspiración sociata», que viene de largo, lo que no se tiene en cuenta es que los grupos del rock urbano comenzaron a grabar tarde, que su momento en lugar de ser el 78 tendría que haber sido alrededor del 76 (cuando Triana registró sus primeras obras), que el heavy de los primeros ochenta no pasó de ser un fenómeno localizado, con dos grupos como punta de lanza que, es cierto, lograron un par de hits tremendos gracias a Los 40, pero que de ninguna manera en este país el rock urbano o el heavy fueron algo masivo: el segundo vivió sus días de gloria alrededor de 1982, atrayendo público numeroso pero sin lograr romper el que pareció ser su techo natural.
También se soslaya la evolución del rock anglosajón desde la irrupción del punk y la new wave y que acabó por tener su reflejo aquí en cuanto fueron llegando los discos, y los medios, con el desembarco de una nueva generación de críticos, comenzaron a hacerse eco. Como se obvia que Radio 3 no dominaba la radio musical a comienzos de los ochenta, que fue Los 40 (con una programación infinitamente más abierta que la actual) la emisora que se llevó el gato al agua a mediados de la década y la que logró los primeros éxitos de la movida: el inicial, Mecano al margen, fue ‘Bailando’, de Alaska y Los Pegamoides, en 1982; y luego, al romper con las grandes discográficas y negociar con los sellos independientes, fueron cayendo más. Si vemos las listas de esa emisora en aquellos años podemos hacernos una idea bastante veraz de cuál era la música de consumo del momento.
Se olvida a conciencia que desde 1980 surgieron centenares de grupos por toda España (no solo en Madrid, como se insiste) que apostaban por el punk, la nueva ola, o por asumir corrientes como el mod, el rockabilly o el tecno, un fenómeno que tuvo continuidad a lo largo de toda la década y con diferentes estilos. Como se omite que en Radio 3, desde su fundación, el 19 de julio de 1979 (con la UCD de Adolfo Suárez en el poder), cuando solo emitía por la noche, ya se podían escuchar maquetas de los grupos de la nueva ola (conservo el recuerdo nítido de oír las primeras maquetas en «Criba 3», el programa inicial de Jesús Ordovás, en las noches de los domingos). Como no se tiene en cuenta que el PSOE no ganó sus primeras elecciones hasta el 82 (el 22 de octubre, a final de año, por tanto su influencia habría que considerarla a partir de 1983) y que, lo reitero (y quedan las hemerotecas, y los discos y sus depósitos legales), el arranque de la explosión musical tuvo lugar dos años antes, aunque fue creciendo exponencialmente en años sucesivos, y que si los grupos surgían era porque a los chavales les venía en gana, no subvencionados o alentados por concejales de cultura o de juventud siguiendo directrices gubernamentales.
También es un absurdo completo circunscribir el fenómeno a algo puramente madrileño (la nueva escena barcelonesa surgió en paralelo y por su cuenta desde el 78; en 1979, y en León, Los Cardíacos editaron la primera cinta independiente) y recurrir a eso tan cerril de que los grupos de la movida eran del centro y los del rock urbano y los heavys de barrio, no: hubo de todo (ejemplo: Enrique Sierra, guitarrista de Kaka de Luxe y Radio Futura era de barrio, y los hermanos De Castro, de Coz y Barón Rojo, del centro e hijos de médico). Y, en cualquier caso, ser de barrio no suma un plus de autenticidad, como se podía ser del centro y no vestir Lacoste, y al revés. La acusación de que los grupos eran amateurs y no sabían tocar, casi que no merece respuesta, es como el pintor en sus inicios: plasma sus balbuceos y no se profesionalizará hasta que no comience a ganar dinero con ello.
De continuar con esta deriva revisionista, justificada como parte del ataque a la cultura de la Transición (quizá lo único salvable de ese periodo), quedará que la nueva ola y luego la movida (algunos llevamos años insistiendo en la secuencia, que al final parece que todo fue uno) no fueron más que cosa de unos pocos grupos manipulados desde el poder, con la intención de desviar la atención de las problemáticas reales que retrataba el rock urbano y el heavy (que ya me dirán ‘Yo solo lo hago en mi moto’ o ‘Mas sexy’ qué mensajes transmitían) y transformarnos a todos en unos descerebrados apolíticos prestos a dejarnos llevar por la frivolidad y la vacuidad. Insistiendo en aquello tan pueril de los «pelos de colores» de los grupos de la movida (como si un pelucón jevilongo o unas buenas tachuelas fueran el colmo de la libertad estética y no otro uniforme más), lo que deja traslucir cierto componente de machismo homófobo (un hombre no se tinta el pelo, parece ser la idea que queda). Del mismo modo, la teoría de que la música o es con mensaje social o no es, no se sostiene: la canción (del género que sea), es un medio de expresión artístico que cada cual emplea como quiere, sin normas de uso.
