«Los sectores a los que la ley antidescargas tenía que venir a parchearles un poco la herida por la que se desangran, seguirán agonizando poco a poco, sin prisa pero sin pausa, mientras se pierden puestos de trabajo y millones de euros»
Esta semana, en «El oro y el fango» Juan Puchades reflexiona sobre la negativa del gobierno a aprobar la ley Sinde, y sus consecuencias. De paso relata algún episodio bien curioso.
Una sección de JUAN PUCHADES.
Durante dos viernes consecutivos, el suspense sobrevoló el Consejo de Ministros: ¿tendría Rodríguez Zapatero el valor, antes de ser engullido por el agujero negro de la Historia, de ratificar la ley Sinde? No, no se atrevió. Como no lo hizo antes de las elecciones generales, se supone que a petición de Alfredo Pérez Rubalcaba, pues el hombre, en sus mejores pesadillas, parecía creer que tenía alguna posibilidad de ganar y no quería ver cómo bajo sus pies se abría el suelo de la pérdida de votos rubricando una medida tan antipopular. Pero recordemos que antipopular fue modificar la Constitución a la carrera sin consulta ciudadana previa, y no por ello se abstuvieron de hacerlo. Que prioridades siempre las hubo.
Comentaban los periódicos que el último de los dos viernes hubo un enconado debate en el Consejo, por un lado la ministra que da nombre a la ley, tratando de que fuera firmada, y por el otro José Blanco, ese Rasputín de andar por casa que ostenta la cartera de Fomento (quien, como tantos, puede verse en el banquillo de los acusados por, primo mediante, agenciarse supuestamente unas comisiones). La partida la ganó éste, que, según informaban los mismos diarios, hasta llegó a nombrar, allí, en el Consejo de Ministros, a ese singular personaje que es Enrique Dans.
Con las elecciones andaluzas en el horizonte, probablemente el PSOE no quería más problemas, que bastantes tiene ya. Y es que siempre hay tantas elecciones en lontananza que las leyes comprometidas e impopulares (excepto las que dictan los mercados) pueden perderse en el limbo para siempre. ¿O ya no existe el limbo? Ni idea, pero la ley Sinde ha quedado ahí, en tierra de nadie, a la espera de que el PP la recupere o modifique, cual regalo envenenado del antaño partido socialista (hay quienes apuntan a que el último Consejo de Ministros de Zapatero, el 16 de diciembre, podría salvarla in extremis). Pero para el PP las elecciones andaluzas también cuentan, que para algo llevan, una vez más, de cabeza de cartel al incombustible Javier Arenas, que pasan los años, se va haciendo mayor y espera su eterna oportunidad de tocar poder.
Lo lamentable es que los sectores a los que la ley antidescargas tenía que venir a parchearles un poco la herida por la que se desangran, seguirán agonizando poco a poco, sin prisa pero sin pausa, mientras se pierden puestos de trabajo y millones de euros. Como si tal cosa.
Hace ya un año que comenzó el debate de aprobación de la ley. Lo recuerdo bien: era diciembre de 2010. Por entonces servidor, que no creía demasiado en la Sinde (la ley, que a la señora Ministra ni la creo ni la dejo de creer; de pronto recuerdo un episodio divertido, y levemente retorcido, que algún día tendré que contar: una llamada de uno de sus colaboradores, transmitiendo un mensaje inequívoco en un momento particularmente complejo… Pero esa es otra historia y este no es el momento), por escasa, por moderada, por no ir al fondo de la cuestión: entonces y ahora pienso que lo que hay que modificar es la Ley de Propiedad Intelectual y prohibir la copia privada, como mínimo su transmisión por sistemas digitales. En aquel momento, hace un año, redacté un par de artículos bastante directos sobre el asunto y a media mañana del 24 de diciembre, horas después de publicar el segundo de ellos, piratas informáticos se tomaron la molestia de tumbar la web de EFE EME (en esos días también cayeron las páginas del Ministerio de Cultura y Sgae).
Por aquello de no darles el gusto, entonces decidimos omitir lo sucedido y unos días después publiqué un tercer artículo… pues ceder ante la amenaza es lo peor que puedes hacer. Ante los fascistas no hay que doblegarse. Porque sí, aquellos que atacan las ideas, las opiniones contrarias y tratan de amedrentar para que no se difundan, son fascistas, con todas las letras y toda la ideología. Como fascistas son aquellos que les ríen las gracias (se supone que porque defienden su ideario; en el caso que nos trae aquí, su muy peregrino concepto de tener la libertad de descargar aquello que les venga en gana sin pagar un céntimo), por pusilánimes o cobardes, por aceptar tales métodos, por darlos por buenos. Claro, que seguro que no piensan en ello, y entienden que en la amenaza hay algo de justicia, de razón. La justicia del delito y la razón de la sinrazón.
El ataque no vino sino a ratificar lo que ya pensaba: los intereses detrás de las descargas son mayores de lo que creemos, porque, como diría el shakespeareano Federico Trillo, manda huevos que tumbaran EFE EME (con viento de Levante, podría haber añadido en sus épicos días de ministro de la cosa bélica). Si nosotros incomodamos… apaga y vámonos.
Por todo ello, por esos intereses espúrios que intuyo se esconden detrás de las descargas, mi convicción en la urgencia de poner fin al problema es cada vez mayor. Veremos si el PP es capaz de atreverse como no se atrevió el PSOE, aunque solo sea por la presión de Estados Unidos, alucinado ante la permisividad de un país que en esto parece monarquía bananera, a la cabeza occidental en piratería cultural.
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