Tampoco voy a insistir en la explosión paralela a la movida en otros ámbitos artísticos (cine, pintura, escultura, fotografía, cómic, ilustración, moda), solo apuntar lo significativo de que esos otros movimientos musicales que, parece, fueron arrasados por los grupos modernos (cuando en realidad acabó con ellos su desfase temporal y el rechazo del público más joven, como siempre ha sucedido con cualquier escena: dos o tres años, y a por otra; y tu público natural que suma años, arrincona los discos y pasa a otros asuntos), no tuvieron su correlación en otras disciplinas artísticas.
Por ello fastidia que se intente pasar por encima o menospreciar la cantidad de talento que dejaron la nueva ola y la movida, la enorme cantidad de canciones geniales que quedaron y que han pasado de una generación a otra. Jode que por reduccionismo y, lo que es peor, mala intención o rencor, se pueda llegar a transmitir, en el futuro, que una obra tan poliédrica y vívida como la de Germán Coppini no fue más que fruto de la voluntad de un partido político. Y quien dice la de Germán, piensa en la de decenas más (por citar a algunos de los que ya no están: Antonio Vega, Enrique Urquijo, Manolo Mené, Poch, Carlos Berlanga, Enrique Sierra, Bernardo Bonezzi). No es creíble pensar que detrás de aquellas canciones, de aquellos discos, de aquel derroche de talento, de imaginación, de ingenio, estuvieran Felipe González, Alfonso Guerra, Javier Solana o el alcalde de Madrid Enrique Tierno Galván. No, quienes hicieron posible esas canciones fueron los que las escribieron e interpretaron y sus motivaciones no tuvieron nada que ver con delirantes teorías conspiratorias. Que los políticos intentaron arrimar el ascua a su sardina y hacerse la foto, por supuesto, pero lo mismo pasa hoy con, pongamos por caso, un triunfo deportivo de una selección nacional o equipo local: el político de turno no duda en estirar el cuello para aparecer en primer plano en la imagen.
Por si no hubiera suficiente, el siempre singular Julián Ruiz, en un artículo publicado en el diario «El Mundo» con el que recuerda a Coppini, lanza la puya: «Los de la movida que nunca existió […]». Bien. He ahí la otra teoría, la del negacionismo, la que comenzó a desarrollar el exalcalde de Madrid Álvarez del Manzano cuando dijo aquello de que la movida «No hay que enterrarla porque se ha evanescido, ni tan siquiera tiene cuerpo para enterrar. Era algo etéreo, una propaganda política, no ha dejado un solo poso. Yo no recuerdo un solo libro, un solo cuadro, un solo disco; nada, de la movida no ha quedado nada». De ser así, y ciñéndonos a la música, los grupos nunca existieron, las canciones nunca se escribieron ni se grabaron, los discos no se editaron… Nada de aquel tiempo es real. Lo hemos soñado, como en un «trip» colectivo. Los vinilos que conservo en casa no son de verdad, no giran en el tocadiscos y no reproducen nada.
El propio Coppini, en la mencionada entrevista publicada hace un año, a la pregunta de «¿Existió la movida?», lúcido y certero, responde «De alguna manera habrá que llamarle». Esa frase, sencilla e inteligente, lo resume a la perfección: pues confirma que algo sucedió y de alguna forma hay que referirse a ello. Y lo que aconteció fue algo único en el rock y el pop españoles que transformó la escena musical (por extensión la cultura del país), y si se le llamó movida, ¡qué vamos a hacerle! Pero no, no lo soñamos, sucedió, los discos que conservamos existen, las canciones que recordamos podemos escucharlas con un clic de ratón y no hay partido político responsable de ello.
Seamos serios, podrán gustarnos más o menos determinadas músicas, estéticas o movimientos, pero dejemos la historia como está y no tratemos de manipularla torticeramente a nuestro antojo.
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Anterior entrega de El oro y el fango: De críticos y músicos frustrados.